La patria es el otro. El amor vence al odio. De qué lado de la mecha te encontrás. Durante años y años, las frases y los latiguillos tomaron vida como avatares, formas de fácil interpretación acerca de determinada posición. A veces la síntesis era todavía mayor, los filtros en las fotos de perfil y el anexo de emojis junto a los arrobas funcionaron como un inmediato “detector de compañeros”. Estos recursos resolvieron todo acerca del asunto identitario y absolutamente nada respecto a los problemas de la Argentina.
Este ejercicio no tuvo resultados inocuos como las compulsas habituales y reiteradas en X, en las que team verano le disputa la delantera al team invierno, Seinfeld le gana nunca por mucho a Friends y el team membrillo se demuestra imbatible una y otra vez. Los efectos adversos de las etiquetas del progresismo trabajaron rítmicamente sobre esa bestia mitológica a la que, por pereza creativa, se llamó grieta. Horadaron los matices, suprimieron las discusiones complejas sobre temas estructurales que las merecían. Pero sobre todo, estos recursos cometieron el mayor de los errores: desplazaron la política para hacer lugar al despliegue inacabable de una moralidad fuera de cauce. Nosotros o ellos. Buenos o malos. Civilización o barbarie. Normalidad o caos. La mecha tiene dos extremos y nadie quiere sentirse sarpado. Queda mal, no monetiza y en el reinado de la inclusión tienen la cancelación fácil.
Ya no se trató de discutir qué hacer con el calvario de la inseguridad, cómo resolver las tomas de tierras en los conurbanos, a través de qué procesos convertir planes sociales en puestos de trabajo, de qué manera reestructurar un Estado deficitario, cómo poner en caja el desmadre inflacionario, cuáles son los mecanismos de financiamiento de la política o con qué estrategias abordar el adoquín al cuello de la deuda externa. Se trató, más bien de lo contrario, de perder todas y cada una de las oportunidades por estar a la defensiva —es decir, atacando— y fijar una postura de autoafirmación y autocomplacencia, que para nada considera a ese otro del que, dijimos y decimos, está hecha la patria. Se trató de callar el decorado y echarle flit. De silenciar a los molestos por no saber qué hacer con el malestar. Mismidad pura y dura. Sostenida durante años.
Deformación sanmartiniana: seamos buenos, lo demás no importa nada. Incluso si en el camino te volvés rancio y conservador, un señor con gotas de orina brillando como glitter en el fundillo del pantalón. El del consignismo es un juego peligroso: la mula nos la metemos a nosotros mismos. Creemos estar politizados y creemos formar parte de la hechura de la política, pero en realidad estamos atendiendo el kiosko abierto 24 horas de nuestro buen corazón.

Ahora bien, ¿quién es esa primera persona del plural que aparece un poco por afinidad y otro poco por economía narrativa? ¿Existe ese “nosotros”? ¿De qué y quiénes está compuesto? Pero más importante, este “nosotros progresista” ¿tiene el mismo vigor que aquel que inauguraba su última versión, tras en estallido del 2001? La respuesta a la última pregunta está a la vista de todos. El no es un lugar al que no se arriba por dar un paseo en los senderos cálidos de la interpretación sociológica de a pie, sino a través de sucesivas comprobaciones electorales. La tribuna calurosa del amor fue raleando año a año y, todavía al día de hoy, cuesta encontrar una explicación que no se resuma en la victoria de cuatro letras infames: odio. ¿Qué somos? Un nosotros momificado en el espanto, en la indignación, acaso el reflejo antipolítico más popular de nuestros tiempos. Un narcótico transversal amplificado en redes sociales, listo para consumo. En clips, placas y virulos de 280 caracteres; en largos streamings, editoriales radiales y hasta libros escritos como productos descartables.
Entonces, si primero fue el derrame y después advino la derrota, ahora se abre ante nosotros la etapa previsible e infecunda de la reflexión y la autocrítica, posiblemente la puesta en escena considerada necesaria para ganar un espacio en la lista, una elección y volver, mujeres, a hacer lo mismo. Actos de demagogia, por supuesto, entreverados con saltos en garrocha ni siquiera vistos en los últimos juegos olímpicos, fundados además en argumentos hilarantes. Control Z. Botón de arrepentimiento. Y con carita de perro que volteó la olla. Yo no fui, habrás sido vos. Yo no dije eso, lo habrás entendido mal. Esta crisis no es mia, tomá, debe ser tuya. No creo que el “nosotros progresista” merezca tamaño toxiqueo pero el gesto confirma que siempre es más urgente salvarse uno, escapar de la escena del crimen sin dejar los dedos pegados. ¿Cuándo es el Día de la Deslealtad para estos neolibs con marketing de tipazos y buenas minas? Que ponga la fecha el juez Ercolini.
Si nadie participó del progresismo de manera interesada y dañina, si nadie utilizó las banderas de las causas justas para posicionamiento personal o incluso rédito empresario, si nadie convirtió las críticas de “los nuestros” en cazas de brujas y cierre de puertas, si nadie se desentendió de los quilombos materiales de la desigualdad por sentarse al fogón con el que toca la guitarra, las preguntas sobre la crisis del progresismo no toman dimensión real y pasan, una vez más, a ser un atributo ajeno en la jurisdicción del otro. El mismo otro por el que decimos obrar y despreciamos bien en lo profundo —y no tanto. El mecanismo es escorpiano, repetible al infinito, y de ninguna manera explica «el triunfo del mal». Pero sí confabula en favor de la exterminación de la palabra propia, en la mutilación de los zancos morales desde donde observamos la realidad durante todos estos años. Nada fue de repente: el tren que se nos venía encima hizo escucharse.
Preguntarnos cómo participamos los progresistas del amplio campo del progresismo es importante, pero también indagar qué espera la conducción del progresismo de los progresistas. ¿Sumisión y obediencia como un fandom sin cabeza? ¿O militantes capaces de producir sentidos propios que se encaucen en una representación sujeta a la realidad? Pensar que en el fervor, nos hicimos callar “entre nosotros” y ahora, crepusculares, no somos capaces de hacer un poco de silencio, aunque sea por humildad y un cacho de buen gusto. Incluso hoy cuando, al parecer, nadie fue progresista.
Paula Puebla es autora de Una vida en presente, Maldita tu eres y coautora de Diario de un tiempo mesiánico (17 grises). También escribió El cuerpo es quien recuerda (Tusquets). Dicta talleres de narrativa, colabora en medios diversos y, junto a Victoria Sosa Corrales, es CEO de Vayaina Mag.






Deja un comentario