Entre los problemas de diagnóstico de los feminismos que fueron oficialistas en la gestión anterior, no sólo figura el otrora ungido como enemigo y destructor del patriarcado, Alberto Fernández, sino el inefable cosplayer de derecha, Javier Milei. Quizás bajo una lógica que establece al machismo como vector unívoco del mal, se le calzó esa condición al presidente actual y no al anterior, desde las pedagogías empoderantes de mujeres y minorías que, lejos de esfumarse en el humo de la “ultraderecha”, continúan operando.
Aunque puede que ya haya referentes dando a entender que fueron malinterpretadas y que en rigor no calificaron a Milei como la apoteosis de la masculinidad tóxica —un movimiento similar al de denostar el punitivismo tras haberlo alimentado— da la impresión de que nos han querido vender a ambos mandatarios con etiquetas equivocadas. Se llegó a insinuar que alcanza con juzgar lombrosianamente la mandíbula presidencial para encender las alarmas antimacho, aunque no estemos frente a un tipo interesado en andar persiguiendo mujeres en plan sexual y que, encima, proclama su subordinación a una figura femenina, la también inefable Karina. Haciendo caso omiso de las descalificaciones femeninas por izquierda y por derecha que ningún rancio de fuste soportaría, como “jamoncito” de Victoria Villarruel o “gatito mimoso” de la rusa Bregman, se machacó con que alguien adorado por una banda de “virgos” —dicho por los mismos feminismos— que parece sentir asco y paniquear al besar a una mina, es el machirulismo encarnado.

Para colmo, aunque haya cerrado el Ministerio de Género que en los días de gloria albertinos comandó Elisabeth Gómez Alcorta, el gobierno actual expandió acuerdos, por ejemplo, con farmacéuticas proveedoras de terapias de hormonización temprana para niños trans. Por otra parte, y sin dudas con un impacto mucho mayor sobre la realidad material de gran parte de la población, incrementó 308% la Asignación Universal por Hijo y 138% la Tarjeta Alimentar. Medidas que los feminismos, de estar atentos a las conquistas de aquellos a quienes representan, deberían celebrar, pero ¿cómo celebrar desde la oposición algo hecho por los libertarios? En cualquier caso, a la luz del desastre que, según opiniones muy calificadas, Javier Milei vino a agravar hasta lo irreversible, el machirulismo como acusación es de una inoperancia política tan palmaria como haber ensalzado a Fernández.

Militancia compartida
Pese a su presencia en la agenda, los activismos que trabajan por una causa, sea género, ecología o análogas, y responden al mismo tiempo a directivas de un partido político, no evidenciaron ser tan duchos para la acción. En Argentina, después de Ni Una Menos, la campaña por la IVE y la ESI (logros que, sin embargo, generan repudio en distintos sectores), las mejoras para las mujeres en campos que vienen en picada, como el laboral, no son protagonistas en las discusiones. Los cupos, promovidos desde el gobierno de Alberto, junto a nociones como “techo de cristal” en pedagogías de stream, sacaron del foco cambios muy necesarios, como la licencia compartida o la extensión de licencia por maternidad. Las madres trabajadoras son muchas más que las aspirantes a CEO, y también más que las trad wives, pick me girls o rad fems, pero no suscitan tantas apasionadas reflexiones. Ahora, bajo el yugo del “anarcocapitalismo” que sedujo a la mitad de los votantes, aquello que no se intentó durante la gestión amiga, queda en suspenso. No parece posible que los feminismos puedan permutar sus pedagogías por un desplazamiento a terrenos menos abstractos o más expansivos, ni que vayan a independizarse de poderes que los exceden, pero los sostienen.
En esa inmovilidad dispuesta por intereses cruzados, es lo más seguro que las palabras seguirán siendo su mayor herramienta. Por qué no atender entonces a los adjetivos favoritos que, desde redes y conferencias de prensa, el hermano de Karina elije para calificar a sus enemigos, sean hombres, mujeres o no binaries: “inmundos”, “degenerados”, “fracasados”, “vomitivos”, “salvajes” y “repugnantes”. Son ocurrencias que hacen pensar en una feminidad de otro tiempo, capaz de transportarnos a las almidonadas blusas de nuestras bisabuelas, los cancelados tapaditos de piel de nuestras abuelas o a los batones de tías que murieron de viejas, más que en un macho cabrío. Demasiado olor a naftalina para un onvre.

Lo que da miedo al ver el despliegue del presidente no es el desprecio por lo femenino, sino por todo lo que representa el bien común, incluso para quienes lo votaron con esperanza. Su estilo escénico se parece más a los brotes de Faye Dunaway haciendo de Joan Crawford, que a las arengas sexistas de los rancios vieja escuela. Para ser un macho tóxico misógino, le falta interés específicamente dirigido a las mujeres, y le sobra misantropía. Alguien puede decir que la manera en la que insulta un mandatario es un problema menor, que a las palabras se las lleva el viento. Pero un movimiento de género alineado a sesgos que legitiman solo ciertas luchas, la tiene muy difícil para hacer algo más que hablar. De seguir enmarcada por intereses ajenos, la épica feminista como interventora de la realidad parece obligada a conformarse con exhibir los mismos remilgos que Milei en sus desplantes, y que las timoratas pilchas de nuestras antepasadas.
Nancy Giampaolo es periodista, guionista y docente. Colabora en medios gráficos y es columnista del suplemento cultural del Diario Perfil. Publicó Género y política en tiempos de globalismo (Nomos), Radiografía de la corrección política (Casagrande) y Feminismos, liberación o dependencia (GES). Co escribió el guión de la comedia Caida del cielo y, entre 2005 y 2013 hizo guiones periodísticos en la Televisión Pública. Desde 2021 lleva adelante El Lado C, un ciclo de entrevistas con Diego Capusotto en teatros de Argentina y otros países hispano parlantes.







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