Nadia Lihuel, productora y amiga
Es difícil asociar a la Moyano con la falta, más aún con su propia falta. Todo en ella fue maximalista, barroco y generoso. A veces hasta la exageración, siempre para fijar ideas, claro.
Mariana supo abrirle la puerta a colegas, estudiantes, aprendices e incluso curiosos anónimos que la contactaban en las redes. Sus interlocutores eran todos y todas y, aunque carajearse fuerte siempre era una posibilidad, su política era la de hablar con todo el que quisiera conversar. Supo ejercer un feminismo sin declamaciones y no necesitó el emoji del corazoncito verde junto a su arroba para que quedara clara su posición. No sólo nos abrió puertas a las que veníamos detrás, sino que las sostuvo abiertas sin miedo a que alguien pudiera hacerle sombra, dispuesta a la esgrima retórica y crónicamente curiosa por las novedades que traíamos las más chicas. Una mina que siempre, pero siempre, tuvo la honestidad de citar y reconocer ideas o argumentos de otras personas. Fuera conocida o no, cada cita incluía la mención de quien la había concebido, sin excepciones.
Una persona con pliegues, como todas, amante de los firuletes y los rulitos a la hora de pensar y exponer el fruto de su pensamiento florido y floreado como pocos. En cada ejercicio, fuese una nota, una columna de radio o un podcast, era posible, imaginable, y hasta deseable, darle una vuelta extra a cada idea. Y allá iba ella, elaboraba a las corridas un parche, un agregado, una suerte de coda final que agregase una capa más a su ejercicio personal de semiosis infinita. De haberse dedicado a componer canciones, su motto habría sido el omnipresente constant concept que dominó la manera de contarnos su forma de entender el mundo: pensar, hacer, decir. Repetir. Todo con la claridad necesaria para exponer ideas complejas y hacerlas accesibles a cualquiera y un mandamiento central: no subestimar jamás a quien tenemos adelante.
Andy Mainardi, seguidor y periodista rosarino
En el año 2021, por la recomendación del editor de una revista, escuché, por primera vez, Anaconda con memoria. El episodio se llamaba Los años que vivimos en el limbo, me gustó tanto que lo terminé citando en el texto. Mariana, hipervínculo. Así me enamoré de ella. Por los oídos. Cuando salió la nota, se la mandé por mensaje directo y al rato me respondió asombrada del efecto que tenía lo que hacía en los demás. Mariana, emoción. Cuando me enteré de su muerte, como no sabía qué hacer, me puse a escribir una nota sobre ella, contando esta y otras historias. Mariana, escritura. La nota se tituló Parte de una generación ajena.
A los meses, un día de febrero, tenía un mensaje en la casilla de Instagram. Una chica me contaba que era sobrina de Mariana, que esos días había pensado mucho en ella, que había ido a su casa, que había leído la nota, y le había parecido hermosa. Mariana, eterna, sorpresa.
Ana Vivarés, vecina e hincha de River
Nunca comí un asado hecho por ella. Anhelaba poder hacerlo. Nunca pude expresarme con la claridad que tenía ella. Deseaba poder hacerlo. Pasó algo mejor: fuimos amigas. Gallinas, el mayor de los honores. Audio va, audio viene, llegábamos a conclusiones sobre cualquier cosa que me dejaban tecleando durante días, incluso hasta hoy, que pasaron tantos meses-chicle. Pensar. Ese era el punto, ver qué onda y no necesariamente sacar en limpio grandes definiciones. Esa capacidad para hacer pensar, para mirar, para escuchar. Quién pudiera.
Paso seguido por tu zona, siempre atino a mandarte un mensaje pero ahí es cuando hablo en voz alta: ¡Pero, Mariana! ¿Cómo se te ocurre irte? Me consuela un poco pensarte desparramada de la risa con las payasadas del día a día, abrazándote a David, a Gustavo. Ojalá. Te mando un beso, rubia. Falta para que nos juntemos pero brindaremos.
Lorena Álvarez, amiga y periodista
Mariana amaba las redes. Decir esto parece una verdad de perogrullo pero ahondar sobre este punto es adentrarnos en ella. Mariana tejía sus propias redes. Juntaba gente de aquí y de allá con su ojo clínico. Sabía cómo engarzar cada pieza y lo hacía seleccionando por gustos, enconos, temas, proyectos o mera diversión. Cada red podía funcionar en paralelo sin tocarse y otras veces algunos hilos iban de aquí para allá. Algunos quedaban suspendidos, otros funcionaban para organizar eventos y los había fusionando con sus piezas aunque ella los tuviera congelados. No se ofendía si sus tejidos continuaban sin ella. Ella iba y venía.
Debía tener tantos grupos de Whatsapp que es imposible imaginarlos. En un momento llegué a coincidir con ella en tres. Todos los había creado con su mirá asertiva. Dos continúan intactos. Era el algoritmo viviente más divertido que uno podía conocer. El primero en el que me invitó a participar fue allá lejos en el 2017. La discusión sobre el feminismo hizo que creara una red femenina que no se conformaba con las lecturas ya masticadas.
Pero aquel solo fue el comienzo. Terminamos enredadas entre comienzo de parejas, despidos, mudanzas, un bebe en camino, viudez, una boda. La vida misma. Un tiempo de tanta intensidad como esos pespuntes que daba ella. Tejía y nos tejía mientras el mundo seguía andando. Se te extraña. Mucho.
Alejo García Pintos, amigo y actor
Los aros de Mariana eran grandes. El pelo de Mariana era el de una amazona perfumada. La ropa de Mariana era la de una mina que invitaba a bailar canciones de Virus. También a escucharlas y escucharla a ella que te explicaba ese tema y el contexto en el que fue escrito.
Mariana te sacaba un tema, vos te enganchabas y de pronto te dabas cuenta de que era para alguno de sus experimentos sociológicos o simplemente para entender un “varietal” del Gin. Siempre sabía más que vos, pero siempre te hacía sentir que era al revés.
La primera en entender la miseria de los propios y ajenos. La primera que LA VIO. La que armaba asados para un elenco. Tenía muy claro en qué góndola estaba cada uno. Nos juntaba. Nos hacía asado. Nos reíamos. Hablábamos mal de los que había que hablar mal.
Esperó inocentemente (?) que le devolvieran su lealtad. Ahí le pifió como una aficionada. No, perdón, ahí la traicionaron los propios.
Mariana usaba aros grandes. Aunque no tan grandes como su corazón de fuego…
Paz Tibiletti, periodista y productora
Mariana no pasaba nunca desapercibida. Nos conocimos en 2016 trabajando juntas en La Imposible, la radio de la agrupación H.I.J.O.S en la ex ESMA, y recuerdo que sabíamos siempre cuando estaba llegando porque escuchábamos el sonido, inconfundible, de sus tacos y pulseras acercándose por el pasillo. Ese sonido tenía un significado especial en ese espacio que supo ser la cueva de Emilio Massera y que en aquellos años se había convertido en un refugio para muchos colegas que fuimos despedidos de los medios donde trabajábamos. Una noche, durante una transmisión especial, Mariana notó mi miedo por habitar un ex centro clandestino en la oscuridad y me enseñó un ritual que le había pasado Lilia Ferreyra: «Acá hay que entrar taconeando para que escuchen los fantasmas de los compañeros y te cuiden». Todavía mantengo ese ritual cada vez que voy a la ex ESMA (la EXMA, como le decimos muchos). Podría hacer una lista eterna de las muchas cosas que Mariana me enseñó, pero creo que la más importante fue esa: al miedo hay que mirarlo siempre de frente y, en lo posible, con buenos tacos.
Paula Puebla, vecina y CEO de Vayaina Mag
“Querida, te parecerá rarísimo que te escriba pero creo que compartimos preocupación”, me escribió Mariana por DM el 30 de enero de 2018. Tenía razón en todo: me pareció raro y ambas merodeábamos una misma discusión. Días después nos encontramos a cenar en una fonda. Hacía un calor terrible. Comimos pescado y tomamos vino blanco. Le sacamos viruta al piso de la chisma. Cerca del final del encuentro me confesó: “No cualquiera se acerca a otra mujer que le puede hacer sombra”. Hablaba de su valor, no del mío, y por eso me pareció un comentario humilde y ridículo. La cosa siguió por mensaje y luego a través de un grupo de Whatsapp de chicas al que insistí que me sumara.
Con el tiempo la vida nos hizo vecinas. Una tarde le caí con galletitas pero terminamos tomando gin tonic. Yo estaba amargada porque un medio de extremo progresismo me pelotudeaba la publicación de un perfil que me había encargado sobre una dama de la política. El editor se excusaba en una oración subordinada para impugnar, en verdad, mi forma de pensar el asunto feminista. “Pau, a eso se le dice censura”, dijo y fue muy hábil para contener mi falta de experiencia y de laburo. Al rato, llegó su hija y nos mostró una coreo que venía ensayando en gimnasia. Mariana amaba ser mamá.
Volví a su casa algunas veces más, invitada a sus míticos asados. Conocí amigos suyos que ahora son mis amigos. La corriente de la vida diaria nos acercó y alejó en diferentes momentos, pero siempre supe que ella estaba ahí, a unas cuadras.
Me reprocho no haber conversado acerca de nuestro gusto comun por Garza Lobos y de preguntarle por qué nos invitaron a escribir en tal lugar. Hace no tanto la vi: vestida de celeste, con esas estampas que adoraba, y el pelo rubio de luz, iba de acá para allá dentro de su casa, ocupada, con cosas por hacer. Pensé en decírselo pero callé, no quise interrumpirla: Boluda, estás viva.







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