El 20 de marzo del 2020 se decretó el aislamiento, social, preventivo y obligatorio. De un día para el otro, quedamos exentos de transitar de forma libre. La incertidumbre dejó de ser un problema filosófico y pasó a ser una realidad palpable. Inhabilitados de salir de nuestras casas, tuvimos que enfrentarnos con el ocio. De repente, estábamos todos horneando panes al ritmo de una tradwife, haciendo rutinas fitness que habíamos declarado nunca hacer y, en el mejor de los casos, leyendo libros que habíamos dejado de lado por tener “mejores planes”. A pesar de contar con este excepcional abanico de experiencias, el aburrimiento volvía a aparecer. Y con él, demasiado tiempo libre para pensar.
Algunos de nosotros, estrictamente por fines científicos, nos volcamos a una de las formas más primitivas de apagón mental: el orgasmo. Se ha demostrado que al momento de acabar, el cerebro deja de funcionar casi en su totalidad, conservando únicamente activos el tronco y el cerebelo, encargados de la actividad cardiovascular y motora. Eficaz, al alcance de nuestras manos y gratuito. Con el slogan “¡Quédense en casa y ayuden a aplanar la curva!”, PornHub —una de las empresas más importantes de la industria pornográfica— concedió acceso total a su plataforma.

Este tipo de iniciativas, para sorpresa de nadie, fueron exitosas. Los estudios revelaron que durante la cuarentena el tráfico mundial en sitios porno aumentó un 11,6%. En países como España e Italia, el consumo incrementó más de un 50%. En otras palabras, millones de personas dejaron de luchar contra la paradoja de producir carbohidratos y al mismo tiempo buscar cómo eliminarlos, y se decidieron por las formas de placer más clásicas. Y justo cuando creímos que habíamos hallado el paraíso después de Paulina Cocina, la maldad del hombre nos volvió a encontrar.
En diciembre del 2020, apenas unos meses después de haber concedido acceso libre y gratuito, PornHub eliminó dos tercios de su programación. Y no, no fue por una cuestión de dinero. A raíz de una investigación de The New York Times, se descubrió que el sitio contenía vídeos protagonizados por menores de edad. Para contrarrestar los daños, PornHub afirmó que solo permitiría contenidos de usuarios verificados. El problema de esta aparente panacea es que no borra el abuso que sufrieron las víctimas. Ni hablar de que las pruebas irrefutables de estas violaciones quedan eternamente almacenadas en la retina cibernética de millones de pervertidos sin posibilidad de ser eliminadas y, por lo tanto, al acecho diario de sus presas.
Ante este torbellino de inmoralidad, los simples mortales nos enfrentamos a algo más oscuro que el aburrimiento: la trampa de lo gratuito. Al igual que Kyle Broflovski, de la mítica South Park, cuando acepta sin leer —como aceptamos todos— un contrato de un servicio online que lo lleva a ser parte de un espeluznante experimento, los que aceptamos ver PornHub nos vimos envueltos en una trama manchada por el delito. Bajo ningún punto de vista los meros “pornovidentes” son lo mismo que los pederastas, proxenetas y líderes de crímenes organizados. Pero sí me parece necesario que entendamos que la información es poder. Este plot twist tiene que servir para que podamos redirigir nuestro deseo sexual en HD a plataformas éticas.

Aquí es donde cobra protagonismo el denominado “porno femenino”: porno hecho para mujeres. La pionera indiscutida es la sueca Erika Hallqvist, mejor conocida como Erika Lust. Para los politólogos que no saben qué hacer después de terminar la licenciatura, la historia de Lust les puede resultar inspiradora. Después de graduarse de la carrera de Ciencia Política en la Universidad de Lund, Erika decidió mudarse a Barcelona para seguir su pasión por el cine.
Motivada por el feminismo, mucho antes de su último apogeo, Lust aprovechó su desembarco en la industria audiovisual para cuestionar al porno convencional. Con un corto de apenas veintiún minutos, logró destrabar años de patriarcado. The Good Girl —la chica buena en español—, estrenada en el 2004, tuvo más de dos millones de descargas durante el primer mes desde su estreno online y fue galardonada en el Festival Internacional de Cinema Eròtic de Barcelona, festival de cine adulto más antiguo de Europa.
¿Pero qué la hace distinta de otras películas porno? En una entrevista a La Vanguardia (2022), Lust explica que en las plataformas gratuitas online hay violencia sistemática hacia las mujeres y por lo tanto, muy poco valor erótico. No es casual que las principales búsquedas hechas por mujeres en sitios como PornHub sean de sexo lésbico. Según la investigadora canadiense sobre sexualidad femenina, Meredith Chivers, muchas mujeres heterosexuales se vuelcan al porno lésbico porque es menos intimidante y agresivo. Otro dato curioso, y que explica esta tendencia, son las “neuronas espejo”. La española Noemí Casquet, periodista especializada en sexualidad, sostiene que gracias a estas neuronas, las mujeres perciben placer cuando ven a otra mujer recibirlo. De hecho, una de las características sobresalientes de las producciones de Lust es que tienen muchas tomas del cuerpo de la mujer. Y lo que lo hace aún más atractivo es que suelen ser mujeres sin retoques, ni vestidas con tacos u otros ornamentos típicamente fetiches para el hombre heterosexual.

El otro mérito que tiene el porno femenino es que es ético. La letra chica es que la única forma que hoy tienen los cineastas de garantizar contenido lítico y basado en el consenso es a través de suscripciones pagas. En un reportaje para el medio El Español (2024), Lust afirmó que al pagar se crea una cadena de plata en donde todos los involucrados reciben un sueldo digno que les permite trabajar de forma responsable y favorable. En un escenario en el que “¡No hay plata!”, el comentario de la directora sueca puede sonar un poco desalentador. Pero que no cunda el pánico: existen muchos sitios de porno ético gratuitos. Gracias al rotundo éxito del cine adulto femenino, el cash flow ya no depende necesariamente de nuestros bolsillos.
Como souvenir de esta nota, hay por lo menos dos sitios que pueden visitar apenas terminen de leer para comprobar que nada de lo que digo sobre el vínculo entre «porno y ética» falta a la verdad. El primero es Bellesa, un sitio fundado en Montreal por Michelle Shnaidman, psicóloga especializada en Estudios de la Mujer. Tal como reza su manifiesto, Bellesa es una web porno hecha por y para mujeres donde los orgasmos no son fingidos y donde las protagonistas florecen como sujetos de placer y no como objetos de conquista. El segundo es en realidad una plataforma que nuclea tres sitios: Girlsway, Pure Taboo y Adult Time. A cargo de la productora audiovisual estadounidense Bree Mills, estas páginas se especializan en pornografía lésbica y feminista.
Aunque el porno machista siga existiendo y la faena de sacarlo de circulación parezca imposible, la próxima vez que estés aburrida y el resto diurno no alcance para crear una fantasía full HD en tu cabeza, podés sumergirte en estas plataformas. Empecemos la revolución con un simple click y, por qué no, con un orgasmo.
Miranda Scian es Licenciada en Ciencia Política de la Universidad Torcuato Di Tella donde también dictó clases. Escribe para Noticias Urbanas y acaba de lanzar el newsletter No Hay Con Quien Hablar, junto al escritor argentino Martín Kunik.







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