Yo hago ravioles, ella hace ravioles

1.

En mis primeras vacaciones con amigas fuimos a Villa Gesell, éramos cinco que estrenábamos viajar sin padres, teníamos entre 16 y 18 años. Alquilamos una ph diminuto a una cuadra de la playa, tenía un entrepiso abarrotado de camas cucheta donde entrábamos todas y aceptaba también una eventual conquista o novio de visita. Entre las amigas, una de ellas era envidiosa, todas sabíamos que lo era pero nos daba pena y la dejábamos ser.

En uno de esos días en que la amiga en cuestión se fue a hacer algo sola, dejó su diario íntimo sobre su cama, y las que quedamos en la casa tuvimos la curiosidad de leerlo porque si bien la queríamos, sus sentimientos eran un tema de debate permanente. Encontramos con su letra manuscrita, una lista de las habilidades destacadas de cada una de nosotras. “Lisa: la que baila bien. Mara: la que tiene buen cuerpo. Yamila: la más buena. Carla: la sexy simpática. ¿Y yo? ¿Y yo qué tengo de bueno?”

Parece poco verosímil que la envidia sea tan esquemática, pero es una tipología posible de comprobar al conocer a personas con esta característica. Los aquejados por este aguijón interno constante suponen que todo lo que tiene el otro es mejor y que ellos también lo merecen y experimentan un sentimiento de injusticia ante la alegría/éxito/mérito/característica personal del otro. Es una falta existencial pero que se despliega en la relación con los otros. 

2. 

Hay un corto genial de animación del año 1952, realizado en la técnica de stop motion por uno de los genios de la historia del arte audiovisual, Norman McLaren, llamado “Neighbours” (vecinos). Lo dejo por acá, primero porque es una joyita y segundo porque retrata de un modo bello y universal el tema en cuestión. En un mundo donde todo es aparentemente igualitario, aparece un efímero factor de discordia entre dos buenos vecinos. 

Por estos días se puso de moda la envidia como objeto de análisis gracias a la aparición de la serie Envidiosa, protagonizada por una angelada Griselda Sicialiani —a pesar de lo despreciable de su personaje. Es un tema que ya había tratado la psicoanalista Alexandra Kohan en el DiarioAr, para mencionar a alguien de nuestro mundo contemporáneo y cercano. De esa nota me quedo con una idea que me sirve para pensar y es que el envidioso se sostiene en la fantasía de que el otro tiene algo maravilloso y sin fisuras que él no. No deja de ser una fantasía que a su vez encastra con la idea de un deber ser para el ojo ajeno que no podemos terminar de completar. La envidia es un sentimiento (¿padecimiento?) con un fuerte rasgo del orden de lo imaginado. Una proyección de perfección que se completa con un mecanismo comparativo con un yo supuestamente incompleto. 

3. 

El pasto del vecino, por alguna razón, siempre es más verde (como pasa en el corto que mencioné arriba). El pasto, la novia, el auto, los amigos. El otro día hablaba con marido, un ser de lo más pragmático, y me hizo salir de mis elucubraciones psicoanalítco-filosóficas, que digamos son mi forma habitual de abordar un tema de interés, y me habló de algo tan sencillo como las posesiones materiales. Si querés un auto, querés un Audi (lo icónico); si querés una casa, que sea la del cantri. La posibilidad de tener siempre se mide con los que te rodean porque en realidad, la envidia es una cuestión de mostrar que no soy pobre, porque ante el otro, siempre me siento pobre. Me gusta también esta forma de abordar el tema porque de manera patente la saca de la fantasía de un otro sin fisuras para acomodarlo dentro de la realidad relacional de lo material: la envidia existe porque hay otro en mi cercanía social que tiene más o mejor que yo. 

4. 

Hay un fogoneo del deseo de otra cosa, siempre de algo más, en nuestro hermoso sistema capitalista desde todos los ángulos posibles. Ese deseo siempre azuzado es el match perfecto del agujero existencial que nos conforma como humanidad en el ámbito social. En este sentido, hay una lectura que recomiendo —es parte del giro afectivo de la academia norteamericana—,  y es El optimismo cruel, de Lauren Berlant. En este volumen que editó en español Caja Negra (quién si no) describe esta forma del “querer” con un sesgo de optimismo que lo convierte es un verdadero problema: “… el optimismo resulta cruel cuando ese mismo objeto o escena que aviva la sensación de posibilidad vuelve de hecho imposible la transformación positiva que la persona o grupo de personas se esfuerzan por alcanzar”. Las fantasías de ascenso social, de pareja duradera, de trabajo estable —lo que Berlant llama “la buena vida”—, siguen alrededor de nosotros a pesar del deterioro y la crisis social permanente a la que nos lleva la retracción del Estado de bienestar en estas últimas décadas como garantía de derechos a nivel mundial. 

Los envidiosos son las víctimas perfectas del optimismo cruel porque se les muestra como alcanzable un mundo de posesiones y sensaciones que no lo es. 

5. 

Ser envidioso no es una patología, según Freud es una defensa contra la sensación de inferioridad. Y, siguiendo lo que dice Spinoza, es una energía que no construye nada y que impide la amistad. Cuando empecé a pensar en este texto se me apareció de esa forma: una traba para relacionarme con gente querida. A veces, la envidia puede manifestarse como destellos comparativos acá o allá, pero cuando se convierte en una constante destruye la posibilidad de los vínculos. Y ahí está lo triste de ese afecto que aísla a quien lo padece en forma desproporcionada. 

6.

Me queda tirar un Nietzsche por acá, al que leíamos con una de esas amigas con las que fuimos a Gesell para entender a la del diario íntimo. Todavía tengo ese ejemplar de Así habló Zaratustra recubierto con papel de forrar cuadernos de primaria con un motivo de elefantitos. Subrayamos partes del fragmento que se llama “De las moscas de la plaza pública”, de las que dejo unas líneas: 

“Piensan mucho en ti con su alma estrecha. ¡Les eres siempre sospechoso! Todo lo que da mucho que pensar se hace sospechoso. 

Te castigan por todas tus virtudes. No te perdonan de veras más que tus faltas. 

Como tu eres benévolo y justo, dices: “Son inocentes de la pequeñez de su existencia”. Pero su alma estrecha piensa: “Toda gran existencia es culpable”. 

Aunque seas benévolo con ellos, se consideran aún despreciados por ti y te pagan tu beneficio con fechorías disimuladas. 

(…)

Tus prójimos serán siempre moscas venenosas. Lo que es grande para ti, eso precisamente debe hacerlos más venenosos y más semejantes a moscas.

Huye, amigo mío, a tu soledad, allá arriba en donde sopla un viento rudo y fuerte. No es tu destino ser espantamoscas”.

Mariana Skiadaressis es Lic. en Letras por la UBA y autora de las novelas La felicidad es un lugar común (Entropía, 2018) y Siempre las sombras (Nudista, 2022). Cuando siente que tiene algo para decir, colabora en medios digitales. Además, trabaja en comunicación política para subsistir.


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