Hace unas semanas, mi marido y yo asistimos a una cena de los “mapadres” del jardín de infantes al que asiste nuestro hijo. A sabiendas de que la comida era en realidad una presentación en sociedad de los progenitores, perfilamos nuestro atuendos de manera tal de mostrarnos cancheros, pero a la vez formales, ensayamos posibles dinámicas al mejor estilo Nathan Fielder en “The Rehearsal” (HBO, 2022), y acordamos un plan de escape en caso de aburrimiento.
La primera parte de la fiesta de debut siguió el mismo guión que el resto de los eventos. Ni totalmente parados, ni totalmente sentados, nos adueñamos de una copa y saboreamos el antídoto contra los nervios que conllevan este tipo de compromisos. Pero yo sabía que había una mesa esperándonos y, con ella, la tan temida pregunta: “¿Y vos qué hacés?”. En un mundo donde el feminismo vino para quedarse, pareciera ser de “poco mujer” no trabajar. Para amortiguar las heridas del ego, me senté al lado de una mamá que ya había identificado como ama de casa. Entonces ocurrió algo muy curioso.

Lo que parecía ser una inocente conversación de madres terminó siendo un confesionario. Resultó ser que la muchacha en cuestión, hasta hace unos pocos años, había trabajado en diversas empresas de renombre como asesora en Comunicación Institucional. Jornadas laborales de 8 horas, conjuntos de camisas y pantalones sastreros para resistir con glamour el estrés de la oficina, y por supuesto, mensajes y llamadas a toda hora exigiendo de forma bilateral cumplir con objetivos que solo son primordiales en la esfera del microcentro. Al igual que yo, mi compañera de banco durante esa noche me admitió que, cansada de perderse de gran parte de la crianza de sus hijos, decidió abandonar por completo la vida profesional. Hasta acá, nada muy original. Lo notable de nuestra situación —y seguro la de muchas otras mujeres— es que abrazamos la vida de ama de casa desde el prejuicio de una mujer que trabajó desde que empezó la universidad: pensando que era fácil.
Uno de los aspectos más cansadores de ser ama de casa full time es la enorme carga mental que conlleva. Alberto Soler, psicólogo español que se viralizó a partir de una entrevista que concedió al canal de autoayuda comunitaria del BBVA, define esta condición como todas aquellas responsabilidades invisibles que implica toda la organización, coordinación y gestión doméstica. “¿Quién lleva en la cabeza el calendario de las visitas al pediatra? Ella. ¿Quién sabe cuántas veces este año os habéis reunido con el tutor o tutora? Lo lleva en la cabeza ella. O quién sabe el tema de las vacunas, o cuándo hay que lavar las cortinas. ¿Cuánto toca darle la vuelta al colchón? ¿Cuándo toca hacer el cambio de armario? ¿Qué tenemos que comprar esta semana? ¿Hoy toca cenar hidratos o esta mañana ya han comido muchos? Es algo que lleváis las mujeres de manera casi exclusiva”, afirma con empatía Soler.

Es que, tal como le ocurre a mi socia, la lista de pendientes es un bucle infinito. La gente que no prioriza tener un supermercado a una walking distance de su casa, claramente no lleva la carga mental. Siempre falta algo. O bien, los convivientes son amantes de la adrenalina que dilucidan la falta de papel higiénico solo cuando ya es muy tarde. O surgen en ellos hábitos de forma inesperada que cambian la flora y fauna de la heladera. Dado que en este oficio el tiempo no abunda, capacitar a los subordinados es una inversión muy costosa. Lo único que queda es ejercer un liderazgo autocrático que nos garantice la eficacia y, por lo tanto, la posibilidad de hacer algo más que pasear por góndolas. Es que según Soler lo que más estresa de este bagaje es el poco espacio que queda para ocuparnos de nuestros asuntos personales. Pero incluso así, salimos perdiendo y nos volvemos víctimas del tan vanguardista burnout.
La solución definitiva, de acuerdo a Soler, es entonces compartir la carga mental: “Tenemos que compartir el tiempo de descanso. Si no lo compartimos, al final, no hay justicia, no hay igualdad, no hay corresponsabilidad en casa. […] Eso fortalece la relación de pareja, eso mejora el clima familiar y, por supuesto, estamos dando un modelo de corresponsabilidad a nuestros hijos”.

Para que exista esta tan anhelada igualdad, y por redundante que parezca, tenemos que reconocernos como pares. Porque a pesar de cuán empampados estemos de la marea violeta, todavía es normal escuchar “¡Cómo te ayuda tu esposo!”. Iniciativa Spotlight, alianza de la Unión Europea y el Sistema de las Naciones Unidas para contribuir a poner fin a los femicidios, entendió esto a la perfección. A través de su campaña “Los Ayudadores”, un corto de apenas un minuto, se muestran a una serie de mujeres almodovarianas que, ante su desborde, lo único que reciben es una cortesía más parecida a la torpeza. Con el permiso de la audiencia, aconsejaría que elijan una pareja lo suficientemente deconstruida para los tiempos que corren. Si el partener no alcanza estos estándares y tiene otras cualidades que lo salvan del divorcio express, entonces asegúrense de buscar otros ayudadores que, si la economía se los permite, estén bajo contrato. Citando a otra compañera de ruta: “La mejor ayuda es la paga porque es incondicional”.
Las amas de casa lloran y no facturan
Además de los pormenores emocionales que trae el trabajo doméstico, se le suma el hecho de que no existe una retribución monetaria. Esto se ve agravado por un mercado laboral que todavía no es apto para madres. Laura Velasco, ex legisladora porteña y actual titular del Instituto de la Economía Social en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, conversó con Vayaina Mag sobre este tema. “El tiempo que conlleva la labor de los cuidadores, en su mayoría mujeres, hace que, a la hora de buscar trabajo, solo puedan acceder a trabajos mal pagos. No es casual entonces que las mujeres en Argentina, pero también a nivel mundial, estén en el escalafón de mayor pobreza. Es decir, la pobreza tiene cara de mujer. Y al no ser reconocidas por su labor doméstica, esto genera falta de desarrollo en el resto de las áreas”, sostiene Velasco.

A partir de una investigación, ONU Mujeres concluyó que la economía asistencial simboliza entre el 10% y 39% del producto bruto interno mundial. Para entender la dimensión de estos números, llevémoslo al caso argentino donde el sector de la salud representa el 10% del PBI y el de energía, el 8%. En ese sentido, es imperante generar políticas públicas que defiendan a estas almas altruistas. Más aún, a aquellas mujeres en situación de vulnerabilidad.
El último Día de la Madre, el Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad (ODHV) de la Universidad Austral, publicó el informe “Maternidad: indicadores críticos reflejan las desigualdades que enfrentan las madres en contextos de vulnerabilidad”. Este documento señala que las mujeres de menor nivel socioeconómico y educativo tienen más probabilidades de ser madres jóvenes. Esto, como es lógico inferir, las ubica en un lugar de desventaja en el mercado laboral. La situación empeora por la reducida participación de los padres. Según este informe, en los sectores de mayor vulnerabilidad, 8 de cada 10 hogares son monoparentales maternos. Para colmo, el estudio reveló que el 68% de los progenitores hombres no convivientes incumplen con la cuota alimentaria. Si la ley no se ampara de ellas, ni tampoco los responsables de contratarlas, ¿qué solución queda? En esta opacidad, la ex legisladora resalta el rol del cuidado comunitario. “Durante la pandemia, se demostró con mayores luces lo indispensables que son, especialmente en barrios populares o en situaciones de violencia de género”, explica y hace notar que, al igual que el trabajo doméstico, esta labor también está invisibilizada. “Si le queremos poner un rostro, serían las cocineras en los merenderos. Esto no suele tener ni reconocimiento económico, ni social. Hablo desde el femenino porque suelen ser más las mujeres las que llevan adelante esto. Y se replica tanto en el ámbito privado como en el público. Es fundamental legislar estos aspectos para poder ayudar a las mujeres”, aconseja Velasco.
Hecha la ley, sorteada la trampa
La mayor traba que tiene una madre a la hora de desarrollarse profesionalmente son sus propios hijos. Con esto, me refiero a la falta de empatía que uno todavía puede encontrar en las telarañas del mercado laboral. Esta ecpatía responde a las presiones paradójicas que enfrenta una mujer con niños donde la ley suprema es que debe ser una madre full time que no descuida su carrera. La comediante estadounidense Ali Wong ironiza sobre esto en “Baby Cobra” (Netflix, 2016): “El feminismo es lo peor que nos ha pasado a las mujeres porque ahora se nos exige trabajar”. Wong lo dice, además, siendo abiertamente feminista y con una panza de embarazo que no hace sino subrayar la picardía de su comentario. De hecho, en una entrevista a InStyle (2024), admitió que la única forma de continuar su trabajo de comediante fue con la ayuda de los abuelos de sus hijos. Y no solo por el amor que supone ese vínculo, sino también por una conveniencia económica. En este contexto, ¿qué opción queda para aquellas madres que no pueden acudir a familiares, ni costear niñeros?

Como no podía ser de otra manera, nuestra Suiza latinoamericana, creó una Ley de Cuidados revolucionaria. A partir de su sanción en 2015, se estableció al cuidado como un derecho social. De esta manera, todas los niños, las personas con discapacidad y las personas mayores tienen derecho a recibir atención. ¿Y quién asume esta responsabilidad? Nada más y nada menos que el Estado uruguayo por medio del Sistema Nacional Integrado de Cuidados (SNIC). Uno de los aspectos sobresalientes de esta ley es la profesionalización de las tareas de cuidado. Esto tiene dos beneficios. A corto plazo, la tranquilidad de la madre que, a la hora de dejar a sus hijos en los centros para poder ir a trabajar, sabe que están en buenas manos. Y a largo plazo, una mejora de las condiciones laborales de los cuidadores.
Velasco explica que la contrapartida argentina de estas agencias de cuidado son las organizaciones sociales: “El trabajo comunitario es especialmente importante cuando el cuidado de las infancias se debe derivar para que la mujer pueda salir a trabajar y no puede hacerlo porque no tiene con quién dejarlos”. La ex legisladora ratifica la necesidad de una ley como la uruguaya en nuestro país y resalta la urgencia de articular este esquema de cuidados con la educación. “Se tiene que trabajar en garantizar más vacantes en educación inicial”, explica. Por otro lado, insiste en que los espacios de trabajo deben “contemplar esta situación y tener sí o sí un lugar de lactancia y una guardería para primeras infancias”.
No podemos cerrar este capítulo sin hablar de los padres y de la licencia por paternidad. Sin ánimo de sorprenderlos, Suecia fue pionera en esta materia al convertirse en el primer país del mundo en introducir una licencia de paternidad de 180 días —en Argentina, es de 2 días corridos— financiada por el Estado y que no corresponde a un género específico. Esto les permite a las parejas delegar las tareas de cuidado de forma justa y equilibrada. Velasco defiende este modelo y ha estado trabajando en una Ley Integral de Cuidado a nivel nacional. De hecho, el Congreso avanzó en esta ampliación que a partir del 2026 entra en vigencia. En un año y monedas, las mujeres podrán tener hasta 126 días y los padres pasarían a tener 17 días de licencia.

Divide y reinarás
A pesar de que las mujeres hemos comprobado que somos capaces de balancear nuestros tradicionales quehaceres con las responsabilidades académicas y profesionales, es imperante reconocer que necesitamos de la mal llamada “ayuda”. Como todas nuestras batallas, sabemos que esta no va a ser fácil. Además de la colaboración que precisamos del resto de la sociedad, necesitamos aprender a delegar. Así como el personaje de Leah Remini en la inolvidable “King of Queens” (1998) desafía a su marido Doug, encarnado por Kevin James Alias el meme para pedir permiso, a que por sí solo encuentre las tijeras que vienen estando guardadas en el mismo lugar hace más de una década, nosotras debemos hacerlo con los propios. Es probable que nadie haga las cosas mejor que una. Pero si queremos tener independencia económica y de tiempo, tenemos que resignar la perfección y abrazar las torpezas de los fieles “ayudadores”.
Miranda Scian es Licenciada en Ciencia Política de la Universidad Torcuato Di Tella donde también dictó clases. Escribe para Noticias Urbanas y acaba de lanzar el newsletter No Hay Con Quien Hablar, junto al escritor argentino Martín Kunik.






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