“Uno de los errores graves
de nuestra generación
fue poner a la ironía
en el pedestal de los recursos.
En el brillo de ese puchero
fermentaron podios morales,
intelectuales y sociales.
Nadie se rescató.
Calladita,
la frivolidad nos rompió la jeta.
Y acá estamos:
riéndonos de todo,
con una tristeza insoportable”.
Leandro Gabilondo
Como ya es costumbre, Victoria Villarruel mueve las piezas de su propio tablero de ajedrez y se desmarca del resto de los integrantes de su partido político. Ni lerda ni perezosa, Victoria se distingue de los demás, quizás porque lee en clave política aquello que otros dejan fenecer en una performance para la “calle online”. Es cierto que ella también se mueve en el terreno del algoritmo pero, a diferencia de muchos de sus colegas de la esfera pública, cuando Victoria aparece planta una sospecha: ¿cuáles son sus verdaderas intenciones?
En ese sentido, en los últimos días, la vicepresidenta decidió cuestionar el contenido de un texto literario que es parte de programas impulsados por la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires, atacando de forma directa al gobernador del distrito más grande del país, Axel Kicillof. Dos oraciones y un hashtag: suficiente para desatar una polémica en la red social de Elon Musk e instalar tres o cuatro titulares de impacto.
“Los bonaerenses no merecen la degradación e inmoralidad que Axel Kicillof les ofrece. Existen límites que nunca deben pasarse. ¡Dejen de sexualizar a nuestros chicos, saquen de las aulas a los que promueven estas agendas nefastas y respeten la inocencia de los niños! ¡¡Con los chicos NO!!”, escribió Villarruel en X.

El el intercambio posterior de tweets, el gobernador de Buenos Aires optó por la puesta en escena y posteó una foto leyendo el libro en cuestión. En el texto que acompaña la foto no hay nombres propios y se destaca la palabra “censura”. Frente a ello, la siempre lista Victoria devolvió el embate: retuiteó ese posteo y en una misma oración lo acusó de leer libros que sexualizan a los niños y exaltan la pedofilia. Cortito y al pie.
Spoiler: la consternación por lo que pueden leer o no los pibes en la escuela es parte del decorado. Y el decorado se calla porque no le importa a nadie.
Censura y confusión
Los protagonistas de este intercambio no hicieron tanto alarde del asunto como sí lo hicieron algunos ¿referentes? que, de manera automática, salieron a pronunciarse. En sintonía con la época, para ejercer la defensa pública de quienes se sintieron atacados no se hizo foco en el debate respecto de cuestiones atinentes a los adolescentes ni en la nula relevancia que este gobierno le otorga a la cultura.
Lo que primó, más bien, fue la necesidad de cuidar el rancho propio, una suerte de corporativismo elitista cuya urgencia es sobarse el lomo y posicionarse en el centro de la escena como víctimas frente al “ataque” de la vicepresidenta. Una dinámica conocida hasta el hartazgo, y que anula la posibilidad de ponernos a pensar si quizás la intención no es pegarle a la literatura sino una pelea en detrimento de la ESI, acaso el bastión de la batalla cultural de La Libertad Avanza durante su campaña y gestión. Sin más, la reacción se traduce en la pérdida de una oportunidad para postular argumentos concretos y dar un debate de ideas.

No es que no podamos discutir sobre la importancia de las palabras pronunciadas desde la investidura. Tampoco es que no nos preocupe lo que pueda nacer de un gobierno que de liberal solo tiene las ideas económicas mientras coquetea con la noción de retroceso en materia de derechos individuales. La cuestión es que no hay nada nuevo bajo el sol, y que los mecanismos de defensa que se pretenden ya se probaron y no ofrecieron buenos resultados.
Pero este parece no ser un tiempo para ensayar posibles alternativas, mucho menos para parar la pelota y hacerse preguntas. Así es como, en cuestión de minutos, se alzó la bandera de la censura y su consecuente protección puesta al servicio de custodiar los intereses de las víctimas. Una respuesta desmedida para ser la que contesta no a una modificación del programa educativo, no a una acción concreta de vulneración de derechos de los adolescentes, sino a un mero tweet. Un despliegue exacerbado que no vemos en la diaria frente a los daños concretos y materiales que se desprenden de las decisiones de este gobierno. Claro que no está ni bien ni mal; en efecto, la reacción por la presunta censura y la inacción por los temas que horadan la justicia social son toda una decisión. El apuro por estar del lado de los buenos se cristaliza en la intrascendencia de una discusión que, en estos términos, es probable que no le interese a nadie.
Existe así una comunión que no interpela porque nada dice de los pibes que van al colegio a comer o que abandonan la escuela como consecuencia del contexto económico desolador en el que quedaron inmersos. Pibes que, en el mejor de los casos, se crían detrás de una pantalla a fuerza de publicidades de apuestas online. Pibes cuyas familias pasan el equivalente al doble de tiempo que corresponde a una jornada laboral legal en busca del mango para sobrevivir. En un país en el que más de la mitad de los menores de edad son pobres, y en el que las deudas sin saldar en materia educativa acumularon intereses a través de los distintos gobiernos que precedieron a los libertarios, ¿qué dice esta “polémica” de nosotros?

En ese contexto, que se alce la voz en nombre de otros para concluir defendiendo el nicho propio nos hace oler el tufo del rédito personal. Una dinámica que llegó para instalarse en la disputa de cualquier espacio, como si no pudiéramos escapar a nuestro destino. Quizás el principal problema sea querer responderle al juego político con buenas intenciones. Un panorama en el que indignarse es sinónimo de fracaso asegurado. Porque es erróneo juzgar a la política en términos del “deber ser”, de “lo que corresponde”. Porque la política no es un cúmulo de buenas acciones en el que triunfan los Avengers, y sí es la disputa por el poder que a los siempre bien intencionados les arruga la ropa.
En ese marco, pretender instalar que hay que repeler un ataque mal dirigido en defense de aquello que nadie ataca es, de mínima, infructuoso. Tal vez sea por eso que los intentos pasarán al olvido sin pena ni gloria, y sólo dejarán expuestas las miserias de los que, frente a estos sucesos, se desesperan por proteger su patrimonio, el de su propio negocio. Tal vez sea por eso que tanto la victimización como la denuncia, como discurso imperante de la época, nunca funcionen como vehículo para convocar. Su destino no es más que el de fenecer en la cristalización del caretaje social.
Soy victima, luego existo. Porque, lejos de hacer parte a los demás, esa pose expulsa a una sociedad que ya no sabe cómo decir que se hartó de que la subestimen. Una Argentina que pegó el volantazo no solo por la debacle económica sino porque se cansó de que las elites solo le impongan morales con fórceps.
Es la política, estúpido
En el plano del poder las cosas son menos solapadas. A nadie se le ocurriría que Victoria Villarruel y Axel Kicillof están dando un debate literario profundo en pos de mejorar el bagaje cultural de los adolescentes bonaerenses.
Mientras Cristina Fernández de Kirchner y el presidente se pelean en X —y sus balas son las respuestas que les arroja la IA— la vicepresidenta y el gobernador se eligen mutuamente. Cada cual le habla a su porción de potencial electorado.

No es la literatura, es la Educación Sexual Integral. No es la literatura, es captar la atención de la clase media eclesiástica y militar, mientras que del otro lado se hace lo propio con el sector de esa misma clase que pondera su formación universitaria y que se constituye como la menos conservadora.
En la primera entrega de este perfil, mencionamos algunos indicios que pueden dar cuenta de que Victoria Villarruel va edificando su propio poderío, dejando atrás al partido político que la ubicó como presidenta del Senado y como la mujer en las sombras detrás del primer mandatario: un lugar que Victoria decidió no ocupar desde el arranque de la gestión.
Para ella pasar desapercibida no es una opción. Su distancia con el presidente es de público conocimiento, y los cuadros más faranduleros de La Libertad Avanza se ocupan de desgastar su imagen con particular esmero. Mientras tanto, Villarruel la ve y elige, haciendo uso de su ojo afinado, a su nuevo adversario político. Por supuesto, su elección no es casual.
No pierde el tiempo ofreciendo respuestas a los propios que la atacan y se dedica de lleno a estudiar lo que se cocina puertas adentro del peronismo.
Si algo sabemos los que gustamos de la política es que en el movimiento peronista si uno se le atreve al jefe y sale airoso, es muy probable que se constituya en el nuevo conductor. No tenemos certezas acerca de lo que va a pasar con la figura de Kicillof pero sí tenemos claro que, hasta ahora, es el único con cierto caudal electoral y gestión de gobierno que puede poner en duda la conducción de la ex presidenta. Una Cristina sobre la que tampoco podemos aventurar cómo va a terminar jugando, y que —aunque algunos se apuren por ubicarla en las puertas del ostracismo— todavía tiene vocación y varios intendentes bonaerenses jugando en su equipo para disputar eso que, al fin y al cabo, todos quieren. En esa interna, al gobernador no lo amedrenta la flamante presidencia del PJ que ahora detenta Cristina. Algunos se animan a decir que usó el asunto de la censura literaria para opacar una aparición pública de su madre política. Solo Dios sabe.

Mientras tanto, Victoria observa y espera. Mira de reojo cómo su imagen positiva comienza a superar la del propio presidente. Y elige esbozar un tuit escandaloso al único efecto de mover el avispero. Mediante unos pocos caracteres, retoma la batalla cultural del gobierno, aunque sí cambia los rostros de los que se suben al ring. ¿Será este el primer round de la carrera hacia el sillón de Rivadavia?
La vicepresidenta arremete contra la ESI, declama una sobreprotección para los hijos que no tiene pero que sí aglutina bajo su lema. Esos “hijos” son los mismos chicos a los que este gobierno pretende meter presos por delinquir, incluso antes de alcanzar la edad sugerida para leer Cometierra en algún aula de la provincia de Buenos Aires. Y tiene la certeza de que esto no es un oxímoron para su núcleo duro de votantes, para el que la institución religiosa está por encima del resto de los valores.
En un mundo en el que Donald Trump acaba de ser reelecto para conducir, una vez más, el destino de los Estados Unidos, y en el que las campañas del miedo yacen agonizantes en el subsuelo social, parece que nadie tiene voluntad de construir algo nuevo. La pelea por mostrar quién es más elocuente en las redes sociales le sigue funcionando a un solo sector mientras que, del otro lado, parecen no ser suficientes los knockout a los fines de pensar nuevas canciones.
Florencia Lucione es abogada en ejercicio (y en construcción). Colabora con columnas sobre actualidad en distintos medios de comunicación. Escribe para saber qué piensa sobre las cosas que no entiende.







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