1. 

Mi nombre es Julieta, tengo 34 años y diabetes tipo 2. Al día de hoy la balanza indica que peso 99 kilos. Hace dos o tres años soy solo eso: mi peso. Siento que hace diez kilos dejé de existir, ya nadie me mira y, en la calle, pasaron a decirme “señora”. En parte es un alivio.

Después de varios estudios para determinar que tengo SOP o síndrome de ovario poliquístico —un desorden metabólico que, entre otras cosas, te lleva a ganar peso y que sea muy difícil bajarlo— y que también tengo un diagnóstico de insulinorresistencia, mi médica me recetó Ozempic, que es el nombre comercial de la semaglutida.

Estos diagnósticos implicaron ir y venir con muchos médicos. Uno de ellos directamente me recomendó que me realice la cirugía bariátrica ya que, decía, iba a renegar bastante para que la prepaga logre cubrirme algún porcentaje de este medicamento, que hoy cuesta entre 360 y 600 mil pesos por mes, de acuerdo a la dosis que uno utilice. En ese momento yo pensé, y se lo dije al médico que sugería operarme, que no iba a cortarme un pedazo para bajar “20 kilos de mierda”. Por lo que, efectivamente, traté de que me cubrieran el medicamento.

2. 

Nací en 1990, transité mi infancia en esa década frívola. Los estándares de belleza no solo fueron imposibles, sino que también dejaron un tendal de TCAs —trastornos de la alimentación— y, obviamente, de muertas. No había nada más importante que ser flaca. Britney Spears, Christina Aguilera y, en Argentina, Luisana Lopilato y las chicas Cris Morena eran la referencia. Todas pesaban menos de 50 kilos, todas tenían tez clara y pelo lacio, rubio.

En algún lugar leí, o a alguien escuché decir, que tal vez rubia podía ser. Solo había que teñirse y listo. ¿Pero flaca? 

3. 

Con la receta de semaglutida en mi poder fui a la farmacia. Logré, mediante la presentación de un montón de formularios, análisis de sangre, y una espera de meses, que la prepaga me cubra un 70%. Sobre el 30% restante, mi médica me entregó un bono a mi nombre, que cubre aproximadamente un 10% del total de la droga, por lo que terminé pagando unos 80 mil pesos. Según ella, la cobertura que yo logré fue insólita. Según las personas que atendían la farmacia, tendrían que haberme cubierto el 100%. Pero al ser una droga nueva y de alto costo, los seguros médicos (en su mayoría) eligen no cubrirla.

De acuerdo con la Ley Nacional de Diabetes, las obras sociales y prepagas deben cubrir la totalidad de los medicamentos utilizados por los pacientes con esta patología, así como reactivos, agujas, insulina de ser necesaria. Es el porcentaje de cobertura que logré para la metformina, por ejemplo, recetada para la insulinorresistencia.

Si bien el Ozempic o semaglutida, y otras drogas similares, están indicadas para la diabetes, son sobre todo medicamentos para la pérdida de peso. El mecanismo de las drogas GLP1 emulan una hormona que ayuda a controlar la insulina y la glucosa en sangre y, además, te hace sentir lleno. Reprime lo que los yanquis llaman food noise, que no es ni más ni menos la intrusión permanente de pensamientos sobre comida.

En casa leí el prospecto, solo por formalidad. A este punto, es mucha más la información que obtengo de internet —la mayoría a través de reels de Instagram— de otras personas que están en un weight loss journey con estos inyectables. Varias decían que la principal consecuencia del Ozempic era llorar y me parecía exagerado.

La médica me habló de náuseas los primeros días, y ya. Planteé una preocupación con respecto a eso, pero la minimizó. De hecho, si bien el prospecto menciona esta misma posibilidad, de náuseas, diarrea y vómitos, es bastante escueto y también, de alguna manera, subestima los síntomas.

Nada de todo esto atemoriza realmente si del otro lado del umbral estás vos, flaca. Sobretodo para las personas de mi entorno, que son del team salud. Una insistencia que noto a nivel social: la salud es lo más importante, que tu hijo te salga “sanito”. Esto, a mi criterio, implica que estar enfermo, sea cual sea el cuadro, es una abominación. En mi caso, ser gorda —sobre todo habiendo sido “tan flaca” antes— para parte de mi círculo es la mayor abominación de todas.

Mido 1.74. Cuando tenía 15 años llegué a pesar menos de 50 kilos. Cuando tenía 22 pesaba 65, y un traumatólogo me dijo que si no bajaba 15 kilos de un tirón dejaba de ser su paciente. Creo que nunca más lo ví.

Cuando veo una foto del pasado, cuando me veo con un peso que no es el actual, siento que estaba flaquísima. Sin embargo, si pienso en la Julieta de ese momento, recuerdo sentirme mal, equivocada: yo me sentía completamente gorda. Quizás mucho más que ahora.

4. 

Cuando tenía seis años, de visitas en casa, una amiga de mi mamá me agarró una mano, la miró y me dijo que yo tenía manos de gorda. Que si seguía comiendo iba a ser peor, que se iban a quedar así para siempre. Desde entonces si hay algo que odio de mí, son mis manos. Quizás la amiga cruel tenía razón, aún cuando pesaba mucho menos, por la forma y el tamaño de mis dedos, nunca logré conseguir un anillo que me entrara.

No había nada sobre la faz de la tierra más importante que ser flaca. Te lo decía tu abuela, para quien parecía que, la mayoría de las veces, lo único que podía ver en vos era tu peso. Que si seguías engordando nadie iba a quererte.

Las nacidas en los 80s y 90s fuimos criadas por una generación que insistió tanto con desaparecer que nos enseñó a cosernos la boca. Qué mejor que quedarse modosita en la cocina, preparar cosas riquísimas para los varones de la casa, mientras ellas se conformaban con la poca sazón de una ensalada, como en ese episodio de Mad Men. En la década en la que Barreda mató a su esposa, su suegra y sus dos hijas, mejor no abrir la boca para dar una opinión. Menos para comer y engordar.

Hay una médica simpática en X que, en medio de estas discusiones, dijo “¿Vieron que para adelgazar hay que cerrar la boca y listo?”. Esta pregunta, tan afirmativa, señala que para adelgar es un deber sufrir. Pero no es sino una trampa: muchos piensan que aplicarse Ozempic es tomar un atajo, perder peso sin sufrimiento.

5. 

Los primeros días del Ozempic son raros. Hay cosas que empezás a sentir a los diez minutos de ponerte la primera inyección. 

Me acuerdo que era viernes a la noche, hace dos meses. Por primera vez, me medí el azúcar pinchándome un dedo. Me inyecté la semaglutida una hora después de cenar y el postre ya no quise comerlo. Le pegué un bocado a medio alfajor: me pareció un asco.

Los días siguientes, mientras la glucemia me daba bárbara, también fueron un asco. Nunca había sentido náuseas como esas. Obviamente vomité, no una sino muchas veces. Ya no pude desayunar huevos, como lo hacía normalmente, ni comer tanta proteína, como me hubiese gustado. La sola idea de determinadas comidas que me gustan y que, de hecho, son buenas para mi organismo, me parece aberrante.

Hay mucha gente que está de acuerdo con que la primera semana es la peor, pero también pasó algo loquísimo en mi familia: si bien todos mis síntomas eran esperables, de acuerdo con el prospecto y la médica, aún así les parecía una abyección que yo vomitara cinco o seis veces por día. O que no quisiera comer, porque el hambre había desaparecido. Entendí que si comía, iba a terminar vomitando. Que es lo que, en efecto, sucede y sucedió, al menos durante los primeros días luego de inyectarme Ozempic una vez a la semana.

¿Cómo piensan entonces que uno adelgaza? Vomitando, teniendo diarrea, comiendo muchísimo menos porque, aunque hace varios meses me alimento de una forma mucho más saludable, aún la porción mínima de la vianda es una que puedo comer hasta la mitad. Después ya no puedo respirar.

Creo que al comienzo del tratamiento no extrañás la comida: extrañás tener hambre. O te da mucha bronca estar comiendo algo que te gusta y solo poder hacerlo hasta cierto punto. No puedo dejar de pensar en esas nutricionistas de Instagram, que a todas luces tienen un tremendo TCA ellas mismas y recomiendan cosas que los refuerzan y generan. Ellas, todas flaquísimas, se preguntan y te preguntan: “¿Cuánto tiempo de satisfacción da comer esto que tiene un montón de calorías? No más de 15 segundos.”

También pienso en las influencers del Ozempic que sostienen que la droga está diseñada para poder utilizarla toda la vida. Que, a pesar de los efectos adversos que incluyen ceguera, pancreatitis, deshidratación, insuficiencia renal, temblores, tumoración en las tiroides, la semaglutida puede utilizarse como la medicación de un diabético insulinodependiente.

A pesar de que en un principio bajé bastante de peso, intenté tener presente que lo que me estoy inyectando no es una droga mágica. Si no lo acompañás con un cambio de hábitos, como hacer ejercicio, es muy probable que lo que estés haciendo sea al pedo. Tampoco puedo evitar pensar, todo el tiempo, en lo que me dijo prácticamente todo el mundo: “Después, cuando dejes de usarla, el rebote va a ser terrible, vas a estar más gorda que antes”.

Cuando miré la balanza, después de la primera semana de Ozempic, y confirmé que ya había bajado 5 kilos, no me puse contenta. En ningún momento estuve contenta. No sé si el peso va a rebotar o no después. En general siento que lo que sufro y sufrí, sobretodo al principio, no vale tanto la pena.

6. 

En alguna parte de Abzurdah, Cielo Latini te decía que cuando querés dejar de comer para que te entren jeans que estaban buenísimos —y que nunca antes podría haber usado—, los primeros tres días son los peores. Que al tercer día la almohada tiene forma de empanada, pero que después, como por arte de magia, el hambre desaparece.

Primera cita: “Bienvenidos a Me como a mí: este es un sitio a favor de los desórdenes alimenticios. Esto quiere decir que consideramos a la anorexia, la bulimia y la automutilación (entre otros) como estilos de vida. A favor del respeto y los desórdenes alimenticios. Información y ayuda: wannabes go home

Segunda cita: “De acuerdo con un estudio reciente, más de la mitad de las mujeres entre 18 y 25 años prefieren ser pisadas por un camión antes que ser gordas, y 2/3 de las encuestadas prefieren ser malas o estúpidas”

Tercera cita: “El 42% de las nenas entre 1er y 3er grado quiere ser más flaca”

Latini tenía 21 años, era flaca y exitosa. Después se casó, formó una familia. Muchas de las que leyeron su opera prima publicada en el año 2006 terminaron muertas.

7. 

Hace un tiempo internet no para de machacar con la idea de que el body positive se terminó, o que tal vez nunca existió realmente. No sé si fue por la foto de Lizzo mucho más flaca, o de Barbie Ferrera, o el hecho de que Sol Carlos haya adelgazado tanto para su casamiento, pero me acuerdo, sí, en febrero de este año, de Lana del Rey.

Desde que empezó a hablarse del Ozempic como “droga mágica” para perder peso, muchas estrellas de Hollywood caen en un M.O. muy distintivo: dejan de subir fotos y videos a sus redes sociales por seis meses y, de repente, cuando reaparecen son un lápiz. Todas ellas eran muy flacas en los 90’s o en los 2000, y luego les pasó lo que generalmente nos pasa a todas: la vida.

8. 

En 2018, surgió una suerte de pacto social que sentenciaba que no había que hablar del cuerpo ajeno, que había que aprender a quererse cómo una es. Bueno, eso se terminó. ¿Pero existió realmente alguna vez?

No colabora haberme mudado de Buenos Aires a una ciudad asquerosamente superficial: cuando en 2019 llegué a Corrientes Capital, en mi primera cita de Tinder la persona me preguntó si siempre había sido gorda o era algo de ese momento. Entonces pesaba 20 kilos menos que ahora. Este es un lugar en el que todo se trata del culto al cuerpo, mis compañeras de la secundaria se ven todas exactamente igual. El tiempo no les pasó.

9.

Ya no extraño tener hambre: odio tener hambre. Lo que siento a medida que me aplico la medicación va cambiando. 

Cuando fui a ver a mi médica en la quinta o sexta semana, le planteé que incluso ese mismo fin de semana había estado vomitando luego de comer dos porciones de pizza. Me dijo que todos los síntomas que estaba teniendo eran esperables, pero que ya para ese momento deberían haber mermado. Me propuso inyectarme una vez cada dos semanas, ya que mi dosis es la mínima, con la idea de poder volver a comer lo que quiera alguna vez, pero en porciones más chicas.

Pasó, en otra medida, lo que pensé que iba a pasar. Si me inyecto la droga los viernes, el fin de semana puedo comer poco y nada. Recién hacia el miércoles o jueves tengo un hambre “un poco más normal”, pero entiendo que no es lo ideal. Luego empieza todo de nuevo.

Cuanto más cerca estás de la inyección, peor te sentís, menos podés comer.

Al espaciar las dosis, transité una semana completa que fue una extensión de ese “miércoles-jueves”. Igual, todavía, vivo con ganas de vomitar. Si toso accidentalmente es muy probable que me pase los siguientes 15 minutos tratando de no terminar arrodillada frente al inodoro. Hay un momento clave en medio de la náusea al que yo llamo “momento bisagra”. Son unos segundos en los que si perdés el control, vomitaste. 

Con el Ozempic es muy fácil perder el control: todo es acerca del control.

Me disgustó tanto volver a tener hambre que empecé a inyectarme la mitad de la dosis mínima todos los viernes. Lo estoy haciendo hace dos semanas. No es muy ortodoxo, pero ya no tengo un hambre “voraz” y pude volver a tomar café.

De cualquier manera tengo muy presente que a medida de que algunos síntomas mermen, lo que indica el laboratorio y lo que dicen los médicos, es que tendría que subir la dosis. Caso contrario, la droga no va a tener el efecto deseado.

Entonces, ¿cuál es realmente la manera de adelgazar? Vomitar. Tener diarrea. Vivir a Gatorade. Creo que el Ozempic colabora con los otros síntomas, tanto del SOP como los de la insulinorresistencia: la glucemia me da bastante mejor, mis ciclos menstruales se regularizaron y de hecho me viene muy poco. Pero si bien “solo bajé 2 kilos más” luego de esos primeros 5, entiendo que es una droga que impone al cuerpo una violencia tremenda. Sin contar que lo que te hace psicológicamente tal vez sea mucho peor.

No sé realmente dónde está el límite. Desde que empezó todo esto, quiero averiguarlo.

10.

Son los años 2010’s. Estoy en mis veintis. Todo lo que sé de esta etapa de mi vida fue que de alguna manera tuve que pedir que me miraran algo que no fueran las tetas. Luego de terminar de cursar la carrera de sociología, en algún momento muy Britney, me rapé: tal vez sí quise desaparecer. En parte lo logré.

¿Qué es lo que nos hace a las mujeres personas? ¿Qué queda después de la autodestrucción?

11.

Me resulta muy difícil escribir esto cuando a veces fumar o toser me provoca náuseas. Es tan fácil terminar vomitando que ya aprendí a entrar en esa suerte de estado meditativo, respirar hondo, irme con la cabeza lo más lejos posible de la situación.

De todas formas, el pensamiento recurrente sigue ahí: si no vomito, quizás no adelgazo.

12.

Creo que cuando sos flaca hay cosas en las que no pensás. Cuando ya no lo sos, las pensás todo el tiempo.

Durante la adolescencia, estaba flaca, sí, mucho más de lo recomendable para mi altura. Sin embargo, me sentía un elefante. Nunca logré usar un talle menos que el L, quizás hasta los 23, 24 años. Mientras atravesé mis años en la facultad también estaba flaca, pero por muchas razones era profundamente infeliz. Nadie lo notaba realmente. Si volvía a lo de mis viejos algún fin de semana largo, me decían “estás bárbara”. 

Nunca quise matarme tanto.

En ese entonces no estaba obsesionada con la idea de ser flaca o adelgazar, era una presión externa. A su vez, admito que comía poco y nada, y por supuesto el metabolismo de un cuerpo joven ayudaba un montón.

Una psiquiatra me dijo una vez que ella no me veía, de alguna manera, haciendo el esfuerzo de agradar físicamente a otras personas. Esto no tenía que ver con el peso, sino con que no usaba maquillaje y tenía el pelo bastante corto. Le preocupó, en sus palabras, la posibilidad de que mi vida sexual no fuese tan activa. Le contesté que cogía un montón, así como me veía.

Hoy, adelgazar también es, en parte,  una presión externa. De mi familia, de los médicos. Lo mucho que “te estás matando” si pesás más de 100 kilos. Sin embargo, en estos años, había logrado quererme tal como era. Mis amigos no ven solamente mi peso y tampoco consideran que sea tan grave haber engordado tanto. A mí tampoco me parecía tan grave. En general, es como si mi tribu viviese en una dimensión paralela.

13. 

Lana del Rey engordó, en algún momento, como engordamos muchas personas durante la pandemia. De lo que ya no puedo olvidarme es de la campaña de ropa interior que hizo para la marca de Kim Kardashian. No solo estaba hermosa —ella es hermosa—, sino que de repente estaba flaca. Como si fuese un gender reveal, ahora las estrellas hacen un new body reveal. Lo hizo Christina Aguilera, lo hizo Lindsey Lohan con su nueva cara. 

Nunca voy a poder ser ninguna de ellas, ¿pero flaca? Eso sí puedo ser.

Ahora entiendo un poco más la “ciencia” detrás de eso, detrás de adelgazar. La autofagia es comerse a uno mismo. No sé si hubo en la historia de la humanidad otro momento en el que haya habido tanta cantidad de información dando vueltas al respecto. Ya no sé si alguna vez voy a poder olvidarme de lo que es glucose spike o, si alguna vez, cuando me siente a comer, logre no pensar en la proteína, en la importancia de la proteína.

No sé qué hay del otro lado. Tal vez las ideas ajenas y las presiones finalmente se me subieron a la cabeza. Por momentos dejo de sentir que así, tal como soy ahora, alguien va a quererme. Pero admito que es mentira: en parte la idea sigue ahí. Pienso en todas estas figuras mediáticas, cada vez más flacas, ¿se quieren más ahora que antes del Ozempic? ¿Lo pudieron dejar sin que el peso rebote? ¿Acaso piensan dejarlo alguna vez? 

Lo que hay detrás de que no te entiendan es una profunda soledad.

Julieta Acosta estudió sociología, dio talleres de escritura creativa y (a veces) edita libros.


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Una respuesta a “Crónicas de Ozempic: me como a mí”

  1. […] tuve nauseas, mareos, vómitos, ni ninguno de los problemas que reportó Julieta Acosta en su nota de Vayaina Mag del año pasado. No discuto su relato, desde ya, solo digo que yo no tuve problemas. […]

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