dice que no sabe del miedo de la muerte del amor 
dice que tiene miedo de la muerte del amor 
dice que el amor es muerte es miedo 
dice que la muerte es miedo es amor 
dice que no sabe
A. Pizarnik

1.

Cuando Los Cafres lanzaron y convirtieron en hit, allá por 2004, “Si el amor se cae”, muchos lo tomaron para el lado del amor romántico, pero la clave estaba en ese verso que dice «No hay amor en el diario de hoy».

Los rockeros de los ‘90 —que, para mí, empiezan en 1989, con el inicio del menemato y la caída del muro de Berlín, y terminan en 2001, con el que se vayan todos y la caída de las torres gemelas—, se habían pasado la década escribiendo sus letras con el diario en la mano: el atentado a la AMIA, María Julia Alsogaray, el desempleo, la desocupación, las privatizaciones, Duhalde, sus medidas y sus aparentes vínculos con el narcotráfico, la corrupción. Dediqué una tesis de 400 páginas al respecto.

Si bien, para 2004, las letras del rock habían adoptado nuevos yeites, se avecinaba el incendio de Cromañón. Y, no, todavía no se leía demasiado amor en los periódicos o, mejor, recién se estaba empezando a construir la idea de un amor. Uno que terminó acentuando odios y profundizó una grieta tan vieja como la historia de este país. Hace poco escribí en un poema apocalíptico: «la historia de una guerra / es, también, la de un amor».

En 2011, tuve la oportunidad de entrevistar a Guillermo Bonetto, cantante de Los Cafres. Recuerdo haberle hablado del amor como hecho político. Él contestó: “Hay mucha gente que, cuando escucha la palabra amor, flashea que estamos hablando del amor de pareja, pero nosotros hablamos de él como un modo de ver la vida, como una opción, como una lucha, como una forma de respeto hacia uno mismo, hacia los demás y hacia las oportunidades”.

2.

Las noticias que leemos y vemos hoy, en portales y en redes, no tienen ni una pizca de amor. Despidos y pobreza, en alza; consumos, en baja; la decisión cruel de un gobierno cruel de romper y desarticular políticas de salud pública, al punto de dejar la Organización Mundial de la Salud. No hay un registro exacto y oficial de las muertes por discontinuación de tratamientos oncológicos pero, a diciembre de 2024, eran más de 60. También se desmanteló el Programa de cuidados paliativos del Instituto Nacional del Cáncer. No plata para más opiodes: morirás con dolor. Algo ha pasado después de la pandemia: parecieran importar más unos muertos que otros. Sin duda, un tema espinoso.

3.

La tele reproduce una y otra vez hechos que el noticiero de Telefé ha dado en llamar “estados alterados”, discusiones violentas que muchas veces terminan en tragedia. Un tipo que labura en un hipermercado agarra una pala y con ella noquea, por la espalda, al encargado. No le había dado un franco. Otro se baja con un chumbo del auto y le apunta al otro conductor en la cara. Además, de la bendita inseguridad: abuelas arrastradas por motochorros, chorros que se quedan atrapados en rejas. Por no hablar del nuevo mártir, que a fines de enero, se sumó a la puja libertaria en contra del gobernador de la Provincia de Buenos Aires: un repartidor motorizado al que asesinó “la inseguridad del conurbano”. De la duplicación en la cantidad de suicidios en el mismo distrito hablan muy pocos, casi nadie. Que son más quienes se suicidan que aquellos asesinados, menos.

4.

El historiador Achile Embembe lo llama «necropolítca». A mí me gusta decir que el de Javier Milei es un tánato-gobierno porque, si bien involucra al Estado, hay una decisión personal, íntima, más pequeña y, por tanto, más cruel —¿acaso, sádica?— más dañina. Algunos usan el adjetivo “eugenésico” para nombrar el rumbo de su gobierno. Prefiero usar la referencia a Tánatos, ese dios griego que se encargaba de llevar a los muertos al inframundo y que Sigmund Freud tomó para desarrollar su teoría de las pulsiones. También prefiero decirlo sin vueltas. Lo repito desde hace meses: nos quieren muertos. El futuro, que ya llegó hace rato, parece acelerarse hacia el infierno. 

5.

Ya lo dijo la ex canciller Diana Mondino (66 años) en la mesa de Mirtha Legrand (97 años). ¿Para qué darle crédito a nuestros viejos? “Si sos un jubilado arriba de no sé cuántos años, es casi seguro que te vas a morir”. No se le movió ni un pelo.

6.

Ya lo habían advertido varios psicoanalistas durante el transcurso de la pandemia: el modo en que estábamos despidiendo a nuestros muertos, la falta de un duelo colectivo, causaría fisuras, problemas. El especialista en bioética Juan Carlos Tealdi, afirmaba: “la gente está muriendo mal y los familiares se están despidiendo mal. Eso causa un impacto. Genera un trauma colectivo que vamos a ver después”. Tealdi lo compara con la Guerra de Malvinas. Es lo que afirma Judith Butler: el trabajo de duelo constituye comunidad política y da cuenta de que estamos hechos de alteridad.

7.

El sociólogo Esteban Dipaola afirma que asistimos a una época sin narración y, por tanto, sin memoria. Escribe: “Los amores de esta época se olvidan y con una facilidad pasmosa. Lo inevitable de esta condición es que ya no se vive el amor más que como una especie de placebo”.

Cuando leo a Dipaola se me vienen a la mente dos cosas. Por un lado, la afición de los funcionarios de este gobierno por el cosplay. Algo en esa práctica aniquila la narración, la posibilidad de un relato y se centra sólo en el instante-acontecimiento. Por otro, pienso en cómo nos están llegando ciertas narrativas de lo amoroso este verano. A la manera del viejo folletín, por entregas. El caso Wanda-China Suarez-Icardi-Lgante no es más que eso, una fórmula probada desde Las aventuras de Pinocho, con personajes que se suman y se restan según se necesite y con una narradora, al parecer, omnisciente: Yanina Latorre, que oficia, además, de personaje y editora. 

Nuestro Eros de verano. Apenas una pizca narrativa.

8.

Son tiempos difíciles. Parecen haber muerto el amor, el sexo y sus relatos. Tiempos a la manera de “Al lado del camino”, esa canción que Fito Páez escribió en el ocaso de los ‘90 y que tiene una particular vigencia. Tiempos en los que «nadie escucha a nadie», en los que «todos contra todos». «Tiempos mezquinos y egoístas», en los que siniestros personajes rondan ministerios «haciendo la parodia del artista». En fin, una era de profunda soledad y desamparo.

Habría que ver qué están escribiendo los letristas de esta época —desde el pop y la música urbana, el rock ya murió demasiadas veces. Resulta demasiado pronto para trazar una hipótesis, pero en la contraofensiva de la cruzada que el presidente ha emprendido contra algunas artistas trae algo de lo vital, de lo lúdico, de lo erótico. Fanático, de Lali, la reversión de Dillom de Sr. Cobranzas (si hay un himno del humor de los ‘90, es ése), los versos de Ca7riel y Paco Amoroso: «Mmm, no me cierra, una motosierra» y «Si digo verdade’me van a limpiar como a Natacha Jait».

9.

Mientras termino de escribir este artículo durante el Cosquín Rock, algunos músicos se pronuncian y hasta les cambian palabras a sus letras para denunciar y mofarse del presidente.

También asisto, asistimos, a la mayor estafa que un jefe de estado comete en la historia de este país y, quizás, del globo. Es burdo. Lo vemos en vivo. Todo. La estafa, la flagrancia, las complicidades, los alcances. Y cuando un periodista de dudosa independencia le pide explicaciones, Javier Milei mete la cola de Tánatos una vez más: «Es como que alguien va, juega a la ruleta rusa y le tocó la bala».

Ay, ay, ay. Parece que al final el amor no vence ese odio, que también es la muerte. El filósofo italiano-argentino Rocco Carbone, que viene estudiando los alcances fascistas y mafiosos de este gobierno, lo tuitea mejor: “Es un poder destituyente de la estatalidad y la soberanía. El propósito de la coin ésa es atentar contra la soberanía monetaria. Pavimentan el camino tanático contra el Estado y la comunidad”.

Flor Codagnone nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en 1982. Se licenció con honores en Periodismo por la Universidad del Salvador. Es poeta y performer. Se dedica a la divulgación de poesía. Ha publicado una decena de libros. Insiste. Insiste. Insiste.


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