El folklore en Bolivia es una forma de expresión devocional y allí, como en muchos lugares del mundo, la danza y las celebraciones están íntimamente relacionadas. Entre las mujeres que bailan morenada, hay una apariencia de exceso y ostentación que al interior de la práctica funciona como un canal de comunicación entre lo humano y lo divino. En el despliegue del estatus económico que exhiben las cholitas, en la riqueza de sus trajes, hay también una amplificación material y sensorial en la que lo tangible es más una extensión del elemento espiritual que algo separado de él.

La estética barroca y las demostraciones de opulencia, que son transversales en las expresiones folklóricas bolivianas, son también casi una excepción en la fe cristiana. Y es que si bien está enmarcada dentro del catolicismo, la tradición de las entradas folklóricas andinas tiene una profunda raigambre indígena y por siglos fue una manifestación de resistencia ante la opresión de los gobiernos coloniales.

Las tradiciones aymaras de los pueblos andinos, vinculadas a la danza devocional, se trasladaron a Santa Cruz de la Sierra junto a los migrantes que cambiaron el altiplano por el trópico y con ellos llegaron también las entradas dedicadas a la Nuestra Señora del Cármen, patrona de la ciudad de La Paz y de los paceños en la diáspora.

Cada domingo a mediodía, como si de una misa se tratara, tiene lugar la ceremonia de adoración, la promesa a la virgen y más tarde el desfile, encabezado por su figura y la del niño, en el que cientos de cholitas, bailan con sus trajes suntuosos al ritmo de la banda de vientos y percusiones que marca el compás desde la retaguardia.

Bajo el rayo del sol o la lluvia inclemente del clima cruceño, las mujeres visten sus polleras —no faldas—, que muchas veces llegan a sumar siete capas, su manta y su sombrero, como si continuaran en las alturas secas de La Paz. Avanzan lento, con una sincronía que hipnotiza y ordenadas en filas a lo largo de un par de kilómetros en una peregrinación musical que llama a los curiosos y transmite la alegría del conjunto a quienes paran a chusmear o se asoman a los balcones.

Así es la devoción del folklore paceño en Santa Cruz: pura voluntad al servicio de una fe en movimiento.

Al llegar a destino, la virgen y el niño aterrizan en un altar, el cuerpo de baile los saluda con solemnidad y sudor al entrar al salón y ahí empieza la fiesta pagana. Cumbia, cervezas y más baile para celebrar lo terrenal: la vida mundana del peregrinar dominical.

Gonzalo Pardo es obrero de la producción audiovisual. Fotógrafo, periodista y desarrollador de contenidos. Miembro del colectivo MAFIA y el Programa Patagonia. Autor de Cualquier lugar es bueno para morir (Ediciones El Panda)


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