Cuando mi mamá piensa en la Irene, se le viene a la mente la imagen de su prima envuelta en un poncho rojo pidiéndole que le haga campana. Están en la casa del seide Felipe y de la baba Cecilia. «¿Qué te haga qué?»—le pregunta mi mamá con timidez. La Irene saca un cigarrillo y lo prende. «Que me avises si viene alguien así no me enganchan fumando»—le responde.

Las dos tienen casi la misma edad y una historia familiar atravesada por los abusos de la autoridad. Pero a pesar de estar cortadas por la misma tijera, las dos emprendieron caminos muy distintos. Mi mamá, en su rol de hermana mayor, se mantuvo recta y obediente. Mientras que su prima, la tercera de cuatro mujeres, eligió el camino de la rebelión, sin dimensionar el peligro al que se estaba sometiendo. Después de todo, era tan solo una niña. A pesar de las diferencias, las dos fueron víctimas del exilio. En el setenta y seis, después de que mi abuelo Coco lograra salir del cuativerio, mi mamá y su familia se mudaron de Córdoba a Buenos Aires. Y el año anterior, justo antes del golpe, Irene se fue con sus padres a Israel. 

Historias como las de mi familia hay miles. Suficientes para zanjar los debates que los discursos negacionistas vigentes insisten en volver a abrir con el mero objetivo de ahogar a las víctimas y santificar a los transgresores de la libertad. En un testimonio incómodo para los soldados del olvido, la Irene nos relata las hazañas típicas de una adolescente inquieta que se salvó de las garras del poder. 

Irene en su juventud.

¿Cuál fue tu primer acercamiento a los movimientos sociales?

Yo estaba en el colegio israelita. Y las actividades del fin semana eran generalmente con la comunidad judía. En sexto grado, se produce un punto de inflexión. Medio como castigo porque yo era muy inquieta y me portaba mal, pero también porque se suponía que nos íbamos a venir a Israel, mi mamá me hace rendir libre en el verano. Entonces, salto de sexto grado de la primaria a primer año de la secundaria. Y empiezo a estar, lógicamente, con gente más grande que yo. Incluso, me empiezo a juntar con gente de más de trece años. Yo tenía once, casi doce años, pero andaba con gente de entre trece y quince años. Las actividades sociales de mi grupo ocurrian en el Comité Coordinador de Centros Apartidarios;  del cual unos años después se escinde el LASS (Linea de Accion Sionista Socialista). Los dirigentes del LASS crearon contactos con distintas organizaciones político-militares que protagonizaron la escena de radicalización política durante el período. Y como parte de esta actividad, parte de mi grupo decide militar en la Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista (TERS), afiliada al Partido Obrero de orientación trotskista.

¿Por qué crees que el judaísmo siempre estuvo enlazado con la ideología de izquierda?

Sin ir más lejos, mis padres eran parte de Ha-Shomer ha-Ẓa’ir, una de las organizaciones que fundaron los kibutzim en Israel. La base de estos núcleos es netamente “progresista” y gran parte de la vida comunitaria judía en Argentina encuentra sus antecedentes en el proceso formativo del Partido Comunista en 1920. Seguro tuvo que ver con el hecho de que muchos de los pensadores soviéticos eran judíos como es el caso de Trotsky, por ejemplo. Esta influencia ideológica estaba presente en los Comités Sionistas que, como mencioné, eran socialistas. Yo creo que esta relación surge por la condición de minoría que el judío tuvo y sigue teniendo en todo el mundo. Esto hizo que la colectividad se identificara con los marginados y sintiera la necesidad de buscar formas de combatir la crueldad opresiva del capitalismo. Por otro lado, el nazismo obviamente reforzó el rechazo a la derecha por parte de los judíos. Y el ideal que se tomó para luchar contra el fascismo fue el del marxismo. 

El papá de Irene junto a su nieto en Israel.

¿Sentís que haber nacido en Córdoba también influyó?

Siempre hay que pensar que Córdoba fue la sede del Cordobazo. Existían muchas organizaciones estudiantiles. Y en Córdoba sucedía algo muy peculiar que no solo se manifestaban y daban charlas en las universidades, sino también en los colegios. Desde muy chico, tenías mucha oportunidad de encontrarte con esta gente que además quería a toda costa que te afiliaras. Ser militante de una organización social significaba pertenecer. Y mucha de la rutina de un cordobés consistía en ir a peñas donde se cantaban las canciones de protesta y donde conocías gente. Y la ideología era lo conceptual que unía a las personas. Además, en Córdoba hay lo que se llama concientización. Es una sociedad muy, valga la redundancia, consciente de lo qué sucede. 

Sin embargo, no todos optaron por el mismo camino. ¿Qué rasgos personales dirías que definieron tu destino?

Yo siempre fui rebelde y líder. Me aburría en el colegio. Y me cuestionaba, a esa temprana edad, el orden de las cosas. Empecé a leer el “Manifiesto comunista” de Marx y a interiorizarme sobre la teoría de revolución permanente de Trotsky. Yo quería saber cómo se podían eliminar las injusticias. No podía entender cómo ciertas clases sociales no podían acceder ni siquiera a lo mínimo. Y estas inquietudes se magnificaron cuando me voy del colegio israelita en segundo año. Yo no quería estar más identificada con la comunidad judía. Ahí, me paso a un colegio nacional que era de barrio. Entonces la mayoría de mis compañeros pertenecían a estratos sociales muy modestos y que se identificaban con la identidad de la clase obrera. No vivían en los barrios que mi familia y yo vivíamos. Empecé a sentirme parte de estos grupos y a alejarme de las clases elitistas a las que había pertenecido hasta ese momento. Esto me concientizó aún más y lo que me empecé a preguntar es por qué tenía que trabajar tanto en pos de Israel, si acá, en Argentina, habían tantas injusticias por resolver. 

¿Había algo de la dinámica familiar que también influyó en querer “ser distinta”?

Sí, y es algo que yo analicé tiempo después. En una casa con cuatro hermanas, siempre había que encontrar un lugar que te haga única para que te miren. Y me meto en una experiencia muy sui generis que nunca pensé que se iba a transformar en algo tan peligroso. Yo era una adolescente muy niña que se enfrentó a muchas cosas que no eran para mi edad. Mis papás estaban preocupados. Y como eso era lo que yo había querido lograr, es decir, que me presten atención, lejos de frenar, me escapaba y seguía militando. 

Irene en su juventud.

Volviendo a la TERS, ¿estudiar era parte de la militancia?

La TERS tenía una sede y ahí, nos reuníamos. Tenía una biblioteca de donde sacábamos el material para estudiar. Lo que más se estudiaba era el trotskismo que brindaba la ilusión de protestar en contra de las atrocidades causadas por  los bolcheviques y estalinistas. Yo me acuerdo de estar fascinada con estas ideas. Y estoy segura de que a mis compañeros les pasó lo mismo. Me acuerdo de una vez que mi papá me encontró los libros y me los quemó por miedo a que los militares vinieran y los encontraran. 

¿Vos también tenías miedo?

Hubo un tiempo largo, en donde nunca me sentí insegura. Imaginate que lo máximo que hacía en la TERS era entregar panfletos e ir a las marchas. Nada muy loco. Pero una vez, volviendo de un viaje que había hecho con mi papá a Buenos Aires, pasé por una situación complicada. El cana que estaba en la fila de migración, porque pensá que las fronteras internas no eran libres, ve mi pasaporte, empieza a mirar a sus compañeros y se lo lleva. Yo lo miro a mi papá y veo que se pone blanco. Él empieza a buscar a alguien conocido que nos pudiera ayudar. Pensó que nos iban a llevar. Esto habrá sido en octubre del setenta y cinco. Era la época de la Triple A. Ya en esa época secuestraban a gente y la gente desaparecía. Uno de los casos que más recuerdo es el de Ricardo Levin, que era vecino mío. Cuando lo matan, yo todavía estaba en Córdoba. Pasamos con mi mamá en el auto y vimos a todos los amigos reunidos afuera de la casa porque lo habían matado. Fue una cosa terrible. Por suerte, mis padres me sacaron a tiempo. 

¿Conociste a otras víctimas del terrorismo de Estado?

Alejandra Jaimovich era muy amiga de mi hermana Leonor. Y no habrá tenido más de dieciséis años cuando empezó a militar. Tenía carácter fuerte. Y habrá sido muy peleadora, desafiante. Y creo que justamente porque su ingenuidad se lo permitió. La probabilidad de que ella haya hecho algo verdaderamente riesgoso es ínfima. Era el caso de la mayoría. Unos grupo de adolescentes idealistas sin ningún tipo de entrenamiento militar, ni nada por el estilo. Pero bueno, agarraban a cualquiera porque así funciona la máquina del poder. No interesaba si eran chicos. Cuando un gobierno busca borrar todo rastro de algo revolucionario, no conocen límites. Estamos hablando de un movimiento universitario, pero que tenía representantes en los colegios. Me acuerdo de otra amiga de Leonor, Adriana Gelsbpan. Te cagabas de risa con ella. Una chica super cómica y con mucha imaginación. Pero de ahí a ser una amenaza al país… nada de nada. Imaginate que íbamos todas al colegio israelita de Córdoba. Toda esa época fue el capítulo más oscuro de la historia argentina. Una pelea ideológica se terminó transformando en una carnicería en donde muchas de las víctimas fueron adolescentes. 

Mi papá siempre me dice que si no hubiera conocido a mi mamá, es probable que se hubiera enterado de todo lo que ocurrió en la dictadura una vez finalizada. 

Bueno, mi marido Marcelo, a quien conocí acá en Israel, me dijo que él no sabía de todo lo que estaba pasando. Si no te tocaba de muy cerca, no había forma de que lo sepas. La información estaba muy controlada. Ni hablar de lo que hicieron con los muertos. Es increíble que todavía hayan desaparecidos. Pero bueno, ahí está parte de la brillantez de ese aparato demoníaco: hacer todo sin que nadie se enterara. 

¿Cuál fue el momento crítico que hizo que tu familia decidiera irse de Argentina?

Tanto mis papás, como el seide y la baba eran conscientes de que yo estaba metida en algo peligroso. Y yo lo percibí más por lo encima de la gente que estaba la policía. Había que hacer todo de manera clandestina. Lo máximo que hice fue ir a manifestaciones. Pero era cercana a otros compañeros que sí llevaron la lucha a algo más extremo. De todas maneras, cuando mi seide me dijo que habían allanado mi casa para buscarme, no lo podía creer. Yo nunca sentí que me tuviera que esconder. 

¿Sabés cómo es que daban con los nombres?

La mayoría de los casos era porque agarraban a uno y lo torturaban hasta que diera nombres. También, te agarraban las agendas y no es como ahora que uno anota todo en el celular. Ahí, tenían todos nuestros nombres, teléfonos y hasta direcciones escritas en papel. Los miembros de la Triple A y grupos paramilitares estaban muy bien adiestrados y fueron muy eficientes. Los desastres que hicieron no fueron así nomás. Y yo estoy segura de que me salvé porque nos fuimos antes del golpe. 

Imagino lo afortunada que te habrás sentido. Pero entiendo que las experiencias de exilio suelen ser traumáticas. ¿Qué te pasó a vos?

Fue una experiencia agridulce. Me acuerdo que cuando me subo al avión rumbo a Israel, me largo a llorar. Mis padres habrán pensado que fue porque no quería irme de Córdoba. Pero la realidad es que hubo un momento donde llegué a pensar que mis papás me iban a dejar en Argentina, que me iban a abandonar. Estaba aliviada. Pero igual fue difícil. Venirse a Israel no fue nada fácil. Me llevó años adaptarme. Y a pesar de que había hecho tercer año, tuve que volver a hacerlo. Si me metían directo a cuarto, no hubiera llegado con los exámenes de quinto que eran dificilísimos. Y pensá además todo en hebreo. Por supuesto que eran conscientes de nuestra situación y nos dieron facilidades. Así y todo, fue traumático. Yo venía de estar en el colegio que más que estudiar, salíamos todo el tiempo a hacer huelga y ese tipo de cosas. Y de repente, pasé a estar en una escuela super exigente en la que estábamos todo el día estudiando. Me salvó ser buena con idiomas. Imaginate biología en hebreo. Fue terrible. 

¿Israel estaba al tanto de lo que estaba sucediendo en nuestro país?

La Agencia Judía se ocupó de sacar por valija diplomática a muchos chicos que estaban buscados por la autoridad argentina. Mi marido, oriundo de La Plata, siempre se acuerda del caso de un platense que era un chico judío que militaba en el partido maoista y llegó a Israel de esa manera. El gobierno israelí estaba enterado de la masacre que se estaba cometiendo en la Argentina y que muchos de los chicos que estaban en riesgo eran judíos, y entonces llevaron a cabo un operativo especial de rescate. 

Parque de la Memoria. Jerusalem, Israel.

¿Sentís rencor hacia figuras importantes del movimiento que salieron airosas? 

Sin duda hubo algo en que agarraran a más peones que a líderes. Y creo que tiene que ver con un fenómeno habitual en la política. Muchos de los más “subversivos” van, con el tiempo, abandonado sus luchas iniciales para adaptarse al sistema político, pero también para adquirir más poder. 

¿Sentís que todavía tenemos asuntos pendientes que resolver como sociedad?

Todavía no se ha aprendido a cómo resolver conflictos cuando las visiones son tan opuestas. Lo que sucede acá en Israel es muy claro. Hay varios partidos políticos, pero los dos que están en los extremos son los más importantes. Y a partir de la tragedia del 07 de octubre, la tensión aumentó muchísimo. Y yo siento que en cualquier momento, van a matar a alguien. Es tal la incitación que existe contra aquel que piensa diferente que pareciera que la única solución es algo terrible. En el mundo entero. En varios países hay guerras civiles. Es como si las lecciones del pasado no hubieran servido de nada. Se repite la historia. Y hoy, las democracias están en peligro. 

Miranda Scian es Licenciada en Ciencia Política de la Universidad Torcuato Di Tella donde también dictó clases. Escribe para Noticias Urbanas y acaba de lanzar el newsletter No Hay Con Quien Hablar, junto al escritor argentino Martín Kunik. 


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