Olivia Maurel nació en Kentucky, Estados Unidos, pero también tiene nacionalidad francesa y suiza. Es vocera de la Declaración de Casablanca que pugna por la abolición de la práctica globalmente conocida como subrogación de vientres. Milita, como muchas, por la erradicación de la explotación de mujeres y los Derechos del Niño, no casualmente olvidados en esta discusión.
Pero Olivia no es una más: ella misma es fruto del sistema desigual que intenta desarticular. En esta entrevista exclusiva para Vayaina Mag, la autora de Où es-tu, Maman? (Éditions du Rocher) cuenta cómo caminó hacia el portal que guardaba su verdad, qué encontró en su madre biológica y qué paralelismos encuentra entre la industria de la subrogación y el plan sistemático y ulcerante de desaparición de personas y robo de bebés ejecutado por la última dictadura en Argentina.
A 10 años del primer Ni Una Menos, el testimonio de Olivia pone sobre la mesa una realidad que pocas y pocos quieren nombrar. Y tensiona, a su vez, las máximas del feminismo liberal que versan, incluso hoy, mi cuerpo, mi decisión.
¿Cómo describirías tu vida familiar hasta los 30 años?
Por fuera, mi familia parecía estable, incluso feliz. Tuve padres proveedores, que me dieron una casa, oportunidades, y lo que muchos podrían llamar una infancia “normal”. Por dentro, siempre hubo algo que faltó: un silencio que no podía explicar. Me sentía profundamente desconectada, como si estuviera viviendo la vida de alguien más. Llevé sobre mí una tristeza que no podía entender, una ansiedad que vivía en mi cuerpo incluso antes de tener palabras. Mirando hacia atrás, entiendo que estaba haciendo el duelo de algo invisible, algo que todos a mi alrededor negaban. Y ese duelo le dio forma a cada parte de mí; era el duelo de haber perdido a mi madre.
¿Qué eventos o sentimientos empezaron a levantarte sospechas sobre tu origen?
No fue un solo evento, sino una lenta y dolorosa acumulación de sentimientos. Desde que era una nena, me sentí diferente, como si no perteneciera. No podía conectarme del todo con mi madre de intención, no me veía a mí misma en ella. Había un constante y doloroso vacío dentro mío. Tenía sueños recurrentes de abandono. Sentía que estaba buscando a alguien…pero no sabía a quién. A medida que crecí, no me pude sacudir la sensación de que había algo escondido, algo no dicho. Era como un rompecabezas al que le faltaba una pieza. Y mientras más trataba de ignorarlo, más crecía el dolor.

¿Cómo decidiste ponerle fin a esas sospechas? ¿Cómo atravesaste ese proceso?
Tenía 17 cuando al fin me permití confrontar los sentimientos que me habían estado acechando. Una noche, empecé a buscar online agencias de adopción en Louisville, Kentucky, la ciudad en que nací. No sabía ni siquiera lo que estaba buscando, pero algo dentro mío estaba desesperado por respuestas.
Entonces fue cuando me crucé con las clínicas de subrogación. Y de repente, todo tuvo sentido. El dolor. La ausencia. El desapego que sentí toda mi vida. No encontré paz, encontré la verdad. Años después, cuando tenía 30, una prueba de ADN confirmó lo que en el fondo ya sabía: había nacido a través de subrogación. Ese análisis me conectó a un primo, luego a mis medio hermanos, y finalmente, me contactó mi mamá biológica. Fue abrumador. Trajo consigo tanto alivio como angustia. Pero también fue el comienzo de mi sanación porque, por primera vez, estaba viviendo en la verdad.
Hablás de robo de la identidad —algo que tiene profundas resonancias para nosotros en Argentina. ¿Por qué considerás que a los bebés nacidos a través de la subrogación de vientres se les roba la identidad?
Digo esto con todo el respeto del mundo por la historia Argentina, especialmente con lo que pasó durante la dictadura. Pero la verdad es que hay paralelos. En la subrogación, la identidad del niño es borrada desde el comienzo. Se nos separa de la mujer que nos gestó, y se nos dice que no fue nuestra madre, aunque nuestro cuerpo, nuestra biología, la recuerde. Se nos da una historia nueva, una versión sanitaria. Nuestro certificado de nacimiento no refleja la verdad. Nuestros orígenes son ocultos para proteger los deseos de los adultos. Eso es robo de la identidad. Quizás no en su sentido estrictamente legal, pero sí en su forma más emocional y existencial. Es que te digan “sos esta persona” aunque cada parte de vos grite “no me siento yo en esta persona”. Y como los hijos de desaparecidos que fueron apropiados, crecemos cargando un dolor que nadie quiere reconocer, un dolor que viene de no saber de dónde venimos.
¿Cómo afectó la relación con las personas que creíste tus padres al momento de descubrir tu verdadera identidad?
Hizo pedazos los frágiles cimientos que tenía con mis padres comisionados. Nuestra relación siempre se sintió distante, pero cuando empecé a hablar, a nombrar el dolor, a decir la verdad, a luchar por la abolición, todo se desmoronó. Ellos no querían escucharlo. No querían verme en mi plenitud. No hablamos desde septiembre de 2023. El silencio fue duro, pero necesario.
¿Y cómo fue encontrarte con tu mamá biológica?
Conocer a mi madre biológica, por otro lado, fue algo increíblemente emotivo. No fue sencillo: había dolor, culpa, confusión. Pero también reconocimiento. Verdad. Por primera vez en mi vida, vi mi reflejo en otra mujer. Sentí una conexión que nadie podía impostar o fingir. No borró el pasado, pero me dio algo que había anhelado toda mi vida: mis orígenes.

La mayoría de las mujeres abordan la cuestión de la subrogación desde una perspectiva feminista. Pero vos también subrayás los Derechos del Niño. ¿Por qué?
Porque la subrogación no solo explota mujeres, sino que afecta profundamente a los niños. Como feminista, me enfurece la idea de que el cuerpo de una mujer pueda ser alquilado, que un embarazo pueda ser transformado en un servicio. Pero como niña nacida mediante este sistema, también sé lo que significa ser un producto de esa explotación. La gente se olvida que el niño es el único que no eligió. Nacemos bajo un contrato que decide, desde el día uno, que seremos separados de la mujer que nos gestó. Entonces hablo por ambos: por la mujer que es reducida a un vientre y por el niño que crece con una herida que ni siquiera puede nombrar. Los hijos no son commodities. No son el remedio para el sufrimiento de los adultos. También tienen derechos: a su madre, a su identidad, a su verdad establecida por el Comité de los Derechos del Niño por Naciones Unidas.
La Declaración de Casablanca llama a la abolición universal de la subrogación de vientres. ¿Qué apoyos tiene y cuáles son sus mayores obstáculos?
La Declaración crece día a día. Contamos con el apoyo de feministas, abogados, médicos, psicólogos, mujeres que en el pasado subrogaron sus vientres y personas nacidas mediante este sistema, como yo, de todo el continente. El llamado del Papa Francisco en 2024 para una prohibición universal dio una enorme visibilidad a nuestra lucha. Demostró que no es un debate de nicho, sino un asunto de derechos humanos global.
Pero nos enfrentamos a una resistencia muy poderosa. La industria de la subrogación vale billones. Vende sueños a madres y padres desesperados y silencia la voz de aquellos que salen lastimados. Y muchos gobiernos temen enfrentarlos, especialmente cuando hay personas ricas y poderosas involucradas. Pero no vamos a detenernos y ¡tuvimos grandes victorias! La Declaración no es solo un documento. Es un movimiento. Una lucha por la dignidad, la verdad y la justicia, para las mujeres y los niños.

En América Latina, la subrogación es difícil de discutir, especialmente porque quienes acceden a ella muchas veces son parejas del mismo sexo y porque rige la creencia de que tener hijos es un derecho. ¿Cómo respondés a eso?
Entiendo completamente lo sensible que es el tema. Yo apoyo los derechos de las parejas del mismo sexo. Creo profundamente en la igualdad. Pero también creo que nadie, sin importar su orientación o situación, tiene derecho a un hijo. El deseo de ser madre o padre es humano y válido. Pero un hijo no es un derecho: un hijo es una persona. Usar el cuerpo de otra mujer, especialmente en contextos de inequidad y pobreza, para cumplir ese deseo no es progresista. Es explotación envuelta en papel de colores. No podemos defender los derechos de un grupo violando los de otros. Feminismo y justicia deben ser universales. Y eso significa que nadie pueda compra un bebé, que nadie pueda alquilar un vientre. No importa cuán nobles sean sus intenciones.
¿Qué significa ser mamá para vos con toda esta historia a cuestas?
Significa todo. Convertirme en madre me partió al medio. Me hizo sentir, en los huesos, lo que significa llevar una vida dentro, sentir cada patada, cada respiro, cada latido. Me hizo entender cuán sagrado es ese lazo. La idea de que alguien pueda pedirme mi bebé, simplemente darlo y despegarme de él por un contrato, es inimaginable. Ser una madre con esta historia significa que lucho con toda mi fuerza para que ninguna mujer sea usada de esa forma, y entonces que ningún niño tenga que llevar en sus espaldas el duelo que yo llevé. Mis hijos me dieron el coraje para reclamar mi historia. Son mi luz, mi razón, mi sanación. Y a través de ellos, peleo por un mundo donde la maternidad no sea tercerizada y todos los niños nazcan con amor y verdad, no con silencio y separación.
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Paula Puebla es autora de Una vida en presente, Maldita tu eres y coautora, junto a Julia Kornberg, de Diario de un tiempo mesiánico (17 grises). También escribió El cuerpo es quien recuerda (Tusquets). Da clases de escritura en NN, hace clínica de obra y colabora en medios. En compañía de Victoria Sosa Corrales, es CEO de Vayaina Mag.







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