¡Perón maricón!”, le gritaba enojadísima y algo borracha la actriz Ava Gardner, de balcón a balcón, al ex-presidente argentino (por esos días un vecino más) que aprovechaba las horas ociosas del exilio madrileño para salir al balcón a practicar discursos ante una multitud imaginaria. A los balcones salimos a cacerolear en 2001 al grito de ¡Que se vayan todos! A aplaudir a los médicos y enfermeras y practicar todo tipo de arte durante la pandemia, esa de la que íbamos a salir mejores. De los balcones, dicen, se tiraba aceite a los invasores ingleses. Por el balcón trepaba Romeo para ver a su amada Julieta. Affaciati alla finestra, amore mio, canta Jovanotti en su Serenata Rap, uno de los himnos italianos de los noventa. Affaciati al balcone, Cristina.

El peronismo de Perón arranca y termina en un balcón. De 1945 en adelante, todos quisieron usar el de Balcarce 50, con mayor o menor éxito. Casi siempre fue trágico; un par de veces, ridículo. Eduardo Rinesi señaló en más de una oportunidad que el 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner saludó junto a su familia desde el balcón de la Rosada, miró hacia abajo, y probablemente sintió desolación al ver una sociedad hecha pelota, arrasada, destartalada, que necesitaba volver a constituirse. El pueblo aparece donde aparece la política; no tiene límites precisos. “¿Puedo salir o no al balcón?”, consulta Cristina Kirchner a la Corte Suprema de Justicia desde su cuenta de X con el mismo tono que pregunta “¿A qué hora cierra Rapanui?”  

El balcón es un espacio liminal. Actúa como puente con el exterior, como conductor entre lo privado y lo público. Entre la intimidad —el entrecasa— y la calle. Entre la mujer y el pueblo. Eva lo hizo. Ella fue pionera. Nos enseñó que es de adentro hacia afuera, como con la máquina de coser. El adentro es el lugar al que siempre nos quieren hacer volver a las mujeres, eternamente en falta.  

“Un liderazgo es una puesta en escena”, decía Beatriz Sarlo, cuyo libro de memorias No entender la desnuda en una afinidad con el peronismo no asumida, según Hernán Vanoli y Marcos Zurita, los chicos de Desinteligencia artificial (podcast que recomiendo). Cristina propone, con su presencia intermitente en el balcón de su casa de Constitución, donde finalmente cumplirá la condena, una nueva vieja forma de comunicación. Es lo que ya conocíamos —el líder que le habla al pueblo sin mediaciones— pero sampleado. Pocos pueden hacerlo en pleno 2025. En la calle online son todos ídolos, genios y figuras. Todos pueden tener su tribu y su banca. La calle real es otra cosa. San José y Humberto Primo. Segurola y Habana. Lo viejo funciona pero hay que tener con qué.

Por eso hace una semana de lo único que se habla es de la condena y la condenada, de la gente peregrinando a esa esquina donde cantan, bailan, duermen, toman mate, se encuentran, se miran, se presienten, se desean, se besan, festejan el día del padre, en fin, joden. Todo un espectáculo, como calificó indignada la diputada Paula Oliveto. Y tiene razón. Lo es. Nadie puede dejar de mirarlo. Los que menos la pueden ver son los que más la siguen. “Es indignante la reina bailando en el balcón. Le pido al Tribunal que haga un cerramiento” dice Mercedes Ninci ajena a su ridiculez. “Se ríe de nosotros”, agrega muy serio Alfredo Leuco. Raro, por esas cosas de la historia, no fue precisamente Cristina la que bailó cumbia en el balcón de la Casa Rosada. 

Les jode (también) los cientos de papelitos y carteles como demostración de afecto pegados en las paredes: el amor es cutre. La exhibición de looks, que se supone una frivolidad “porque la gente no tiene para comer” —¿tiene o no tiene?— pero todos y todas esperan cada día para comentar. La capacidad infinita del peronismo —de esa mujer— de producir símbolos. La fotogenia. ¿Cómo puede ser que cada foto sea un cuadro? Por eso también molesta con su centralidad a los propios. Eso sí, cuando ella finalmente ordena, van corriendo a ubicarse debajo de su falda, a colgarse de sus tetas porque si no no son nadie. “Sí, mamá.”

Pareciera como si Cristina se hubiese preparado hace rato para este momento. Tal vez lo hizo. Si algo la pone a funcionar y la potencia es la adversidad. “Mirá lo contenta que está”, escucho comentar a no pocas personas. La mejor Cristina es la Cristina atacada. Es su alimento. 

La voz humana

Como faltaba melodrama, llegó el día de la marcha y con ella un audio de whatsapp de ocho minutos reproducido ante los cientos de miles de personas presentes en Plaza de Mayo que la escucharon, algunos en silencio, otros en llanto. “Hola, ¿qué tal? ¿Cómo están, queridos compatriotas, en esa maravillosa e histórica Plaza de Mayo? Bueno, espero que muy bien. Yo aquí, en San José 1111, firme y tranquila”. El futuro no eran hologramas sino audios pasados por parlantes y altavoces en una plaza pública colmada.

Insisto con lo vintage: primero el balcón, luego la voz, como en un radioteatro, acompañando a la gente. Future nostalgia. Cristina sabe de novelas. Como bien dijo: “las pasó todas”. Pero, además, supo ser una fanática más de Rolando Rivas, taxista, dato que, según cuenta Liliana Viola en “Migré”, fue usado por sus biógrafos para denostar su capacidad intelectual. Y, agregaría yo, reforzar la idea de una señora ordinaria, perteneciente a la chusma, hija de un colectivero. Pienso en Una voz en el teléfono, novela de 1991 inmortalizada con la canción del Paz Martínez: “¿Qué le sucedió? Tal vez no pudo escapar de la prisión. Hay un misterio que le apresa el corazón y no la deja respirar. Hay una lágrima sobre el teléfono”

Cuando parecía que la jornada había terminado con el audio, volvió a escucharse la voz de Cristina en toda la plaza, ahora a través de un llamado telefónico en vivo, que arranca casi susanesco: “Hola, ¿cómo están? ¿Me escuchan ahí en Plaza de Mayo? Soy yo, Cristina. Estoy acá en San José 1111. ¿¡Se escucha?!” “¡¡Siiii!!”, exclamaron los presentes. 

Ahora que sucedió lo que muchos sostenían que nunca iba a pasar y que la principal líder opositora del gobierno de Javier Milei está presa al fin, el panorama es aún más incierto. Si bien la del miércoles fue una demostración enorme de apoyo, es pertinente preguntarse si lo que muchos consideran una resistencia se podrá sostener en el tiempo y cómo se reconfigurará el peronismo para disputar el poder. También cabe reconocer que hay una buena porción de la sociedad que se divide entre la indiferencia ante estos acontecimientos y la alergia al kirchnerismo y cada vez se mantiene más al margen de la participación.

Hace falta mucho más que la ilusión inscripta en el ya nostálgico “Vamos a volver”, que a esta altura deja insatisfechos hasta a los más leales, no importa cuán fuerte se cante en la plaza. Vamos a volver pero ¿cómo? ¿para hacer qué? ¿con quiénes? Lo que pasó, por feliz que haya sido para tantos, ha quedado muy atrás y lo que vendrá no puede ser igual. Cristina, que el día de su condena dijo que la historia le enseñó que el pueblo toma nombres y liderazgos que van surgiendo a medida que va marchando, ayer reforzó ese signo de interrogación abierto. “Yo no sé qué me depara el futuro”, dijo. A Juan Manuel Abal Medina, que falleció el domingo pasado, le gustaba recordar una frase de Leopoldo Marechal: “El Peronismo es como el otoño, que aún envuelto en hojas secas viene cargado de semillas”. Fueron diez días intensos de movilización. Ahora toca seguir.

Suscribite a Vayaina Mag o colaborá con un Cafecito

Vicky Sosa Corrales es licenciada en Ciencia Política y trabaja en comunicación. Es asesora de imagen profesional y colabora en distintos medios. Creó y escribe el blog de moda y política @realpolitichic. Junto a Paula Puebla es CEO de Vayaina Mag.


Descubre más desde VayainaMag

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

TEMAS