Como la escritura, la música y otras expresiones artísticas, la fotografía encuentra un presente en el que las libertades técnicas y los avances tecnológicos acechan, y más que expandir su horizonte, amenazan con estandarizarla, desproveerla de su caracter. Sin embargo, ni la IA, el jugueteo con Grok o las selfies compulsivas con cámara frontal, alcanzan para anular aquello que logra que una foto pueda hacer del instante un mundo, y de la realidad una ficción.

Fotografía: mutación y permanencia
“La humanidad persiste irredimiblemente en la caverna platónica, aún deleitada, por costumbre ancestral, con meras imágenes de la verdad. Pero educarse mediante fotografías no es lo mismo que educarse mediante imágenes más antiguas, más artesanales. En primer lugar, son muchas más las imágenes del entorno que reclaman nuestra atención. El inventario comenzó en 1839 y desde entonces se ha fotografiado casi todo, o eso parece” resume Susan Sontag a cuento del 19 de agosto de aquel año, cuando la Academia de Ciencias Francesa presentó el daguerrotipo, desarrollado por Louis Daguerre, de quien tomó el nombre.
Desde entonces la foto fija fue ampliando sus campos de intervención, maridando con el arte, el periodismo, la moda o la vida cotidiana. Es en el fotoperiodismo donde alcanza uno de sus picos más altos de singularidad porque, a diferencia de otras prácticas artísticas —y de sí misma en campos como la moda— está inexorablemente ligada a la urgencia, el sentido de la oportunidad, el ojo veloz. “… el Che, que hasta ese momento se había mantenido detrás, avanzó hacia un espacio libre de la primera fila de manera casi coincidente con el paso de mi cámara —dice Korda en su anécdota más replicada sobre una de las fotos más famosas del mundo—. El viento le batía la melena y miraba al infinito. Alcancé a hacer tres o cuatro disparos seguidos; un minuto, minuto y medio después, volvía a perderse en el fondo de la tarima”.
Ética y estética
Para Sontag, este carácter documental, puede ir contra la ética y ser muy peligroso: “parte del horror de las proezas del fotoperiodismo contemporáneo, tan memorables como las de un bonzo vietnamita que toma el bidón de gasolina y un guerrillero bengalí que atraviesa con la bayoneta a un colaboracionista maniatado, proviene de advertir cómo se ha vuelto verosímil, en situaciones en las cuales el fotógrafo debe optar entre una fotografía y una vida, optar por la fotografía”.

Luc Delahaye exhibe una posición distinta. Después de que la agencia SIPA lo envía a cubrir los combates en el Líbano, afirma, en clave futurismo italiano: “En Beirut descubrí la belleza de la guerra, la belleza de algo profundamente perturbador, pero también una belleza visual que no se encuentra en ningún otro lugar; es absolutamente única”. Aunque concuerda con Sontag en las preguntas sobre los límites éticos: “La mayoría de los fotoperiodistas se dicen a sí mismos que hacen este trabajo porque es importante, que, si la gente pudiera ver estos problemas en estas partes del mundo, harían algo al respecto. Nunca lo he creído. Incluso creo que es una estafa. Uno se pregunta si tiene derecho a estar en una zona de tanta crisis. ¿Es legítimo inclinarse ante alguien que está a punto de morir? ¿Es correcto fotografiar a una mujer moribunda?».
Una belleza, todas las bellezas
Incluso en sus versiones más aparentemente frívolas o desvinculadas de lo social, la foto es siempre un documento. Helmut Newton afirma, en este sentido: “No hay que buscar ningún mensaje oculto o abierto en mis fotos. En todo caso un breve comentario social y cultural, una muestra de cómo ha vivido cierta clase de mujeres desde la década del 50 en adelante. Es un registro de un proceso histórico”.
La sentencia cabe para toda la fotografía de moda porque viene acompañando, especialmente a la mujer, desde hace un siglo, cuando el pionero en retratar modelos, Martin Munkacsi, la presenta, moderna, espontánea y en movimiento, a tono con un mundo que se reconfiguraba. Pero testimoniar no implica la ausencia de fantasía, un rasgo que la foto comparte con el cine o la pintura y que se sirve de la belleza como materia prima fundamental. Sontag cuestionó esta relación entre ideales estéticos y registro fotográfico muchas veces. Es famoso su enfrentamiento televisivo con Newton, cuyas producciones tilda de “misóginas” y “desagradables”, para que él replique “Yo adoro a las mujeres”, y ella vuelva al ataque, asegurando que “Hay muchos misóginos que dicen que adoran a las mujeres, pero las representan con imágenes humillantes”.

Sin embargo, la obra de Newton es una de las más aclamadas de rubro, entre otras cosas por permitirse la evocación de arquetipos femeninos que él mismo califica de “irreales”, entendiendo su trabajo como algo ligado, no solo al registro documental, sino, sobre todo, a las fabulaciones, ideales y fetiches de una época.
“Las imágenes que idealizan (como casi todas las fotografías de modas y animales) no son menos agresivas que la obra que hace de la llaneza una virtud (como las fotografías clasistas, las naturalezas muertas del tipo más desolado y los retratos criminales). Todo uso de la cámara implica una agresión”, dice también Sontag, una afirmación cuestionable pero atendible en un presente en el que, a fuerza de reproducirse sin límite en celulares, la fotografía parece perder, paradójicamente, potencia. Los elementos idealizantes de carácter artesanal (luces, efectos, ampliadoras, solarizadores sobreimpresiones, modelos) que cualquier fotógrafo de moda comparte con un pintor, están digitalmente disponibles para un uso masivo que abusa de ellos con resultados que pasan ante nuestros ojos en un loop que va en contra de la máxima de Henri Cartier-Bresson: “Debemos evitar hacer fotos rápido y sin pensar, cargarnos con imágenes innecesarias que abarrotan nuestra memoria y disminuyen la claridad del conjunto”. Al mismo tiempo, si, como sugiere Sontag, la fotografía es una suerte de irrupción con algo de violencia, la selfie, reina de la celufoto por excelencia, podría verse como un pequeño sacrificio autoinducido en virtud de aquello que creemos va a ser lindo para los demás.

Pero la belleza —hegemónica o extraída de los más crudos dolores, como la guerra— es, en definitiva, un eje que la fotografía no perdió, por más terror que puedan originar las ejecutadas con IA. Incluso cuando, como ahora, el valor de muchas imágenes que circulan de celebridades ya no es la puesta en escena, el encuadre o cualquier destreza técnica, sino exclusivamente lo que irradia el fotografiado, estamos ante una disciplina que tuvo muchos puntos de inflexión, y momentos en los que se la daba por agonizante.
Cuando Newton comenzaba su trayectoria, la revista especializada de la Photo League norteamericana, Photo-Notes, denunciaba “falta de fantasía”, “pereza de imaginar”, “exceso de comercialismo”, su par italiana Revista Fotografía hablaba de la “decadencia de una forma que quiere definirse convencionalmente como en impersonal” culpando al “desinterés de las nuevas generaciones por todo lo que es arte”, y Annemarie Heinrich lanzaba un texto que podría aplicarse al panorama actual: “El arte fotográfico vive hoy un momento que es denominado, por algunos, de espera y, por otros, de transición, no pudiendo ocultar que sea, en realidad, de crisis. De forma contraria, en todas partes se percibe hoy un notorio estancamiento o retroceso en el nivel de expresión, en las investigaciones y en la creación, por mucho que se le disimule bajo una técnica brillante”.
Lo esencial es visible a los ojos
Aldo Sessa, que hizo toda su carrera en la etapa analógica, es optimista; no piensa que la foto atraviese una decadencia, al contrario “creo que por lo menos podemos alimentar la esperanza de que hoy, con un teléfono en la mano, en cualquier parte del mundo, alguien puede estar haciendo una foto; puede ser banal, o artística, o maravillosa o documental (…) El fotógrafo, frente a un teléfono, se encuentra en absoluta libertad de variar ángulos, subirlo, bajarlo, acercarse, hacer un macro; es una revolución, no sólo en el sentido de la mirada, sino también del instrumento en sí”.

Si bien es lícito asegurar que la cultura del meme y la literalidad propia de la chatura digital le roban a las imágenes la ambigüedad necesaria para consumarse como tales, hay factores que parecen asignarle porvenir a las fotos no descartables, como “la conciencia siempre alerta de la vida” de la que habla Heinrich, y el interés real, traducido en conocimiento y empeño, que no va por el lado de la exhibición baladí que caracteriza a las selfies u otros modos fotográficos de redes sociales. “Cuanto más practicamos, más usamos nuestro ojo, más miramos, mejor vamos a llegar a ver —dice Marc Riboud—. Creo que un buen fotógrafo nace con la práctica. Aprender a ver es como aprender a leer notas musicales. En la fotografía, hay ciertas reglas acerca de la composición que uno tiene que aprender y trabajar. Usted puede ir a comprar un aparato de alta tecnología, pero eso no significa que usted sea un fotógrafo. Lo que lleva tiempo es llegar a ser en un ojo”.
Es que, aun puesta cíclicamente en crisis por su dependencia de la técnica, la fotografía tiene un poco de milagro y, por lo tanto, de eternidad. Cuenta con el instante y la trascendencia, con la mirada, la emoción y el pensamiento. Se trata de algo que existe más allá de los soportes que ofrece la coyuntura porque, como dice Cartier-Bresson, nace de “una organización visual que cobra forma en una fracción de segundo, un segundo en el que contienes la respiración, alineas el corazón, la cabeza y, sobre todo, el ojo”, elementos que, por ahora, no sustituye ninguna tecnología.

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Nancy Giampaolo es periodista, guionista y docente. Colabora en medios gráficos y es columnista del suplemento cultural del Diario Perfil. Publicó Género y política en tiempos de globalismo (Nomos), Radiografía de la corrección política (Casagrande) y Feminismos, liberación o dependencia (GES). Co escribió el guión de la comedia Caida del cielo y, entre 2005 y 2013 hizo guiones periodísticos en la Televisión Pública. Desde 2021 lleva adelante El Lado C, un ciclo de entrevistas con Diego Capusotto en teatros de Argentina y otros países hispano parlantes.






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