1.
Hace pocas semanas estalló un escándalo de corrupción que dejó al descubierto un sistema de coimas entre la Agencia Nacional de Discapacidad, droguerías y altos funcionarios del gobierno, entre ellos, la hermana del presidente, quien supuestamente pedía y recibía el 3% del dinero recaudado. Todo esto en un contexto de bullying estatal a personas con discapacidad y jubilados, que se vienen movilizando porque el ajuste los empuja al borde de la subsistencia. El mensaje fue y sigue siendo no hay plata. Mientras tanto, vemos a Toto Caputo reventar todo y decir sin eufemismos que va a vender hasta el último dólar.
Desde que este gobierno asumió, las condiciones materiales de la mayoría de las argentinas y los argentinos empeoraron drásticamente. La ruptura del contrato social se evidencia desde las cosas más nimias, como un intercambio en el subte, hasta las más dramáticas y trágicas, como los asesinatos de Brenda, Lara y Morena, que horrorizan e indignan, pero no sorprenden. Se afirma hasta el cansancio: la vida no vale nada. Y no. En ese mismo orden de impunidad, tampoco puede sorprender que haya hombres que paguen para tener relaciones sexuales con menores de edad. Al menos a ninguna mujer, pues serlo es condición suficiente para saberlo.
2.
Veo editoriales desgarrados. Periodistas más dolidos que el dolor mismo. Más quebrados que los familiares de las propias víctimas. La vergüenza es un lugar que dejó de existir y la vanidad ha copado todo.
Leo “las mataron no solo los que las mataron.” No, la verdad es que las mataron los que las mataron. Unos criminales, narcotraficantes, mafiosos, hijos de puta, o como quieran llamarle. Pero no “fuimos todos como sociedad”. No fue la Joaqui, ni el reggaeton, ni la serie de Malena Pichot, ni vos ni yo.
Leo que si las chicas asesinadas fueran de clase alta se estaría frenando el país. Otra mentira en la que nos gusta cobijarnos. Como dijo la escritora Micaela Libson, “las mujeres somos basura siempre. Alguna más basura que otra, pero basura al fin.” ¿Nora Dalmasso y cuántas más?
3.
Por si es necesario repetirlo, creer que la violencia simbólica y la violencia material son dos compartimentos estancos y no cosas inextricablemente unidas es un error. La prueba es este gobierno. La motosierra no era una metáfora, aunque algunos creyeran que sí.
La violencia simbólica también mata. Es, precisamente, la que siembra el terreno para las otras violencias. Es la que legitima. Es la que se vuelve sentido común para que después, cuando aparezcan tres cadáveres, el mensaje sea «algo habrán hecho» y la justificación, que nos gusta demasiado la pija o la guita, o ambas. O, en todo caso, les gusta a nuestras —malas— madres, tías, abuelas. Por putas. Todas putas. Cara de puta. Pollera de puta. Algunas más declaradas que otras.
Ah, y nunca olvidar que como pobre tenés derecho a vivir, pero querer vivir bien, ya es otra cosa. ¿Querer vacaciones, smartphones, un par de zapatillas de marca? Pará. Ubicate.
4.
“Se pasaron tres pueblos” viene siendo una de las frases más repetidas contra las feministas. Alguna verdad debe habitar ahí si el enfoque predominante de la noticia sigue siendo la vida de las torturadas y asesinadas. No está mal reconocerlo. Discutamos. Volvamos al principio. Hablemos todas y con todas. No entre los grupitos de amigas y círculos de validación retroalimentada. Lo dijimos con Bárbara Pistoia en Callate, trola.
Quizás la solución no sea pasarse más pueblos sino plantar banderas más firmes en los pocos o muchos a los que lleguemos. Quizás es más por el lado de cómo se encaró y se encara la cuestión que por el cuánto o la intensidad. No caer en el igual pero más rápido, la brillante propuesta que muchos parecen tener para una eventual vuelta del progresismo al poder. En su lugar, sería interesante pensar y debatir si aprendimos algo de la experiencia anterior, especialmente a la luz de lo que vino después, o el odio y la furia —la obligación de enojarse para ser una buena feminista— van a ganarle de nuevo a la inteligencia y procederemos a capar hombres y desear que tengan miedo, todos por igual, una vez más, sin discriminar la paja del trigo.
No estoy preparada para una nueva etapa de comunicadoras parapetándose detrás de cadáveres para ver quién grita más fuerte y tiene más razón o la vio antes. Tampoco para la agresividad que no sabe hacer distinciones. La sobreactuación que lleva a lugares oscuros. Que entorpece y empaña en lugar de aclarar. La pulsión protagonista. El feminismo del yo. Un paradigma en el que las mujeres solo pueden ser víctimas. El levantamiento de consignas como “le puede pasar a cualquiera” igualando un femicidio con una tocada de culo en el colectivo. Como si las Fabiolas y Tamaras fueran Laras, Brendas y Morenas.
5.
A pesar de todo, en medio de tanta insensatez, pareciera que algo en la realidad política argentina se empieza a resquebrajar y enhorabuena, porque necesitábamos un poco de aire. Me pregunto si el asesinato brutal de estas chicas es el hecho maldito del mileismo para que algo finalmente se desplace. Tal vez soy demasiado optimista, pero sí estoy segura de que las cosas no están tan escritas en piedra como nos quisieron y quieren hacer creer. Que, después de todo, diciembre de 2023 no fue el comienzo de ninguna nueva era.
Aire es también que volvamos a salir a la calle. Que nos organicemos. Que sostengamos la discusión sin miedo, que sigamos debatiendo en asambleas barriales. Que no nos compremos el buzón de los tres pueblos. Que cada vez quede más claro que hay que redistribuir el capital económico y político. Que la palabra todavía vale y no todo da lo mismo. Que sepamos en el cuerpo que nadie, ninguna mujer, está viviendo mejor que antes.
Aire es también que, en este contexto, una película argentina como “Belén” tenga el reconocimiento internacional que está teniendo, primero porque tenemos un gobierno que considera que la cultura es una cosa que no sirve para nada y que, por ende, no merece recibir un peso. Segundo porque la directora es mujer y tercero porque habla sobre derechos reproductivos, la estigmatización, y la lucha feminista contra estructuras de poder que legitiman la opresión.
6.
Para terminar, una frase de la feminista surrealista francesa Annie Le Brun: “Para mí la cuestión fundamental es poner fin a las manadas aulladoras en las que nuestra era se ha mostrado tan fértil para establecer este clima de recriminación continua, de sospecha sistemática hacia el otro. Y así terminamos negando a los hombres y a las mujeres el único medio que tienen, aquí y ahora, para subvertir la miseria de las relaciones humanas, porque insidiosamente los disuadimos de encontrarse, o incluso de amar, y eso, para mí, es criminal.”
Vicky Sosa Corrales es licenciada en Ciencia Política y trabaja en comunicación. Es asesora de imagen profesional y colabora en distintos medios. Creó y escribe el blog de moda y política @realpolitichic. Junto a Paula Puebla es CEO de Vayaina Mag.







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