Barthélémy Toguo, Celebrations 34, 2014
Celebrations 34, Barthélémy Toguo (2014)

Corren los días y la sensación que nos atraviesa es una: la fragilidad. El cuerpo se vuelve cada vez más vulnerable a esta lógica de mercado que, lejos de limitarse al ámbito económico, penetra las dimensiones afectivas, temporales y simbólicas de la vida social. La desigualdad deja de percibirse como una anomalía para presentarse como una condición estructural, mientras la soledad se institucionaliza como forma de existencia. En suma, el sufrimiento se internaliza como requisito de adaptación. 

El orden neoliberal no solo produce exclusión material, sino también una pedagogía del sometimiento que naturaliza el dolor y desalienta toda forma de resistencia colectiva. Así, el consumo vacío se erige como refugio y anestesia: nos hace creer que la llegada a nuestro país de una marca global como Victoria’s Secret nos legitima ante el mundo, reduciendo nuestro valor colectivo a una imagen exportable, como si no bastaran médicos como Favaloro, maravillosos artistas o las históricas Abuelas y Madres de Plaza de Mayo para recordarnos de qué está hecho nuestro verdadero prestigio.

Quizás el problema de este Octubre no fue no haber vencido “las ideas de la libertad”, sino no haberlas entendido. Ellos no vinieron a disputar ideas, vinieron por nuestros sentidos. Mientras el campo popular debatía con serenidad sobre modelos de país, a sus espaldas ya se estaba instalando otra lógica: el valor de la crueldad, el goce de la humillación ajena, la convicción de que el dolor del otro es justo. A esta operación sobre el tejido social se le suma una estrategia estética y comercial que celebra lo vacío, convierte la apariencia en lo más importante y a la autopercepción en fin último, degradando la vida colectiva a una lógica egoísta y meramente material. No se trata solo de políticas económicas: es una suerte de ingeniería que desactiva la solidaridad, desmoraliza la protesta y fragmenta los lazos comunitarios. 

Hidden Face V, Barthélémy Toguo (2013)

Nosotros, al contrario de lo que queremos creer, también colaboramos con este proyecto. ¿Cómo? Si no los votamos. Bueno, justamente así: subestimándolos. Y ahí está el punto. Fue siempre parte del plan. No se trataba solo de llegar al poder, sino de construir un personaje que desarme toda lectura política posible. No es casual que los que dan la cara por los intereses del poder económico parezcan tipos raros, torpes, sin filtro, como si estuvieran fuera de lugar. Es parte del truco: hacer que creamos que no hay plan, cuando en realidad todo está calculado. Es una estrategia.

La torpeza , el exabrupto, el grito, la incoherencia, son parte de un guión pensado para desorientar. Mientras todos nos reímos o nos indignamos por lo que dicen o por cómo se ven, ellos avanzan con lo que hacen. Esa sobreactuación de lo absurdo es funcional: distrae, desarma, confunde. Y mientras tanto, el verdadero poder —el económico, el financiero, el que no da la cara y al que no le conocemos la cara— actúa con precisión quirúrgica, sin ruido, sin cámaras, sin resistencia.

Creer que eran solo personajes excéntricos o improvisados fue nuestro error, y sin dudas una forma de sostenerlos. Porque cuando los reducimos a caricaturas, cuando pensamos que “no pueden durar”, les regalamos tiempo y espacio para que operen. Ellos entendieron antes que nadie que el desconcierto también es una herramienta política. Y nosotros, todavía pensando que se trataba de un chiste, terminamos dentro del libreto.

En el fondo, ellos lograron algo más profundo que una victoria electoral: construyeron una hegemonía basada en la desorientación. Una manera de vaciar el sentido, banalizar el debate público y romper cualquier intento de organización colectiva. Mientras el espectáculo se roba la atención, el poder real sigue moviendo los hilos. Comprendieron hábilmente que la política ya no se disputa sólo en los partidos, sino en las emociones, en el deseo, en el miedo. Entendieron que un pueblo humillado se endeuda más fácil, que una sociedad dividida es más dócil, que quien pierde la ternura pierde también la esperanza. 

Take a Green Breath, Barthélémy Toguo (2017)

Un pueblo humillado acepta endeudarse, una clase media asustada reclama ajuste, y una juventud desilusionada se convence de que la solidaridad es debilidad. En esta lógica, la crueldad vuelta gestión ordena el mercado y disciplina los cuerpos. Es más eficiente que cualquier ejército, más precisa que cualquier ley. Destruye la empatía, y con ella, toda posibilidad de comunidad. Así, el endeudamiento no solo es financiero: es afectivo, cultural, espiritual.

El desafío del movimiento nacional y popular, de cara a este nuevo ciclo, no será reconstruir poder electoral sino recomponer sentido, volver a interpretar a su pueblo para ponerlo en el epicentro del deseo, en la cima de un país que, en algún momento, tuvo una sociedad que supo estar a la altura. 

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Morena González Valenti tiene 23 años. Es estudiante de Derecho en la Universidad de Buenos Aires. 


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