
Miembros de la Generación Z encontraron algo inesperado en la carrera por la alcaldía: una oportunidad para reunirse y pasar el rato. Su entusiasmo se convirtió en votos.
En Bedford-Stuyvesant, Brooklyn, un joven de 29 años recibió a sus nuevos amigos de timbreo en su festejo de cumpleaños. En el barrio de Flatbush, una chica de 27 años que acababa de cortar con su novio encontró un grupo social completamente nuevo. Y en el East Village, una joven de 24 consiguió una cita con otro demócrata socialista.
Adictos a las pantallas, con poco dinero, espiritualmente a la deriva y socialmente afectados por la pandemia, los jóvenes neoyorquinos necesitaban una razón para salir de casa. La encontraron en la candidatura a alcalde de Zohran Mamdani.
Ser voluntarios en la campaña de Mamdani se convirtió en un alivio para los miembros de una generación diagnosticada con ansiedad por los psicólogos, y soledad por el Director de Salud, y cuya afiliación religiosa suele ser “ninguna” ya que, al parecer, también dejó atrás el consumo de alcohol y el sexo.
“Sinceramente es lo que yo recetaría contra la epidemia de soledad”, dice Tal Frieden, 28, en un acto en Sunset Park el domingo previo a la elección. La campaña de Mamdani no se trató solo de movilización sino de socialización. Y el entusiasmo social de su campaña no se quedó en el show. Los jóvenes efectivamente salieron a votar. Durante las aproximadamente dos semanas de votación anticipada en la ciudad, que terminaron el domingo, más de 735.000 residentes emitieron su voto. La edad promedio de estos votantes fue de 50 años, reducida gracias a los casi 100.000 votantes menores de 35 que votaron entre el viernes y el domingo.

La estrategia política tuvo como resultado una de las más sorprendentes victorias electorales en la historia de Nueva York y le entregó a un demócrata socialista de 34 años las llaves del ayuntamiento. Poco después de que los medios dieran por ganada la contienda a favor de Mamdani, las cámaras mostraron imágenes de rostros jóvenes celebrando su triunfo en las fiestas de la noche electoral en toda la ciudad.
La campaña de Mamdani no quería que ser voluntario se sintiera como un trabajo sino como una oportunidad para conocer gente nueva y descubrir rincones desconocidos de Nueva York. Su visión de la ciudad, explicó el equipo de campaña, es la de un lugar alegre: uno en el que los neoyorquinos puedan pasar menos tiempo matándose de esfuerzo y más tiempo pasándola bien.
“Ese mismo espíritu animó nuestra campaña”, dice Dora Pekec, una vocera.
Esa visión y esa estrategia comenzaron hace cosa de un año, cuando Mamdani se deslizó en los feeds de redes sociales de los neoyorquinos de la Generación Z. Recorrió los distritos con entusiasmo, pasando por playas, maratones y puestos de comida, de una manera que hacía que la gente quisiera sumarse. Hablaba sin parar sobre el costo de vida en una ciudad donde los cócteles a 18 dólares y las porciones de pizza que ya no cuestan un dólar resultan insostenibles con el salario básico. También compartía sus posturas pro-palestinas con sus seguidores, quienes veían los videos sobre las muertes y la destrucción en Gaza.
Y Mamdani hizo algo más que no esperaban. Los invitó a salir a la calle, a una búsqueda del tesoro (el premio eran unas papas sabor crema y cebolla, una referencia irónica a una polémica de la campaña del alcalde Eric Adams), a un torneo de fútbol, a eventos nocturnos de merchandising DIY (hacelo vos mismo), a un encuentro social para destruir documentos personales, y a bares donde la gente podía tomar cervezas Miller High Life a 5 dólares y charlar después de haber timbreado.
En una ciudad de apartamentos superpoblados, de “Che, yo estoy caminando por acá”, de vagones de subte transpirados y apretados, de bodegas llenas de gente buscando un piscolabi a medianoche, tener veintipico y estar sin planes para el domingo a la mañana puede doler un poco más. A través de la campaña de Mamdani, los votantes jóvenes encontraron nuevos amigos.
Graciela Blandon, 24, fue a una noche de juegos de mesa para seguidores de Mamdani, a un evento de artes y manualidades y hasta a un encuentro de solos y solas del Día San Valentín para sus simpatizantes (donde consiguió una cita con el demócrata socialista).
“La gente con la que salgo a cenar, con la que voy a conciertos, todo mi día está organizado alrededor de Mamdani,”, dice la señorita Blandon, quien se mudó a Nueva York en 2019 para ir a la universidad y rápidamente se encontró encerrada a causa de la pandemia. El éxito político muchas veces surge de darle a la gente un motivo para juntarse. Cuando el presidente Trump hacía campaña el año pasado, sus actos parecían misas evangélicas: terminaban con música solemne, el público con las palmas en alto en una plegaria. Los eventos de la campaña de Mamdani, en cambio, parecen sesiones de salsa en la Cervecería del Bronx, fiestas electrónicas en Elsewhere en Bushwick, Brooklyn, y ferias nocturnas en Corona Park, Queens.
En más de una docena de entrevistas, los simpatizantes de Mamdani dijeron que, después de la pandemia, se sentían a la deriva. Esto refleja la experiencia de muchos jóvenes de entre veinte y treinta años a lo largo y ancho del país, algunos de los cuales encontraron su propia comunidad en espacios políticos conservadores. Muchos sintonizaron con influencers políticos como Charlie Kirk, Alex Clark o Allie Beth Stuckey, quienes les dijeron no solo cómo votar, sino también cómo vivir sus vidas, cuándo casarse, cómo rezar y qué comer. En Nueva York, los simpatizantes de Mamdani descubrieron de forma similar que lo político podía ser personal.

Shuran Huang para The New York Times
“Es todo un nuevo grupo social y no se siente nerd ni tonto ,” dice Lex Rountree, 27, organizadora de inquilinos, que asistió a un acto en Sunset Park dos días antes de la elección y celebró su cumpleaños en un timbreo.
Después de una ruptura amorosa, militar en la campaña de Mamdani le devolvió a la señorita Roundtree su confianza. Sus amigas se mandaban memes haciendo chistes sobre estar en el boliche a las dos de la mañana y recibir un mensaje del coordinador de voluntarios.
“Se siente como si fuéramos los pibes cool”, dijo.
En ese momento, Rountree vio a otra amiga con la que había entablado amistad durante la campaña. “¡Hola, diva!”, le gritó. “Esto es una cumbre de divas.”
Al dirigirse a los votantes jóvenes, Mamdani encontró su contraparte generacional en el exgobernador Andrew M. Cuomo, quien perdió frente a él tanto en las primarias como en las elecciones generales.
Los críticos de la campaña de Mamdani señalaron su falta de experiencia como motivo para descalificarlo. Pero para muchos votantes jóvenes, lo objetable era, justamente, el extenso historial de Cuomo. Mencionaban a las 13 mujeres que lo habían acusado de acoso sexual (acusaciones que él ha negado). Cuestionaban también su apoyo a Israel. Y estaban, además, sus propuestas políticas, que a muchos les parecían tibias, sin sentido de urgencia, imposibles de resumir en un meme o de repetir con entusiasmo.
Muchos jóvenes votantes se sintieron atraídos por la campaña de Mamdani por su sensación de posibilidad, la misma frescura que los seguidores de Barack Obama encontraron en el mensaje de “Hope” (Esperanza) en 2008. También compartían una frustración con el establishment, como ocurrió años atrás con quienes perdieron la fe en Obama y depositaron sus esperanzas en el senador Bernie Sanders, quien, a su vez, brindó su apoyo a Mamdani.

Shuran Huang para The New York Times
En su discurso de despedida a la ciudad, Adams describió la base de apoyo de Mamdani como compuesta por yuppies blancos recién llegados, cuyas identidades políticas se habían forjado en universidades de élite. “Esa gente —dijo Adams— se adueñó de nuestra comunidad”. “Es el rey de los gentrificadores”, agregó sobre Mamdani.
Pero algunos de los seguidores de Mamdani, de distintos niveles de ingreso, dijeron compartir la misma sensación de incertidumbre económica que comentaban con los votantes. Hacer campaña también los sacó de sus burbujas socioeconómicas.
Dave Taylor, de 33 años, vive solo en Park Slope y trabaja de forma remota en la industria musical, lo que significa pasar sus días en Microsoft Teams, mirando avatares digitales. Siempre le había molestado la falta de contacto visual entre los neoyorquinos en la calle.
Pero salir a tocar timbres le dio una excusa para hablar con desconocidos. La noche antes de las elecciones, Taylor fue con otros voluntarios a Union Pool, en Williamsburg. “Al final de la noche, parecía que todos eran mejores amigos”, contó. “Yo les pregunté: ‘¿Ustedes ya se conocían de antes?’”
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Emma Goldberg es periodista de The New York Times y escribe sobre subculturas políticas y sobre la forma en que vivimos hoy.
Benjamin Oreskes es reportero de The New York Times y cubre la política y el gobierno del estado de Nueva York.
Texto original publicado el miércoles 5 de noviembre en el New York Times y traducido por una de nuestras CEO, Vicky Sosa Corrales, para Vayaina Mag.






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