1.
Hará unos 10 años, mientras paseaba en un bazar chino en Corrientes y Scalabrini, me llamó la atención una canción que sonaba en la radio. Era algo bastante nuevo para mí. Desde los 15 escuché música de viejos y, a los 30, mi recorrido musical había siempre sido un poquito más hacia atrás que hacia adelante.
Sin embargo, ese tema me atrapó. Era como un electro pop un poco oscuro en su instrumentación, pero increíblemente pegadizo. Saqué el teléfono, shazameé: Taylor Swift – Blank Space. Volví a casa, puse el tema. Comprobado, el tema era bueno. Busqué la letra, la letra era muy buena. Ese fue el comienzo de un gran amor.
Siempre fui muy ecléctica con la música (desde King Crimson hasta NOFX, desde las Spice Girls hasta B52), pero haber crecido en los 90s me hizo desarrollar un vínculo muy cercano con el pop y, en ese campo, Taylor Swift ofrecía un combo incomparable. Preguntale a cualquier swifty qué le gusta de Taylor Swift y, palabras más, palabras menos, va a poder decirte que sus temas tienen: una muy buena historia contada en la estrofa; un pre-estribillo en el que te da un vistazo de algo que no te dijo antes; un estribillo que resume la situación en un par de frases muy visuales; un puente en el cual sucede una epifanía; un último estribillo que resignifica todo lo anterior, con alguna clase de redención.

Las letras siempre fueron el quid de la cuestión. Poéticas, llenas de imágenes y, en particular, valientes. Todas las millennials hétero destruidas por idiotas que nos destrataban encontrábamos refugio en Taylor Swift, porque ella se hacía cargo. Barría tus pedacitos y con ellos hacía una canción, y vos te sentías dignificada por eso. Hacía de lo mundano algo trascendental.
¿La música? De fórmula, pero de calidad. Sin valerse de más que una escala mayor y alguna que otra magia, Taylor Swift lograba viajes al fondo del alma. Ella sabía cuándo ser dulce, cuando enojarse, cuándo ser irónica, cuándo hacer un chiste. La producción hacía el resto: un corito por aquí, un efectito por allá, una guitarra acústica o un colchón de sintes.
Durante años, Swift supo hacer de su habitación rosada llena de sueños de amor, un castillo encantado en el que todo lo que nos dijeron que no valía nada era majestuoso.
Pero entonces, ¿qué fue lo que pasó con The life of a showgirl? A más de un mes del lanzamiento del disco y luego de estar scrolleando diversos hilos en internet, viendo videos de calidad dudosa en youtube y destinando una cantidad vergonzante de horas al asunto, me veo en la inminencia de escribir, muy contra mi voluntad, algo así como una reseña o, mejor dicho, un comentario sobre el último disco de Taylor Swift.

2.
Me cuesta y me rehuso a hacer crítica de música, fundamentalmente porque el arte es subjetivo y, si bien todos sabemos que tan subjetivo no es, lo que sí queda claro es que el hecho de que algo, al final del día, nos guste o no, nos haga felices o no, nos arranque o no una sonrisa o una lágrima, es lo que va a terminar dando el marco para que lo justifiquemos como “bueno” o “malo”. Esta es la primera trampa.
Cualquier explicación que encontremos en una crítica de arte sobre la calidad, la artesanía, la técnica o la manufactura, son solo excusas para decir “esto me gustó” o “esto no me gustó”, y convencer al resto de que vea las cosas como uno. Este texto no va a ser la excepción.
La segunda trampa tiene que ver con el ejercicio de la crítica en sí mismo. La crítica de arte existe desde siempre, le es intrínseca y diría que le es saludable, ya que ubica la obra dentro de un contexto sociocultural al que nunca es ajena. Tenemos, por un lado, la obra y, por otro, el corpus de textos que interpreta ese arte y le da sentido dentro de una sociedad. Ese corpus de críticas, en su totalidad (no solo las publicadas en medios, también las comentadas en redes e intercambiadas en reuniones y escuchas), forman una especie de opinión o juicio general respecto de si una obra es “buena”, o vamos a decir “relevante”, que queda menos mal.

Pero la yuxtaposición de subjetividades genera frustración en algunas personas, al punto de que, cuando alguien hace una crítica concienzuda, pensada y fundamentada —“El disco me parece malo por x, y, z razones”— muy a menudo la respuesta es “El arte es subjetivo, a mi me gusta”. Una respuesta que, más que ejercer una subjetividad—”observo estas cosas en el disco, las expongo a ver cómo las ves vos”—, se mete debajo de su paraguas—“a mí me gusta, fin”— para terminar un debate. Un equivalente a taparse los oídos y decir lalala.
La tercera trampa es más bien opuesta al argumento de la subjetividad, ya que tiene que ver con el mercado, aunque se usa de la misma manera, para obturar el debate acerca de una obra. Vivimos en un mundo en el que todo es mensurable, contable y cuantificable. Ocupamos una parte importante de nuestro día en ver y evaluar la vida de los demás, llevamos la cuenta de sus logros y nuestros fracasos, medimos la frecuencia de sus felicidades y nuestras desdichas (parece como que nunca es al revés). Y el arte quedó sujeto a la misma lógica.
Respecto del mercado, la discusión planteada más arriba se da de manera similar. Si alguien dice “El disco me parece malo por x, y, z razones”, la respuesta será “Pero el disco batió récords de ventas”. Otro caso agotador, en el cual se intenta obturar un debate sobre la relevancia de una obra de arte con un dato de la realidad relativo a la facturación de un producto en venta. Esto, que parece una pavada, es una cuestión bastante grave, porque hay muchas personas que realmente no ven la relación espuria entre ambas cosas. Una estrella mainstream billonaria nunca es menos que un producto, pero también creo que, en alguna instancia de su carrera, Taylor Swift supo querer ser un poco más que eso.

La cuarta y última trampa es la más personal, y tal vez la más sencilla. ¿Quién soy yo para criticar a esta mujer? Como cantautora encuentro dificilísimo estar conforme con mis propias obras. No me gusta criticar negativamente el camino de otros artistas porque sé que cuesta sangre, sudor y lágrimas, y que las exigencias son más altas con el éxito. Pero la razón por la que no puedo despegarme de este tema es que, además de artista, soy una swifty. O fui una swifty, hasta hoy. Hoy me siento traicionada.
3.
Como swifty fui feliz y ocurrieron varias cosas que me llevaron a estar cada vez más conforme con esa decisión.
En 2019, Taylor se enamoró de Joe Alwyn, un señorito inglés, y escribió Lover, un disco que, si bien a muchos no les resulta tan bueno, a mí me resultó fascinante. A mí, que siempre escribo sobre las cosas que me angustian, me pareció admirable que, después de miles de canciones de despecho, Taylor Swift pudiera hacer un disco acerca de estar enamorada. “Daylight”, un tema de ese disco que es el himno de las cornudas (colectivo con el que me identifico), realmente me hizo entender cómo quería que fuera la persona con la que fuera a armar un proyecto de vida —y no hay ironía acerca de esto. Es una canción que, a pesar de que musicalmente no me parece tan relevante, tiene unas ideas muy claras respecto de lo que, para mí, está bueno y no está bueno en una relación amorosa.

En 2020, con la pandemia, Taylor sacó dos discos (seguidos), de una sensibilidad inesperada, y se despegó un poco de su perfil Barbie perfecta con TCA que me hacía un poco de ruido. En esos discos, escribió sobre personajes e historias ficcionales. Nuevamente, me pareció genial que pudiera dejar la autorreferencialidad sin perder el nervio creativo. En esos años, también, lanzó un documental en el que básicamente explicaba que no era republicana —hasta ese momento se decía eso, porque venía del palo del country y nunca había quedado claro—, apoyó a la comunidad LGBT y para las elecciones hizo galletitas a favor de Biden. El mundo woke empezó a amarla y yo me sentí mucho mejor de que esa gran artista fuera, además, una persona lógica (tampoco le vas a pedir la revolución a una cantante pop yanqui, ¿no?).
Después de eso empezó la polémica de los masters. Taylor hizo público el hecho de que, por temas de compra y venta de sellos y derechos, un tipo nefasto tenía en su poder los masters de sus seis primeros discos. Ella no era dueña, no tenía control ni estaba ganando plata con esos masters y por eso, en vez de comprarlos a un precio extorsivo, decidió grabarlos todos de nuevo. Y eso me pareció espectacular. La mina regrabó sus discos y salió de gira por el mundo con su Eras Tour, en un homenaje a toda su discografía. Y si bien había críticas, yo no podía más que sacarme el sombrero ante una persona tan prolífica, creativa y resiliente. El hecho de que Midnights, su último disco, no me hubiese gustado mucho, no era razón suficiente como para opacar la rutilancia de esta mujer.
4.
Y un día supe que Taylor venía a la Argentina.
Ese tiempo había estado sacando sus Taylor Versions —las versiones regrabadas de sus discos viejos, cuyos masters le habían sido usurpados por el malvado productor— y el Eras Tour era un despliegue impresionante en el cual repasaba toda su carrera. Yo, que normalmente voy a recitales de bandas punk que no conoce nadie en antros pequeños, decidí que tenía que ir. Conseguir una entrada fue muy difícil. Difícil al punto de que me destruyó la psiquis. Cuando, después de 12 horas en una fila virtual, con la página abierta en 4 dispositivos y habiendo dormido muy poco, logré entrar a ver las localidades, solo quedaban disponibles unos paquetes VIP que salían una obscenidad de dinero. Pero no me importó. “Voy a ver a la artista más grande del pop actual en el mejor momento de su carrera”, pensé.

Nunca había sacado una entrada tan cara. La compra me dolió en el ego y en la billetera. Tardé unos minutos en sacudirme el estrés y entender lo que había hecho. Era obsceno. En ese momento, supe que nunca nada iba a ser lo mismo.
El recital estuvo muy bien. Digamos que no me arrepiento de haber ido. Lo bueno de vivir en Argentina es que como el peso se devalúa todos los días, al año no te parece tan grave lo que pagaste. El valor real se pierde en la memoria devaluada de la moneda. Contrario a la moneda, la experiencia del show se valoriza de a poco en mi cabeza. No porque cada vez me parezca mejor, sino porque creo que fue un momento muy especial del mundo del cual, hoy, estamos muy lejos.
5.
Después de ese show todo se fue desinflando para mí. Taylor Swift se separó de su novio Joe Alwyn —este dato solo es importante porque su personalidad parece teñirse de la de sus parejas—, se enganchó 15 días con un inglés heroinómano al que le hizo un disco moplo de 247 canciones —no, no tiene 247 canciones, pero tiene como 35— todas iguales, verborrágicas, que solo funcionan como rompecabezas para los fanáticos de la parasocialidad —las relaciones parasociales son las que inspiran este tipo de artistas que escriben sus canciones sobre rupturas amorosas y discordias entre famosos con miles de “pistas” para que su audiencia haga todo tipo de especulaciones online.

Y entonces empezaron a pasar algunas cosas muy confusas. Taylor Swift comenzó a salir con un jugador de fútbol americano con dos dedos de frente. Un payaso de película de preparatoria yanqui pero ya cerca de los 40. Al mismo tiempo, se anunció que, después de su Eras Tour, Taylor se había convertido en billonaria —sí, en parte gracias a toda esa platita que le dimos en Sudamérica con nuestros suelditos. También empezó a tener amigos MAGA, a vestirse como una WAG —soccer wives and girlfriends, sí, it’s a thing—. Olía raro. Pero ella siguió diciendo que iba a votar a Kamala Harris, así que no me hice demasiado problema.
Mientras tanto, leía en internet a swifties pidiendo más Taylor Versions, más discos, expresando necesidad, desesperación, abstinencia. Yo me encontré deseando fuertemente que se tomara un descanso. Ya iban dos discos seguidos de los cuales apenas había sacado un tema que me gustaba. Sacar 8 o 9 discos en 5 años (sus discos regulares más sus Taylor Versions) quizás no era lo mejor para su creatividad. “Ojalá descanse un poco”, pensé, “es un ser humano después de todo”.
Pronto pasó lo inesperado. Taylor había juntado suficiente plata como para comprar sus masters originales. Eso dejó en suspenso las Taylor Versions que faltaban (ya no era necesario lanzarlas) y los fans desesperaron. Querían las Taylor Versions que faltaban. “Pareciera que ya no les importa demasiado qué saca, mientras que saque algo”, pensé. Es como si los discos se agotaran cada vez más rápido y el ansia de devorar fuera más allá del contenido en sí mismo.
Casi como para calmar a las fieras, muy pronto se anunció su nuevo disco, The life of a showgirl. Apenas vi el nombre y la tapa pensé que era como una mezcla medio bizarra entre The life of Pablo, de Kanye West, y The rise and fall of a midwest princess, de Chappell Roan. El título me resultó poco inspirado, pero pronto vi que había vuelto a colaborar con Max Martin, el rey absoluto del pop que hizo los mejores hits de todas las estrellas que te puedas imaginar, y pensé que quizás, a pesar de la improbabilidad de sacar algo bueno en el medio de la gira internacional más grande de la historia, el disco tenía chances. Nada más alejado de la realidad.
6.
Escuché The life of a showgirl la noche que salió, entre la 1 y las 2 de la mañana. Lo escuché una vez. Y no lo escuché nunca más. No voy a mentir, pinché algunos temas al día siguiente. Un par me habían gustado un poco más que el resto pero, por lo demás, no podía creer lo que estaba oyendo.
Y es que el disco tiene problemas graves. Y quizás sea porque no me gusta, pero creo que estos problemas están bastante lejos del campo de lo subjetivo.
Cuando el fandom habla de la música de Taylor Swift, suele referirse a las letras. Pero los fans de Taylor Swift conocen muy bien lo que es un hit. Conocen lo que es un buen tema pop, porque ella los tiene bien acostumbrados. Y cuando los fans dicen cosas como “siento que no despega”, “me parece chato”, “me quedé con una sensación de vacío”, “no me acuerdo de ningún estribillo” es porque esas son sus formas de decir que el disco es, musicalmente, malo. Yo, que estudio música hace bastante, tuve la necesidad de apuntalar algunas de esas sensaciones con un poco de conocimiento técnico.
La música es copiada.
Tengo una imagen mental. Taylor Swift llega al estudio quemada, tomada por el estrés y el mal humor, en medio de la gira, con un par de letras a medio cocinar. Max Martin la tranquiliza. Abre una carpeta de su escritorio y le muestra los tracks que le armaron y probaron en focus group. Funcionan, ¡confiá!


El resultado final es un disco de 12 temas en el que al menos 4 son plagios de manual:
Where is my mind, de Pixies, una de los Jackson 5, una de cuando Luismi tenía 14 años mezclada con un tema de Ronettes, y hasta tema principal del track que da el título al álbum es la copia de dos compases enteros de una canción de Jonas Brothers.
Dos temas son buenos, porque suenan exactamente como Lana del Rey. Otro tema es una cita de una canción de George Michael. Y el resto de los temas son muy parecidos a temas suyos anteriores —ni siquiera a los mejores.
Plagiarse a sí misma no es grave, pero en el contexto de las otras copias, el disco no nos aporta absolutamente nada nuevo. Todos robamos y todos copiamos y una progresión no es algo que se pueda registrar, pero el nivel inoriginalidad que presenta la música de The life of a showgirl es abrumador. El disco empieza bien pero nunca, jamás, despega, y para la mitad ya ves cómo se hunde en su intrascendencia.
Leí muchísimo en internet acerca de que las letras son torpes, y la verdad es que lo son. Wood parece un chiste de bar sobre el tamaño del miembro de su novio, y de algún modo se las arregla para no calentar a nadie; Father Figure habla de su propio pito —el de ella— que, aclara, es más grande; Actually romantic es una oda passive-agressive contra la mega talentosa Charlie XCX que resulta ser más hot que todas las canciones dedicadas a su pareja “It’s kind of making me wet (oh)” le dice nomás. En Opalite, un tema para su novio que aparentemente sería de amor, se enfoca en tirarle shade a la ex de él, una mujer negra, con simbología racista (el pasado era onyx, el presente es de opalita); en Eldest Daughter vuelve a cantar sobre ser una víctima mientras personas afro en USA dejan claro que un par de versos tienen, también, implicancias racistas. En el single The Fate of Ophelia, habla de Ofelia sin hacer absolutamente ninguna referencia a los verdaderos conflictos del personaje de Shakespeare; Cancelled! es una canción en la que deja muy claro que sus amigos le gustan ricos y cancelados (todo en el contexto de sus nuevas amistades MAGA); En Elizabeth Taylor se queja de la soledad pero admite que prefiere seguir siendo rica —Babe, I would trade the Cartier for someone to trust… just kidding”— y dice que es rica y desdichada, o se queja de que no es tan glamoroso ser rica, no queda claro. Y de Wi$hli$t vamos a hablar más adelante.
El disco es profundamente distópico, pero no de una forma rebelde o revolucionaria. Es un disco que se hinca sin chillar ante los requerimientos del capitalismo patriarcal. Es un disco lleno de amargura, resentimiento, resignación.

Yo vi a esta mujer enamorada. Escribió Lover, un disco en el que, te guste o no, toca el cielo con las manos. En The life of a showgirl no hay una sola canción que te haga pensar en estar enamorada, o desenamorada. Feliz, o triste. Es todo una fachada. El disco entero tiene un aura de cansancio, de haberse quedado con lo que sobró, mientras intenta vender un ideal amoroso muy difícil de creer. En sus canciones, bajo el enunciado “Lo tengo todo”, se puede escuchar despacito una voz susurrando “y nada es lo que quería. Todo es la misma mierda”.
7.
En el medio de los anuncios de su disco, salida a la venta de 27 versiones diferentes y merchandising con sobreprecio de mala calidad, Taylor Swift anuncia que se casa con el tarado. Un diamante antiguo de no sé cuántos quilates, el prospecto de una boda perfecta, hijos y la promesa de un sueño que le fue largamente negado y finalmente cumplido son parte del press kit. Hoy, Taylor Swift lo tiene todo.
El tema llamado “Wi$hli$t” (sí, estilizado con signitos de dinero, por si queda alguna duda), fue para mí el punto de quiebre en mi camino swifty. La canción habla de todas las personas que tienen ciertas ambiciones en la vida: ganar un premio, tener un barco o conseguir un protagónico. El tono es… equívoco. Si bien Taylor les desea a estos supuestos otros “que consigan todo lo que quieren”, hay algunos tintes, en mi opinión, condescendientes en la canción, como cuando habla de quienes “tienen tres perros a los que llaman hijos”. Una especie de desaprobación implícita queda suspendida incómodamente en la canción. Ella, en cambio, enuncia que solo quiere vivir en una casa llena de hijos con él. Que tenga un aro de basket. Y que los fans los dejen the fuck alone.
Cuando leí la letra de esa canción, entendí que Taylor Swift nos había engañado a todos. La letra no es inocente. Es la canción de una mujer que es billonaria, que antepuso su carrera a todo, que consiguió todos los récords existentes y por existir en la historia de la música, diciendo que no quiere nada de eso, que solo quiere o le falta ser mamá.
Pero hay un detalle: es fácil decir que algo no te interesa cuando ya lo conseguiste. Y no solo es fácil, es muy peligroso. Estamos hablando de una mujer que fue y es role model para probablemente millones de mujeres en el mundo. Y les está diciendo, básicamente, que no importa que tengan una carrera, que a ella la tiene y no le interesa.

En esta canción, Taylor Swift se pliega de lleno a la movida trad wife. Mujeres influencers que tienen un pequeño imperio y ganan dinero haciendo contenido. Mujeres cuya carrera se basa en venderles a otras mujeres un ideal romántico en el que no trabajar, no tener una cuenta bancaria y dedicar su vida a estar encerradas en casa es un buen plan. Sabemos muy bien que gran parte de las situaciones de violencia contra la mujer suceden en el ámbito del hogar y son difíciles de revertir porque muchas mujeres no tienen recursos para dejar al marido.
Hoy, con el mundo como está, Taylor fucking Swift, la billonaria, desde la cima más alta de popularidad, viene a vendernos que ella no quiere nada de eso. Saca 27 versiones de sus discos para ganarle un récord a Adele y suelta versiones nuevas cada vez que un artista está por sobrepasarla en los charts, pero te dice que eso no le interesa.
Qué fácil querer marido y bebés cuando todo lo demás es pan comido. Qué hipócrita cantar algo así desde ese lugar.
Esta mujer nunca fue feminista. Hoy, Donald Trump usa canciones de Taylor Swift para publicitar su gobierno fascista, y ella no hace ningún comentario al respecto.
8.
¿Por qué no se puede ejercer la apreciación de una obra artística más allá de su éxito económico? ¿Perdimos la capacidad de apreciar la manufactura detrás de una buena poesía, de una canción bien construida, que tenemos que refugiarnos en la subjetividad? ¿Cómo podemos, entre la prístina subjetividad y la big data del revenue, dos polos dictatoriales de afirmación incuestionable, hacer un espacio para conversar sobre el arte?
Es interesante lo que pasó en reddit donde hay, al menos, tres subreddits de swifties. True Swifties —lo que llamamos Stans, fans incondicionales—, Swiftly Neutral —los que intentan algún tipo de crítica constructiva— y Travis and Taylor —un subreddit de haters.
El subreddit Neutral se tiñó de negatividad, con muchísima gente decepcionada por la cantidad de versiones y la baja calidad de las letras. El subreddit de Stans comenzó con algunas personas emocionadas, otras decepcionadas, y muy pronto, a la semana, sencillamente volvieron a hablar de discos anteriores, lo cual, en mi opinión, es un síntoma de la irrelevancia del último. Pero lo más llamativo fue que el subreddit de haters, un espacio donde la gente suele criticar cómo Taylor se viste o cosas ridículas que hace. Este mes, el subreddit de haters se llenó de posts elocuentes (al fin y al cabo los haters son un poco fans, ex-fans en general, con una intensidad similar) llenos de análisis e incredulidad ante el giro a la derecha de la artista.
Es evidente: El mismo fandom está confundido. “Si en la semana que sale mi disco nombrás mi disco o a mí, te guste o no, me estás ayudando”, dijo Taylor Swift en una entrevista reciente en la que la confrontaban con las críticas negativas del disco. Pero algo está cambiando.

9.
Yo creo que una buena parte de los swifties del mundo sencillamente nunca fueron muy proclives a la política (es decir que son medio de derecha) y, por lo tanto, no tienen conflicto en este momento ¿Pero el resto? Sé que muchos no somos así. Y creo que muchos, como yo, estamos consternados ante la situación de que alguien pueda decirse y desdecirse con tanta facilidad. Con miles de cámaras alrededor. Con un documental de por medio, mierda.
Taylor se sube a la ola de la posverdad. Ayer fue abanderada progre, hoy no hace comentarios. Probable o definitivamente, esto ya pasó con artistas y el fascismo en tiempos anteriores. Quizás solo es la primera vez que nos toca verlo a los millennials en carne propia.
Me llevó un mes procesar este engaño, esta estafa. Por más que me duela, es hora de aceptar que esta mujer es exactamente todo lo que parece que es. Una gringa, grasa, ignorante, capitalista, que dejó de lado el camino de la relevancia para ganar unos dólares más.
Las ventas pueden mantenerse o subir, pero el fandom está cambiando. Probablemente, los fans del futuro serán personas más de derecha, aunque a ella le dé lo mismo.
10.
¿Qué va a pasar ahora? Pueden pasar varias cosas. La primera y más obvia es que, comprometida y pronto casada con el futbolista MAGA cabeza hueca, Taylor Swift empiece a hacer canciones sobre maternidad y venta de pañales, para no abandonar a las millennials hétero en su camino patriarcal obligado. La otra, mucho más divertida, es que se divorcie pronto, y haga un gran disco de despecho y empoderamiento, de esos que solían salirle bien. En el medio, mil opciones.

Pero para mí, su hechizo se rompió. A esta altura puedo ver claramente que no hay una persona real detrás de la marca Taylor Swift. No hay un impulso artístico que guíe ese camino, sino un sentido de la oportunidad: la puesta en escena de una vida simulacro. Todo por la anécdota.
¿Fue siempre así? Es imposible saberlo. Sé que sus canciones me acompañaron de una forma auténtica durante una parte importante de mi vida. También sé que hoy, ante un proyecto aparentemente similar de estar en pareja y formar una familia, Taylor Swift no podría representarme menos. Porque descubrí que no vive por vivir. Diseña una vida de modo que le permita tener algo que contar.
Nada más triste, más falso, y más alejado del arte.

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Maria Love es compositora y cantante. Toca algunos instrumentos y participa en proyectos musicales diversos. Melómana, pasa sus días tendiendo puentes entre música nueva y música antigua. De cabeza barroca y corazón punk.





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