1.
8 meses, 20 kilos menos después.
Hay una perilla en el cerebro, la del motor del deseo, que se apagó. ¿Así funciona generalmente la gente “normal”? ¿Se compra helado, come una vez y después se olvida del envase de telgopor en el freezer? ¿No era esto por lo que rezaban nuestras abuelas? Son preguntas que me hago muchísimo.
El Ozempic tiene algo que vuelve el proceso de digestión mucho más lento. Todo el tiempo sentís la panza dura. Cuando me acuesto, después de cenar, especialmente después de las inyecciones que me doy los viernes, mi aparato psíquico se libera.
Yo no era una persona de tener muchas pesadillas. A lo largo de mi vida, muy de vez en cuando, he tenido. Sí, qué sé yo. Pero todas ellas tenían una particularidad: en el momento más temido, cuando empezaba la “peor escena”, sentía calor en el pecho y me despertaba. Esa era otra perilla que saltaba. Ahora, con el Ozempic, ya no.
Corso era mi gato, vivió conmigo quince años desde que tenía tres, cuatro meses, después de que unas rescatistas lo encontraron en la ruta. Desde que lo adopté siempre o casi siempre estuvimos juntos. Hasta hace un año, que murió.
Era un gato de departamento, muy sedentario y, con los últimos años, eso lo había vuelto peor. Yo me había vuelto peor. Habíamos engordado. Tiempo antes de morir, le habían cambiado la alimentación a una específica para felinos con problemas en los riñones, y yo sabía que mínimo había engordado un kilo más. Hasta que un día dejó de comer; ni los veterinarios ni yo nunca entendimos bien por qué. Teníamos algunas hipótesis pero durante un mes lo más importante fue tratar su anorexia y consiguiente ictericia. Hice todo lo que había para hacer. Quise estar. No alcanzó.
A veces siento que Corso tuvo que morir para que yo reaccione sobre lo mucho que me estaba matando a mí misma.

2.
¿Ser flaca sigue valiendo la pena?
Hace muchos meses que no vomito. A veces, algunos días cerca de la inyección semanal, tengo náuseas. Pero cuando siento que estoy a punto de vomitar, la sensación se va bastante rápido.
Lo que sigo teniendo, y bastante seguido, es diarrea. La diarrea es la forma que ahora tiene mi cuerpo de decirme que me equivoqué: que comer rico (no saludable) sigue teniendo una consecuencia. Sobretodo si lo que como es azúcar. Por momentos, siento que el Ozempic está diseñado como asesino total de la felicidad. Con el tiempo evitás comer gomitas no porque sean malas —que lo sé, lo son— sino por lo mal que me hace sentir haberlas comido. Ni hablar de que, al tener afectado el sentido del gusto, todo lo dulce es mucho más dulce en mi paladar. Cuando como azúcar me siento como esos nenes a los que jamás les dan Coca Cola y van a un cumpleaños y se pegan un atracón.
3.
Los médicos a los que veo regularmente continúan con el cerebro lavado respecto de esta droga: teniendo en cuenta que ser o estar gorda era mucho peor que cualquier efecto adverso que pueda experimentar, a su criterio, consideran secundaria cualquier cosa que me pasa y sobre la que manifiesto preocupación.
Les vengo planteando hace más de seis meses que el Ozempic me deshidrata, y no por vomitar o tener diarrea. Que no sé adónde va todo el agua que consumo. Que no sé adónde se van los nutrientes de las cosas, porque aún tiempo después de haber dejado de vomitar, sentía que me caía a pedazos. Nunca tuve la piel tan seca como ahora, ni siquiera con el azúcar alta, que ya no tengo. Nunca llegué a tener los triglicéridos tan altos como ahora. ¿Adónde se van las cosas? Ni idea, pero el otro día empecé a hacer pis con sangre. Tenía cistitis, pero no la cistitis violenta de una infección urinaria. Cuando fui a la guardia, me dieron antibióticos, pero el dolor de los riñones no se fue. Me hice varias ecografías. Análisis de sangre. Ahora tengo el calcio apenas alto y, en teoría, arenilla en los riñones. Entiendo perfectamente que es el precio que tengo que pagar para ser flaca. Algo que para todos, y a veces para mí, es lo más importante.
Gracias a que un equipo entero de especialistas no me da ni cinco de pelota, entiendo que hay una suerte de pacto médico para decir que la droga es segura, que lo que está causándome determinados desórdenes no es el Ozempic.

4.
Para no caerme a pedazos y tratar el SOP (Síndrome de Ovario Poliquístico) empecé a tomar banda de suplementos: citrato de magnesio, omega 3, vitamina c, berberina, inositol, cápsulas de té verde. Además me comí el flash de que necesito colaborar con mis intestinos, entonces tomo prebióticos, probióticos, cápsulas de cúrcuma, jengibre y pimienta negra. Ahora me siento mejor. Algunos médicos recomendaron algunas cosas y a otras me las recomendó el algoritmo.
Cuando tenés SOP, Instagram te bombardea con una batería de cuentas que de alguna manera te cuentan que están hackeando tener SOP: un síndrome que no se limita únicamente a los quistes en los ovarios sino que es un conjunto de desórdenes metabólicos que se potencian entre sí y para los que, aún, la medicina no ha agarrado la pala lo suficiente como para curar.
Tal como dicen las publicidades, el citrato de magnesio no solo te ayuda a dormir, sino que colabora con 300 (o 600) funciones vitales del cuerpo. Tenía hasta hace un año una gran deficiencia. También de vitamina D3, que se asocia al síndrome. El omega 3, en teoría, ayuda a bajar el colesterol, a controlar los triglicéridos, y además es bueno para el cerebro. O simplemente me da todo lo que no me da no comer pescado. La vitamina C, qué sé yo, tiene que ser buena, ¿no? Me es prohibitivo tomar jugo de naranja porque no solo me cae mal, también tiene mucha azúcar, aunque no la tenga agregada. Hay toda una secta de nutricionistas anti-fruta, que te dicen que es preferible tomarte una Coca Cola light, aunque la Coca Cola no tenga nada bueno para tu salud. Parecería, al final, que comer fruta, al menos para las personas que tenemos insulinorresistencia, es tan grave como comer un caramelo. Y que debería ser un gusto que nos damos al final de una comida luego de haber comido mucha proteína, sí. Esas son las reglas: si no te gustan, otras no hay. La berberina, el inositol, son dos suplementos de los que últimamente se habla mucho en internet porque “atacan” la panza de embarazada que tenemos las mujeres con SOP y también algunos hombres. Ayudan a bajar la grasa abdominal que es la más fácil de acumular para algunas personas, y la más difícil de bajar.
A pesar de que llevo acumuladas unas diez sesiones de depilación definitiva, caras, incómodas, humillantes, tengo SOP y, por ende, sigo teniendo barba. Así sea una barba de diez pelos. Cuando como azúcar, me crecen mucho más rápido. En teoría las cápsulas de té verde colaboran con eso, aunque no sé si siento mucha diferencia. Lo que sé es que huelen bien, y que aromatizan el compartimento de las pastillas que tomo a la noche. Eso me da una buena sensación al tomarlas. Cosa que me cuesta, pero lo hago igual. Yo ya no sé a esta altura qué carajo es normal y qué no. Qué me pasa a mí, qué nos pasa a algunas o a todas.
Tragarme el contenido del pastillero cada noche es un pacto. Con la humanidad, con la cantidad de horas hombre que me desangré delante de un médico tratando de explicar lo que me pasa y lo que siento. Es un cúmulo de pruebas y errores. Un recuerdo de que la totalidad de la civilización occidental hizo determinados esfuerzos para que yo llegue hasta acá. Para sostenerme, para no enloquecer, para más o menos funcionar.
5.
Lo que puedo decir respecto de las hormonas masculinas es que, en algún momento, más gorda y peor de salud, parecerían haber estado totalmente fuera de control. Ahora están en valores más acordes a una mujer de mi edad. Ahora tengo ganas de ponerme cremas, cuidarme el pelo, maquillarme. Ya no me atraen sexualmente las mujeres, dejé de escuchar machirulos del rap y me la paso escuchando Britney, Lady Gaga. Lo que escuchan mis amigas. Tengo ganas de formar un hogar en vez de partirme contra algo.
Ya lo sentí hace mucho tiempo: estar enamorada, estar hormonal, tener un desorden químico en el cerebro no distan mucho de estar drogado. Es imposible analizar racionalmente lo que sentís, hacés y decís cuando no sos vos. Y también existe la posibilidad de que ese seas vos, definitivamente loco.
6.
En algún punto sé, y las cosas que leo lo confirman, que el Ozempic está en la edad de piedra de “estas drogas”. Que hay otras mejores, más nuevas. Que te hacen bajar más de peso en menos tiempo y con menos esfuerzo, perder menos masa muscular, sufrir menos efectos adversos.

Por esto mismo, y por la aparición del Dutide, una droga argentina, mucho más barata y a simple vista con mejores resultados, Novo Nordisk —el laboratorio que hace y distribuye el Ozempic— me mandó un Whatsapp el otro día para avisarme que ahora en Argentina el precio de la droga disminuyó un 50%. No solo el laboratorio ya me otorga todos los meses un descuento, sumado a lo que me cubre la prepaga por tener diabetes —un 70% sobre el total— sino que además el laboratorio me premia por elegirlos a ellos. Seguramente premie a mis médicos también, mínimo a la diabetóloga, que todos los meses cuando voy a verla, en vez de registrar algo de lo que le digo, insiste con que el Ozempic es lo mejor que me pasó. Le pagarán viajecitos, no sé. Sacará una cometa del escueto precio que pago. Le darán muestras gratis a ella, que es un palo vestido.
7.
No sé cuánto más quiero adelgazar, ¿10 kilos? ¿Para volver a tener un IMC “normal”? Me han dicho que lo que tendría que bajar a partir de acá son 20 kilos más. Igual estoy contenta, tengo el peso de los 25.
Por primera vez desde que arranqué el tratamiento empiezo a considerar inyectarme para siempre. Hasta que algo explote, al menos.
8.
Hace un tiempo ví en Instagram a una mina que, pesando y midiendo casi lo mismo, había bajado el doble que yo, consumiendo Mounjaro —tirzepatida, una droga similar que aún no está disponible en nuestro país. No pude evitar sentir que estoy haciendo todo mal, que aquel chocolate del otro día no era necesario, que no tuve suficiente constancia para ir al gimnasio, que no hago suficiente ejercicio. Tengo que ser yo, no el veneno del gila monster.
En la carrera espacial por la mejor droga para desaparecer, yo me endulzo con la idea de seguir así de alienada. Y me quejo, pero bien que me gusta.
9.
Ahora mi novio está más gordo, es él el que no para de comer. Compra cosas o las compramos juntos, en cantidad, me olvido muy rápido de que existen y después desaparecen. Quizás ni siquiera sea una cantidad bestial de cosas, sino que ahora ya no puedo medir bien cuánto es lo justo, cuánto es lo necesario, cuánto es desbarrancar. Mi ritmo de “comer cosas ricas” ya no es un ritmo humano. Mi humanidad se desvanece.
Ayer me acordé de una torta de brownie que compramos hace un mes y estaba en el freezer. “No, eso desapareció hace mil”, me dijo él.
¿Hay placer detrás de las cosas? ¿Cuánto tiempo más voy a poder intelectualizarlo para convencerme de que todavía puedo sentirlo?
10.
En diciembre me compré un short de jean para irme de vacaciones. Me quedaba ajustado pero ahora me baila. No me reconozco en las fotos de hace pocos meses, no entiendo cómo hice para estar tan gorda, como si a la vez pudiese olvidarme de los dos años en que me quise muy poco. Me la pasaba comiendo hamburguesas porque entendía que la anorexia no era el camino. Evidentemente, me gustan los extremos.
Me entró hace poco un pantalón que no me entraba desde el 2019. Pude volver a comprarme ropa de esos talles, que, al final, son los míos. Lo primero que le dije a la diabetóloga cuando recomendó drogas inyectables, como “último intento” (de ella) antes de que yo termine haciéndome una cirugía bariátrica, era que quería volver a ser yo misma, que mi ropa me entrara.
Después de haber tenido “buenos resultados”, la ginecóloga admitió que pasar por una cirugía para perder peso era una locura, como si no hubiese sido una opción que estaba sobre la mesa, tanto para ella como para todo ese equipo médico que atiende en esa clínica y laburan en conjunto, hace apenas dos años.

11.
Cualquiera que se había hecho una cirugía bariátrica o que estaba yendo al nutricionista te iba a decir que la respuesta era comer un poco de todo, variedad, pero “poquito”. Poquito es esto: 1200 calorías por día. Lo sé porque durante unos meses las conté con una aplicación, y me ponía contenta cuando llegaba la noche y me sobraban todavía 400 de esas 1200. Eso significaba poder comer chocolate.
Poquito es no tener ganas de tomar alcohol, ni de fumar. Poquito es tirar el bowl con la mezcla de bizcochuelo a la pileta para lavarlo sin rasquetear. No comerte la última miga. Poquito es que el sexo ya no te importe, y no saber si es porque tenés 35 años o porque una droga te acribilla el centro de placer en el cerebro.
12.
Desde que consumo Ozempic, tengo antojos muy variados, siendo que como realmente poco. Todo en la heladera es una sobra o un mealprep, de acuerdo a cómo se vea. Como muy lento y casi nada, pero quiero comer y cocinar cosas diferentes, no estar una semana tratando de tragarme la misma tarta como si fuera un nene que no quiere más y empieza a jugar con la comida. Los niños tienen muy claras estas cosas y, a medida que pasa el tiempo, seguramente la instrucción o directiva de “terminar el plato” acaba por cambiar sus hábitos. Las personas que quiero son como cuervos que están esperando a que diga “basta” para arremeter, para “no tirar nada”. Decir basta porque ya está, porque ya no podés respirar, como si te hubieses comido una vaca.
Comer y no engordar, inclusive adelgazar: lo que todas deseamos alguna navidad. Pedir un plato en un restaurante y saber que solo vas a poder comer un tercio aunque sea tu cumpleaños.

13.
Fumo porque soy adicta, como porque lo necesito, pero hay una chapa de elección genuina en esas cosas que está completamente levantada. Años de medicación psiquiátrica no lograron apagar el motor que te lleva a la adicción. La línea entre disfrutar algo y hacerte daño a veces es muy delgada. Ahora mi cabeza ya no desea. Lo único que puedo hacer con los vicios es intelectualizarlos, ya no los necesito.
Me sigo inyectando religiosamente los viernes sabiendo que al otro día voy a estar zombie. Duermo más y mucho más profundo. Tengo acidez. Tengo pesadillas: mi gato se vuelve a morir todos los sábados de una manera distinta y no me puedo despertar.
Suscribite a Vayaina Mag o colaborá con un Cafecito
Julieta Acosta estudió sociología, dio talleres de escritura creativa y (a veces) edita libros.






Replica a Amanda Cancelar la respuesta