1.

Fiel a mi generación, si no hay salud, buena fortuna o deseos cumplidos, que haya viajes. El 2019 venía desastroso —sobre todo en la salud— y en eso estaba cuando viajaba a Los Angeles por la hermosa ruta del pacífico. De repente, el brillo del sol y el celeste se arruinan: empiezo a ver gotas, mejor dicho, sombras de gotas que se mueven. Pero no llovía. La gota se movía cuando parpadeaba, también una línea, como un pelo, una pestaña. Me asusto, limpio los anteojos. Pero seguían ahí. Mi marido me dice: son miodesopsias, no es grave. Me explica qué es. Puteo, me imagino la respuesta que voy a encontrar en Google y me broto: las voy a tener desde hoy y para siempre. 

A medida que envejecemos, el humor vítreo de los ojos va desprendiendo fragmentos, como una gelatina que se condensa en pequeños filamentos que flotan en el interior del ojo. La luz los refleja, y entonces lo vemos en el campo visual como mosquitas voladoras, pelos, burbujas. Con el tiempo, por un mecanismo de neuroadaptación, el cerebro se acostumbra y se supone que uno deja de percibirlos. La medicina no tiene ningún tratamiento para esto, ni droga, ni rehabilitación. Nada. Algunas clínicas ofrecen un tratamiento con láser, pero no tiene mucha evidencia acumulada de éxito. Nadie se iría a hacer disparar un láser en la retina si no hay 20 años de experiencia y miles de pacientes curados detrás. Si la molestia es tal que llega a ser incapacitante para la visión, se hace una vitrectomía, una cirugía muy riesgosa en la que no es claro que el riesgo sea mayor al beneficio. 

Mis ojos vienen mal de fábrica, y como tengo miopía magna, glaucoma y un nervio óptico enorme, los desprendimientos de vítreo pueden tironear una retina que ya está bastante cascoteada, así que tengo que ir a controlarme. Googleo de nuevo antes de ver a Lourdes, mi oftalmóloga. No puedo creer que algo tan molesto que le pasa a tanta gente no tenga una solución, que nadie haya inventado nada, que no haya un negocio… ¿dónde mierda está el capitalismo cuando más se lo necesita? Encuentro dos cosas: primero, un estudio de la Universidad de Taiwán con grupo de control que dice que quienes comieron 300 gramos de ananá diario notaron una disminución sustancial de las moscas volantes, y la hipótesis tenía que ver con el efecto de la bromelina, una sustancia de esa fruta. Encuentro también un suplemento natural —un frasco de pastillas con vitaminas y minerales— que se comercializa en Estados Unidos y que es “especifico” para tratar eso. Se llama Vitrex, o algo así, y es de venta libre. No me sorprende: durante los 12 días que estuvimos en California no dejé de ver publicidad de todo tipo de suplementos destinados a “la inflamación¨, “la longevidad” y “la reparación celular”. Conozco muy bien ese vocabulario: mi intento de concebir un hijo y llevar a término un embarazo me transformó en una habitué de materiales sobre nutrición anti inflamatoria y las bondades de la coenzima Q10 para el cuidado de las células germinales. La nutricéutica —es decir, la industria de los suplementos nutricionales— no para de crecer y de facturar miles de millones de dólares y su principal marketing es ofrecer soluciones naturales y nutricionales alternativas al “negocio de la medicina” y de la industria farmacéutica. 

Lourdes me revisa: la retina está perfecta y se ven las “mosquitas” que, aunque molestas, son pequeñas. “No es nada”, agrega, está bien, es normal. Le cuento sobre el paper del ananá y,  muy esperanzada, sobre el suplemento de vitaminas y minerales de venta libre, el de Estados Unidos. Le remarco: Estados Unidos. 

—Yo me especialicé en Estados Unidos, sí. No te recomiendo que tomes eso.
—Pero es natural, de venta libre.
—No conozco ni hay evidencia de que funcione o de que no dañe. Yo no te puedo garantizar que no te va a perjudicar. Ningún suplemento es natural. Todos tienen principios activos y no tienen estudios clínicos detrás. El ananá… qué sé yo, comelo. Es una fruta, es rico. Probá y después contame. Lo otro, no.

El highlight: «yo no te puedo garantizar que no te va a perjudicar». Lourdes siempre me dice que estoy bien, pero quiere que la vea cada seis meses. Yo sé que nadie que esté bárbaro tiene que controlarse cada seis meses. Pero ni yo pregunto de más y ni Lourdes me informa de más. Sabe que soy medio rayada, sabe que soy hipocondríaca, me maneja. Los ojos son para toda la vida, todavía me queda la mitad y las dos sabemos eso.

2.

Al mismo tiempo que el sistema de salud sigue haciendo transplantes, operando bebés que aún no nacieron, cada día aparecen más y más terapias y esperanzas donde no las había, no hay turnos con los especialistas y cada vez es más común que los médicos “de toda la vida” se retiren de las cartillas de prepagas y obras sociales y atiendan de forma particular. La causa aducida son los salarios y los honorarios miserables que pagan las grandes empresas de medicina privada y el Estado. Faltan pediatras, neonatólogos e intensivistas. Los pacientes, del otro lado, encuentran que las consultas —cuando hay turnos— son cada vez más cortas, o que vas con un problema y te derivan a otro especialista, a otro y a otro. Muchos pacientes se quejan de deshumanización, hiper especialización y destratos, cuando no mala praxis o violencia. Esto ha dado origen a grupos que han denunciado estas prácticas, como por ejemplo, las activistas contra la violencia obstétrica.

El deterioro del sistema de salud es un problema argentino y presupuestario, pero también es global. El economista Albert Hirschman decía que cuando un sistema u organización no funcionaba podía haber, por parte de los usuarios, mecanismos de 1) lealtad (quedarse) 2) voz (expresar e intentar cambiarlo desde adentro), o directamente, 3) salida (irse).

Podría decir que quiero hablar de los procesos de salida del sistema de salud. Pero ni de casualidad se trata sólo de eso. Acá voy a hablar sobre los multiversos que están apareciendo en la salida del sistema de salud. Y, sobre todo, de sus efectos.

3.

La pesadilla de COVID 19 se terminó una vez que la humanidad se vacunó. Sin embargo, lejos de revalorizar la ciencia y su eficacia para resolver problemas, lo que quedó fue una especie de fastidio hacia su autoridad y desconfianza en sus métodos, en sus productos y en sus modos de validar el conocimiento. 

Hay brotes de enfermedades que se creían erradicadas, cada vez es menos tabú cuestionar las vacunas, ya es vox populi la “eficacia” de dejar las harinas para “cuidar la salud”, y la idea de que las enfermedades, cualquiera, todas, se originan en “el estrés”, en los problemas emocionales no resueltos o en traumas del pasado, antes que en la biología, ya es un clásico del sentido común. 

El segundo efecto de la desconfianza en la ciencia es, justamente, el desplazamiento de esa confianza hacia cualquier cosa que prometa una solución “amable” y “natural” y cuya validación pasa a ser la persona auto adjudicada experta misma: cuanto más cercano, erudito y amoroso parezca el oferente, mejor. 

Publicidad de curso online para «sanación de traumas».

Los creadores de contenido ahora también pueden autorizarse a crear métodos “de autor” aplicados a la salud. Por ejemplo, un famoso medico de redes, autor de best sellers, inventó un método de reseteo intestinal cuyo recurso central es una dieta extrema que promete mejorar la salud y numerosas dolencias. Patentó su marca, pero el método carece de ensayos clínicos. Una vez me tomé el trabajo de buscar en bases de datos sobre este método y sus resultados: solo hay un trabajo, de su autoría y mide la eficacia a través de un cuestionario de auto percepción de cómo se sienten sus propios pacientes.

4.

Muchos de estos médicos que abandonaron el circuito, público o privado, de medicina asistencial en la que se hace investigación y docencia, aparecen en redes sociales promocionando la práctica de “otro abordaje de la medicina”, independientemente de su especialidad de origen. Todos los días noto con perplejidad cómo profesionales —la mayoría con formación académica sólida, experiencia, especializaciones y fellows— comparten un mismo discurso, con los mismos conceptos y casi las mismas palabras, desde consultorios color pastel, con sus voces pausadas y caras huesudas, fotos de velas y a veces de ellos mismos enfundados en ropa deportiva, con un mat de yoga y otras escenografías del bienestar. Al igual que algunos mentores o coachs, pero más sutiles, algunos suelen mostrarse de viaje, con estilo casual, en lugares paradisíacos o en casas de barrios cerrados de fondo. Ginecólogas, gastroenterólogos, anestesiólogos o cirujanos que trabajan desde lo que llaman un “nuevo paradigma”: la “medicina funcional” o “integrativa” y/o “ortomolecular”. Los elementos y la oferta terapéutica que se reitera en loop en sus propuestas, con muy pocas modificaciones, son:

A. Construir un hombre de paja sobre la medicina “convencional” o “del viejo paradigma”, o “lo que te enseñan en la facultad” (y por la que recibieron un título habilitante). Esta medicina sólo trata el síntoma y no las causas verdaderas de las enfermedades. También separa al ser humano en cuerpo y emociones y sólo atiende el síntoma físico “cuando ya el cuerpo enfermó”. A la medicina tradicional no le importan los aspectos emocionales, de hábitos y estilo de vida, cuestiones que están en la base de las enfermedades y síntomas, sólo le interesa tapar el síntoma con “una pastilla”.  No todos se explayan y explican a qué se refieren con “la causa” del “síntoma” en concreto, más allá de la generalidad estilo de vida- inflamación crónica-enfermedades-síntoma. Hay un grupo que avanza más allá y entiende a los síntomas como asociados a emociones y “herencias ancestrales”. Si la keyword de la medicina siempre fue “curar”, aquí es “sanar”. El desplazamiento va desde la ciencia y la técnica que cura al sujeto que se sana. Sanar es mi proceso. Este cambio del curar al sanar es, supuestamente, bueno para el paciente y el médico una guía.

B. La posibilidad de la personalización, con un diagnóstico personalizado y un tratamiento personalizado. Para una disciplina que está basada (como todas) en explicar un caso particular a partir de su relación con leyes generales o el conocimiento de procesos causales ya estudiados, imaginar cómo cada síntoma y cada enfermedad remite a una causa personal es, desde la epistemología y el método científico, difícil. Pero avancemos, quizás no se trate de eso. ¿Cuál es el método para tratar la enfermedad o el “equilibrio perdido”? Algunos pilares: la alimentación (anti inflamatoria), el sueño, el ejercicio y a la “gestión del estrés”. Nuevamente, lo general (e indudablemente beneficioso) y a la vez inespecífico del tratamiento lo hacen, por lógica, incuestionable. ¿Qué persona, tenga la enfermedad que tenga, no podría verse beneficiada de la buena alimentación, el ejercicio, el control del estrés y el bienestar emocional? El plan personalizado consiste en algún tipo de combinación entre alimentación antiinflamatoria, suplementación de vitaminas y minerales, y una atención a lo emocional que no se sabe bien desde dónde se aborda, dado que tampoco queda claro cuál es la formación en salud mental, o qué tipo de terapias para “gestionar el estrés y las emociones” puede manejar un ginecólogo, un dermatólogo o un cirujano formado en el “nuevo paradigma”.

Con respecto a la alimentación anti inflamatoria, la estrella total del paradigma, los profesionales se dividen, y parece no haber consenso entre todos: la mayoría indica la eliminación de grupos completos de alimentos como azúcar, gluten, almidones, lácteos y legumbres. La eliminación de lácteos y gluten se indica a incluso personas (algunos, niños) que no tienen ninguna intolerancia ni alergia. Otros denominan dieta anti inflamatoria a las dietas cetogénicas, entonces indican (siempre muy personalizadamente), a todos sus pacientes alimentarse a base de grasas animales y vegetales, carnes y reducir casi a cero las frutas, granos y cereales.

«El abordaje de la medicina funcional es mirar hacia arriba para identificar la disfunción fisiológica clave que subyace a las enfermedades concurrentes y luego aplicar tratamientos que aborden esos factores», consigna el texto que acompaña este gráfico.

C. La antropología en el corazón de esta propuesta es que, como hombres modernos, hemos perdido nuestra naturaleza y que para sanar nuestra biología hay que volver a un equilibrio ancestral perdido… tal como el hombre primitivo. El imaginario de este hombre primitivo es el de un homo sapiens que vivía en la selva, comía carne y algunas frutas, corría, cazaba, dormía de noche y el estrés era producto de la amenaza en la carrera por la supervivencia; casi siempre representada por un animal que se lo quiere comer. Es por eso que muchas intervenciones buscan imitar algo de esta biología que se postula como sin cambios. 

La paleontología, la biología, la antropología biológica ha demostrado que no existe algo así como una dieta del “hombre primitivo”. Más bien, la evolución del sapiens se produjo desde distintos habitats, formas de alimentación y hábitos de gestión de la supervivencia. Mucho de esto está explicado de modo muy accesible por Ezequiel Arrieta, médico e investigador del CONICET, en su hermoso libro La invención de la comida. Y la gran omisión: aún en su “estado primitivo”, mágico, biológicamente perfecto, hasta el siglo XIX, la esperanza de vida del incontaminado sapiens era de 30 años. 

Los funcionales trabajan también con lo que Lourdes, mi oftalmología del viejo paradigma, me negó: suplementos. La suplementación de vitaminas y minerales sería central para mejorar y fortalecer las funciones orgánicas y revertir el ciclo del envejecimiento celular. La mayor efectividad se producirá cuando estos nutrientes se introducen vía endovenosa. Por ende, el tratamiento personalizado consiste en sueros que se administran en distintas sesiones, en una camilla y la colocación de una vía. Muchos de los consultorios color pastel en los que se aplican estos tratamientos son promocionados por celebrities y famosos. Los sueros de vitaminas y minerales son en realidad productos farmacéuticos (como siempre han sido, porque existen desde hace mucho tiempo) producidos y provistos por empresas de nutricéutica, que incluso montan o franquician estos consultorios. Respecto de qué clase de intervención médica es esta, y su eficacia: hay algunas publicaciones que muestran beneficios genéricos, algunos más específicos y muchas, muchísimas publicaciones y recomendaciones en torno a su ineficacia y a sus posibles riesgos. Sucede lo mismos con los test de nutrigenómica —exámenes genéticos bastante costosos que brindarían la posibilidad de personalizar la dieta de acuerdo a los genes— cuyo valor predictivo y terapéutico también parece requerir más evidencia en favor de su eficacia.

Algunos profesionales lo publicitan como “los últimos avances científicos” y medicina de vanguardia.

5.

Cuando hacemos trabajo de campo, usamos un concepto que se llama saturación teórica. Podría adquirir muchos sentidos metafóricos, pero aquí, es este: dejar de buscar cuando los datos empiezan a repetirse una y otra vez y todos parecen decir lo mismo. En mi pequeño trabajo de campo (alimentado a algoritmo y una observación atenta de la “vida real”) de médicos funcionales y pacientes, llegué a un punto muy cercano a la saturación teórica y a la saturación a secas.

Voy a presentarles a una médica funcional bien hardcore. Es decir, una que propone y defiende todos y cada uno de los postulados de lo que llama nuevo paradigma. Vamos a llamarla Mariela. Es posible que haya algunos otros colegas que no compartan todos los elementos o, como se dice mucho ahora, “algunos tomarán sólo lo que les sirve”. Pero volvamos a Mariela, que existe, es representativa de este sistema de prácticas y es una referente. Salvo su nombre, todo el resto es real.

Mariela, de base, es médica y tiene una especialidad quirúrgica. Se presenta como nerd —a la mayoría de los funcionales les gusta presentarse como nerds, ñoños o estudiosos y curiosos— y dispuesta a mirar al paciente en su integralidad. A sus cientos de miles de seguidores y pacientes, aconseja, por ejemplo, no tomar estatinas —drogas que se usan para manejar el colesterol alto— bajo ningún concepto. Agrede a cardiólogos que los indican e intentan refutar sus teorías sobre el origen y la fisiología del colesterol o le advierten sobre lo peligroso de su consejo. Mariela también recomienda no colocarse protector solar y niega la relación causal entre exposición solar y cáncer de piel. El hombre primitivo, dice, no tenía cáncer de piel porque formaba su “callo solar”. No importa cuántos prestigiosos especialistas en dermatología le indiquen que ese concepto no tiene sentido y pone en peligro a las personas: ella invalida sus palabras porque pertenecen “a un paradigma superado”. Ella es nerd, y no les va a permitir que cuestionen sus conocimientos. Por supuesto, desaconseja la vacunación, sostiene que existe una relación entre trastornos del desarrollo y vacunas y que la quimioterapia es veneno que destroza las células inmunes. Pero Mariela tiene una matrícula y parece no ser tonta: ella no recomienda abandonar la quimioterapia porque sí tiene un gran efecto placebo. Es decir, como la gente cree tanto en ella como producto del engaño de la medicina occidental, es efectiva por eso: como un producto psicológico, más que nada. En otras de sus intervenciones polémicas pero necesarias, recomienda no hacer el cribado de diabetes gestacional a todas las embarazadas, por lo menos no a las que llevan un estilo de vida saludable. Mariela sostiene que el cáncer es producto de emociones mal gestionadas, de angustias y estrés. Cuando alguien le pregunta entonces cómo puede ser que un niño tenga leucemia, ella lanza una hipótesis ad hoc tan magistral como bestial y falsa: “porque a los niños les llega, a través del ADN, el dolor y los traumas de sus padres, o bien, de las generaciones pasadas”. 

Acá me voy a detener, mejor.

La Academia Nacional de Medicina de este país dice: “La medicina ortomolecular no posee una base científica experimental, acorde con la medicina moderna de Occidente. En efecto, la afirmación de acciones farmacológicas requiere una verificación experimental cuya expresión más acabada son los ensayos clínicos controlados, prospectivos, aleatorizados ejecutados dentro del marco de estrictos requisitos técnicos y éticos. No se encuentran en la literatura médica estudios de medicina ortomolecular con estas características. Las publicaciones en general se basan en impresiones de autores, cuyos trabajos no pueden ser verificados ni refutados. Es llamativa la oferta de medicina ortomolecular para solucionar gran cantidad de procesos muy dispares, sin explicación científica de las observaciones ni sus fundamentos (… ) El Journal of Orthomolecular Medicine iniciado en 1967 no está indexado en MEDLINE, una base de datos de literatura biomédica”.

Esta imagen fue encontrada bajo el título «pilares de la medicina funcional»

 Mariela tiene colegas que toman sus cursos sobre “medicina integrativa” y pacientes, algunos oncológicos, que se atienden con ella o siguen sus consejos con total esperanza. Como Mariela, algunos más hard otros más soft, hay cientos. Hay cursos, congresos, seminarios y hasta una universidad pública ofrece cursos de medicina funcional y ortomolecular. Antes de escribir esta nota, les consulté si era cierto y jamás me respondieron. El curso cuesta cuatro mil quinientos dólares. El nuevo paradigma que busca volver a lo natural, prevenir enfermedades, trabajar sobre los hábitos y el alma, revolucionar la medicina y no hacerle el juego al “negocio de los laboratorios que nos quieren enfermos”, cuesta caro y también vende productos. La efectividad de esos productos y terapias sigue teniendo más preguntas que evidencia acumulada acerca de su eficacia para tratar problemas concretos.

6.

Anoche vi a una jefa de servicio del Garrahan decir que la mitad de los niños de la ciudad, de la cohorte post pandemia, no tienen las vacunas de calendario que tienen que tener. No habla sólo del acceso a las vacunas: habla del descrédito y la desconfianza hacia las vacunas y hacia la medicina como la causa principal de la no vacunación: “¡Estamos discutiendo si la tierra es plana, si un niño con cáncer tiene que recibir su tratamiento. No entiendo, ¿vamos a desaparecer como especie?!!”. Se la escucha desesperada.

Mientras tanto, todos sabemos que existen pediatras que desrecomiendan vacunar a los niños. Claro que no son la mayoría. No sé cuántos son. Lo que sí podemos saber, parece, y hasta los podemos contar, son los efectos: niños sin vacunas como una tendencia creciente y rebrote de sarampión.

Mujer explica técnica de tapping.

7.

La mayoría de los pacientes funcionales dicen que se sienten bien, sobre todo, desde que dejaron los ultraprocesados y las harinas. Otros, los que nunca aparecen en redes y testimonios de éxito: “Mi cardióloga jipi me sacó las estatinas hace seis meses, me hice los análisis y tengo el colesterol por las nubes”. “Mi nene tenía un problema de atención en la escuela y el pediatra me dijo que le saque los lácteos y el gluten”. Una influencer de fertilidad tuvo un hijo que tiene un trastorno en el desarrollo: su pediatra integrativa le indicó sacarle el gluten y los lácteos de su dieta para evitar la inflamación… a los cinco años. Un hematólogo anciano, considerado eminencia en problemas de fertilidad e inmunología, les indica a sus pacientes dejar de consumir lácteos y gluten para mejorar su fertilidad. 

No hay ninguna relación causal y unívoca comprobada entre trastornos del desarrollo y gluten y lácteos en niños, como tampoco hay probada relación causal entre estos alimentos y la infertilidad en personas que no son alérgicas. También es cierto que nadie se muere por dejar de consumir lácteos o trigo. Cambiar la alimentación de una persona a partir de la eliminación total de alimentos que siempre formaron parte de su vida tiene impactos en la economía, las costumbres y el placer, además de toda la vida social y familiar. Cambiar la alimentación de una persona con la promesa de que el desarrollo cognitivo de su hijo o su fertilidad va a mejorar genera expectativas e ilusiones que no tienen chance de ser cumplidas.

8.

Que la mayoría de las enfermedades no transmisibles se originan o se vinculan con estados de inflamación crónica derivados de los efectos de hábitos poco saludables relativos a la alimentación, el ejercicio, el estrés y el mal sueño y que, por el contrario, una mejora en esto tiene la capacidad de prolongar la vida, revertir algunas enfermedades crónicas, procesos de deterioro y envejecimiento celular es el hallazgo más probado, repetido, básico e indicado hasta el hartazgo en la biología, en la ciencia convencional, en la medicina clínica y del estilo de vida basada en la evidencia científica. No hay nada más “viejo paradigma” que esto. Lo es, además desde hace décadas. ¿Siglos? No proviene de ningún nuevo paradigma alternativo, y mucho menos es un hecho que “nadie quiere que sepas”. De hecho, lo sabemos todos. La medicina “a secas” también demostró que el estilo de vida no explica todo y que no alcanza para curar otra cantidad de enfermedades y condiciones que están determinadas por factores infecciosos, genéticos o ambientales que aún no han sido descubiertos o no son controlables y una cantidad de causas que aún no se conocen. Separar cuerpo y alma seguramente es vivido como una verdadera porquería cuando un médico no te escucha, te trata como un ente y te despacha en 15 minutos. También, seguramente, es muy aliviador que ningún médico te adjudique emociones no resueltas o se meta con tu bisabuelo muerto para explicarte por qué tenés cáncer o asma. Sobre todo porque es falso.

La biología molecular y la genética de ninguna manera han demostrado que las emociones y traumas se transmiten a través del ADN de la membrana celular. Es falso de toda falsedad. El libro que sostiene esa tesis, cuyo impacto es en las creencias pero en la práctica de muchos médicos con matrícula y responsabilidad sobre la salud, es un best seller absoluto. También es falsa la teoría de la enfermedad causada por las emociones. De hecho, es una pseudociencia basada en los escritos de Ryke Hammer, un médico alemán cuya matrícula fue suspendida para siempre por instigar a abandonar tratamientos y proponer pseudoterapias. Hammer inventó, en 1970, un conjunto de leyes biológicas cuya fuente es su propia imaginación y que postula la relación directa entre traumas, emociones y enfermedades. Decir esto tiene el mismo valor de verdad —si entendemos por verdad una correspondencia entre un enunciado y los hechos del mundo tal como suceden— que la relación entre cantidad de ratones y desaparición de dientes de leche.

9.

Todas las creencias que mostré no son nuevas. Tengo colegas que las estudiaron y las conocen mejor que yo, y que también conocen sus mixturas, sus grises y su complejidad. No todos quienes se embarcan en esto descreen 100% de la ciencia, no todos los médicos que complementan —¡complementan!— su práctica con alguna técnica de las medicinas alternativas son Mariela en términos racionales, éticos y estéticos.

Pero quienes nos rendimos a la evidencia, como yo, hablamos de esto porque lo estamos viendo aunque no podamos creerlo. Acá hay otra cosa más para arreglar de este mundo roto. 

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Marina Larrondo es Investigadora Adjunta del CONICET en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (UNTREF). También Socióloga, Magíster en Educación y Doctora en Ciencias Sociales. Investiga sobre Jóvenes y activismo, y sobre Política en la Escuela Secundaria. Enseña en el Profesorado de Sociología de la UBA y trabaja  en temas de Currículum y Enseñanza en la Escuela Media. Es autora de La suerte de tu lado (El gato y la caja)


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Una respuesta a “La tribu funcional y su promesa de sanación”

  1. “Anoche vi a una jefa de servicio del Garrahan decir que la mitad de los niños de la ciudad, de la cohorte post pandemia, no tienen las vacunas de calendario que tienen que tener.” Una cosa que me dejó pensando es que, encima, no dijo lo peor la médica del Garrahan: La cobertura de la Hep B y la BCG es particularmente espeluznante. Hay casi un 70% de bebés en CABA (PBA no es mejor) sin vacunas contra la Hep B y la BCG. No me digan que no somos un país antivacunas si todos esos bebés se fueron del Hospital sin Hep B ni BCG. SE LAS TENÍAN QUE DAR A LAS 12 HS. DE VIDA Y AL SALIR DE LA MATERNIDAD. Fuente: https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/2019/05/nacion_cnv_2023_actualizado-18dic2024.pdf

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