En «Tiempos Modernos» Carlitos Chaplin sorprendía a señores con el accionar de una máquina. La rapidez de las cintas transportadoras los atontaba un poco. De todas formas, estos señores sabían de qué se trataba.
No como nosotras que, con el moderno sistema de parentesco que hoy nos toca vivir, nos vemos en situaciones absurdas, torpes, y, por sobre todo, ridículas, donde no sabemos si somos primas, cuñadas o hermanas de…¿de quién?
¿Dónde está escrito cómo proceder ante la visita de una ex suegra de un actual marido que pobrecita quiere visitar a su nieto que, por una mala adecuación del calendario, mira televisión en nuestro living?
Mujeres, véanselas solas. Pregunten a las amigas: chusmeen por allí, ingénienselas como puedan. Eso sí, compórtense como el Manual de Buenas Costumbres recomienda. A no saltar como histéricas por el balcón, a no fingir una enfermedad mortal, a no replegarse en el sillón contestando con monosílabos.
Piensen que esa pobre mujer pudo haber pasado por lo mismo. Y por favor recuerden que al niño que está al lado mirando la TV no le gustan los escándalos: brama por más Coca Cola y es Hijo de Él. El Hijo de Él. Y Usted dijo, finalmente, sí. Y aceptó que, como todo hombre, este tampoco viniera solo. Solo que esta vez Usted tuvo que pasar por el manto de silencio ensordecedor de un tribunal, como mínimo.
Hasta que el «llamame mamá de ahora en adelante» de su futura suegra pudo escucharse, Usted pudo haber mirado con añoranza el picaporte, sentir un deseo irrefrenable de tocarlo, hacerlo, girarlo, abrir la puerta, cerrarla y huir. Y no lo hizo; muy por el contrario, se quedó. Y está bien. Usted llamó mamá a su actual «suegra». «Papá» al padre de su marido y ¿al hijo cómo lo bautizó? No fue tarea fácil.
Ahora, si no es su hijo, ¿cómo explicarle la alegría que sintió aquella vez que derribó a los chicos de tercer grado y él estaba en segundo o cuando ganó el certamen de natación o más aún, cuando entró a primer grado?
Pero no todas son rosas en este sendero…El Hijo de Él es un niño bastante especial que por lo general tiene una madre —que no es una—, que el padre es nuestro marido, pero lo fue de otra antes. En consecuencia algo de otra mujer come, duerme, ríe y llora en nuestra propia casa…
Solo cuando dejamos de lado todas estas cuestiones de parentesco —que no por sabidas son menos trabajosas— aparece un hermoso niño/a capaz de pronunciar verdaderas palabras de amor, capaz de familiarizarse con nosotras en gestos de complicidad, capaz de reirse con nosotras.
Pero la realidad puede más. Como en un cuento de hadas, este milagro de encuentro dura poco. Siempre habrá madres dispuestas a reclamar lo que es suyo y padres celosos que no harían algo diferente.
Pero fundamentalmente la presencia de este hijo nos recordaría que en otro tiempo no existíamos, que habría un pasado que no compartimos y que imaginamos como cualquier otro trozo de historia de él.
Y cuando por algún avatar de nuestras vidas dejamos de llamar «mamá» a nuestra suegra, y «familia» a nuestro hogar de la tenencia, no discutimos pero «confieso que he vivido, los dos hemos perdido. Yo mas que tu.»
Los hijos de él pasarán por distintos momentos en la vida de esta mujer que, reconozcámoslo, si bien no merece el Nobel solamente por aquel «Sí, los quiero», bien podría hacerse meritoria de un «Aquí vivió, lavó, secó y cuidó tanto a sus hijos como a los ajenos.»
Y ella «que no tiene derechos» que oscilará de la extremada preocupación por ellos a la distancia engañosa podrá, en algún momento, lograr el equilibrio. Cuando puede decir conmovida que los hijos de él son hermanos de los propios.
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Liz Spett es argentina, nacida, criada e instalada en Buenos Aires. Pertenece a esa generación de lectores que alguna vez fueron tentados por las letras del abecedario y de ellas las que forman las palabras Woody Allen, Groucho Marx, Grace Paley, Sigmund Freud y Jacques Lacan. Se le preguntará por qué no nombra a autores argentinos. Responderá que para no quedar mal con Fogwill, Guebel, Bizzio o German García. Es psicoanalista, docente universitaria y ha hecho todo tipo de trabajo, menos ventas por mayor en el barrio de Once.







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