Ahora ya tiene 14 años y habla como nosotros. Si me preguntan si se adaptó, les digo que es un argentino más, un vagoneta. Supo captar la picardía argentina, porteña. Conoce el lenguaje de la calle y habla como un adolescente más de los que te podés encontrar en el bondi o en el subte. Lo único que le falta para ser bien argentino es la pasión por el fútbol. Intenté transmitirle el amor por la camiseta (de Banfield) pero no tuve suerte, por ahora, porque no pienso claudicar en el intento. Cada tanto me acompaña a la cancha pero viene por el paty y la coca.

Estoy hablando, mejor dicho, escribiendo sobre Serafín. Nuestro hijo, el mío y el de Betina, mi mujer. Un hijo tan deseado que para tenerlo tuvimos que cruzar el océano ida y vuelta un par de veces para que por fin estuviera con nosotros, en nuestra casa, en su habitación donde habitan hoy sus casi seis años vividos en Argentina.

Mi deseo de ser padre llegó de manera tardía. Ya habíamos pasado los cuarenta y las posibilidades de un embarazo natural se habían diluído. Después vinieron los tratamientos, fecundaciones y más. Nada resultó. Entonces nos anotamos en el Registro de Adopción. Más de tres años estuvimos esperando y no se nos dio la oportunidad. El único caso que nos presentaron fue el de una bebé que, con un pronóstico de sobrevida muy malo, hacía prever que sería por poco tiempo. Desistimos y cerramos la puerta porque los años pasan y no hay tiempo para la espera.

Pero hay algo de lo que uno no se puede hacer el distraído ni el sonso: el deseo. Aparece, intento callarlo pero vuelve. Seguía ahí vigente, prendido a mí, el deseo de ser padre.

*

Las estadísticas dicen que entre un 30% y un 40% de la población mundial sufre insomnio. Se trata de un trastorno de sueño que hace que una persona se despierte durante la noche y no pueda volver a dormir. Betina pasa muchas sin poder conciliar el sueño. Cuando le pregunto por qué, a veces me dice que tiene miedo de morir o que a alguno de nosotros nos pase lo mismo.

Argentina y todo el hemisferio sur estaba transitando el invierno de 2018. Arriba del Ecuador ya se vivía el verano. En medio de la noche oscura en nuestra habitación, otra vez atrapada por la falta de sueño, resaltaba la luz de su celular. El reflejo del aparato móvil le pegaba en los anteojos. Por supuesto que yo no podía descifrar qué era lo que ella estaba leyendo pero una mueca en su cara daba a entender que había encontrado algo interesante. Se quedó mirando y leyendo, parecía ir de un link a otro en busca de más información.

Después de bucear por los caminos que libera internet, al fin Betina pudo dormir. Lo que había encontrado durante ese largo momento de insomnio le dio la paz necesaria para volver al sueño.

*

Supe al otro día que la cuenta de Facebook que había pescado no era de Argentina sino de una mujer argentina que desde hace algunos años se había radicado en Miami. Se llama Cristina y fue nuestra primera conexión en esa sucesión de encuentros que terminaron con la fortuna de llegar a  Serafín. Que él quisiera ser nuestro hijo y nosotros sus padres.

Cuando me pongo a pensar en lo que estoy contando no dejo de preguntarme qué habrá pasado por la cabeza de Serafín para decidirse a venir con nosotros. Dos personas que apenas conocía y que le propusieron irse de su lugar a otra parte del mundo donde se habla otro idioma. ¿Cómo se atrevió un pibe de apenas ocho años recién cumplidos a semejante hazaña? Si busco una respuesta, me encuentro con un adjetivo que lo califica: Serafín es un valiente. Pero además, es un sobreviviente.

Serafín llegó a “Ciudad Esmeralda” el 19 de enero de 2015. Él, junto a otros pibes, fue evacuado de otro orfanato atacado por milicias rusas. Los niños llegaron en un colectivo huyendo de las bombas, de  los estruendos y de esas luces que amenazan. Todavía no había cumplido cuatro años pero ya había vivido más que cualquiera de nosotros.

“Ciudad Esmeralda” es un predio enorme que alberga a cientos de pibes que viven y sueñan juntos. Todos se quieren ir. Todos quieren tener su familia.

Cristina nos había hablado mucho de Serafín, decía que era para nosotros. Nos había contado de sus viajes de acogida con otras familias a Perú y de sus intentos de adopción frustrados. Nuestros celulares ya estaban llenos de sus fotos y videos. Aunque de manera virtual, nosotros ya lo conocíamos a él y lo queríamos. Ahora Serafín nos tenía que conocer a nosotros. ¿Qué diría? ¿Le caeríamos bien? ¿Le gustaría que fuéramos sus padres?

*

Llegamos a conocerlo con el calor del verano intenso en el hemisferio norte, cuando promediaba junio de 2019. En una mesa larga y brillante nos esperaba sentada Galina, la directora del orfanato. Entonces llegó Serafín.

Era más chiquito de lo que pensaba, flaquito, con el pelo como si se lo hubieran cortado a mordiscones. Tenía puesta una gorra con visera, una remera y unas bermudas. Sus ojotas tenían un detalle: la tira estaba sujetada con un tornillo.

Ese era Serafín. Se sentó y nos miró de reojo. Tal vez algún día nos diga qué fue lo que pensó de nosotros. Cuando vio una foto de nuestro perro Néstor en mi celular, le conocimos la voz: “Sobaka”. Aquella fue su primera palabra dicha en ruso para nosotros. En ese momento empezamos a pensar en la posibilidad cierta de que Serafín fuera nuestro hijo.

Conectamos, nos enlazamos, lo visitamos tanto como pudimos. Jugamos, nos reímos y le conquistamos el corazón porque él ya nos había conquistado. Le llevamos galletitas, chocolates, papas fritas. De ahí en más le queríamos dar todo lo que le había faltado en esos casi ocho años que había vivido de un orfanato a otro sin el amor de una familia.

*

Después de algunos meses entre Buenos Aires y Ucrania, después de poco más de un año de aquella noche en que el insomnio de Betina abrió la puerta para que el deseo encontrara el cauce, después de muchas conexiones y un poco de buena fortuna, lo logramos. Se había cerrado el círculo, habíamos terminado la primera parte de esta historia.

Diciembre suele ser un caos en la ciudad. Las fiestas, los regalos, los planes para el verano, el calor y el hartazgo generalizado de la vida misma. En diciembre de 2019 todavía no se había empezado a hablar de ese murciélago que en Wuhan, China, sería el culpable de la pandemia.

El 19 de diciembre de 2019 alrededor de las 7 de la tarde aterrizamos en el aeropuerto de Ezeiza. Habíamos volado desde Ucrania, hecho escala en Estambul, para por fin llegar a Buenos Aires luego de casi un día. A la salida, en el hall, nos esperaban sus hermanos, Bernarda y Lisandro y toda la familia con deseos de conocer a Serafín. Nuestro hijo, ese pibe que sin saberlo ahora tiene otra vida por delante. Nueva, distinta y llena de interrogantes.

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Martín Massad es periodista. Escribe en Agencia Paco Urondo y conduce El que las hace las paga, en Radio con vos.


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Una respuesta a “Entonces llegó Serafín”

  1. Avatar de Silvio Javier Payaslian
    Silvio Javier Payaslian

    Excelente nota, Martín. Me hiciste lagrimear…

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