Fotos: Ana Cardani / Vayaina Mag

Belén nos cita en un café sobre Avenida Maipú, a pocas cuadras donde el nudo de la General Paz separa la Capital Federal de Vicente López. Estamos expectantes y nerviosas, sabemos que un testimonio como el que vamos a escuchar no es cosa de todos los días. Es que Belén fue “gestante”, el término que el mercado reproductivo asigna a las mujeres que se embarazan con material implantado, gestan y paren los hijos de los otros. Las gestantes no hablan, pero Belén, que nos contactó de forma privada a través de las redes de Vayaina Mag, sí. “Hay muchas que no se autoperciben víctimas”, señala cuando llega al bar para referirse a ese universo invisible de madres de alquiler, “es muy difícil, con la necesidad en el medio, que lo vean”. 

Belén tiene 33 años y pasea perros. Dice tener, al fin, un trabajo que le gusta. Usa unos anteojos de marco claro que le iluminan la cara. En la mirada, se nota, guarda muchas angustias, algunas de las cuales va a compartir con nosotras. Es franca, inteligente y tiene muy a flor de piel una injusticia que, con la fuerza de una mujer que fue separada de un hijo, busca reparar. “Al sexto mes de embarazo, busqué otras gestantes que tuvieran ganas de hablar, con las que hoy mantengo contacto. Armé un grupo y se fueron sumando chicas que me iban contando sus problemáticas”, cuenta. Algunas de estas mujeres son particulares y otras, “chicas de agencia” —reclutadas por un intermediario—, pero en todos los casos sufren situaciones abyectas: “A una chica de José C. Paz le cortaron unos nervios durante la cesárea y hoy está inválida”. Belén habla de derechos humanos, de derechos de acceso a la salud, de derechos al parto respetado, de derechos del niño. Porque su caso trenza todas las tipologías de violencia imaginables para conformar una pesadilla: violencia contra las mujeres, violencia obstétrica, violencia económica, violencia psicológica. “¿Cuál es el límite? ¿Que muera una? ¿Recién entonces se va a abordar el tema?”, se pregunta y nos pregunta.

Cría sola a sus tres hijos y lucha judicialmente por conservar la filiación con Piero. En este tipo de procesos, los padres comitentes intentan impugnar el vínculo jurídico que une a la gestante con el bebé. Pero en octubre de 2024, un caso de estas características llegó a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Por primera vez, los magistrados reconocieron que el Código Civil y Comercial no admite grises a la hora de afirmar que los nacidos por técnicas de reproducción humana asistida son hijos de quien dió a luz y de la persona que prestó el consentimiento previo, informado y libre. “Mis hijos están esperando conocer a su hermano”, dice Belén aferrada a ese fallo histórico.

Mientras la conversación femenina de la clase media orbita el congelamiento de óvulos, hay otras mujeres que conocen el mercado de la reproducción desde la fragilidad y las urgencias económicas. La vida alrededor de la mesa del Starbucks se mueve al ritmo ansioso de los viernes; parece ignorar, como una sociedad superficial que problematiza todo menos las cuestiones de clase, el peso de la historia que une a esta madre con ese niño que en septiembre cumplió su primer año en un mundo que ya lo vulneró. 

Fotos: Ana Cardani / Vayaina Mag

¿Cuál fue tu primer acercamiento a la gestación subrogada? ¿Cuándo apareció en tu cabeza la idea de hacerlo?

Cuando yo tenía veintipocos, en 2010 o 2012, yo le decía a mi amigo y a su mujer “les presto mi panza”. Yo no sabía que se hacía esto, sí había escuchado algo por medio de la madrina de mi hijo. En 2020, luego de que hubieran pasado por 9 procesos de fertilización asistida fallidos, mi amigo me recordó mi ofrecimiento. “¿Te acordás de lo que hablábamos hace años?”. Me propuso llevarlo a cabo. Yo lo pensé, lo consulté con mi pareja de entonces, que estuvo de acuerdo, e hicimos todos los estudios. Esto era en medio de la pandemia, lo que complicó todo,  porque cada vez que salía de casa me tenía que hacer un hisopado. Eran tres embriones, así que hicimos dos transferencias pero no quedé. Mi amigo y su mujer decidieron cerrar la etapa de intentos y, para no descartar ese ultimo embrión, ella decide implantarse el embrión que quedaba. Quedó embarazada, a los 47 o 48 años, una edad avanzada. Tuvieron su bebé y yo fui, durante el primer año de vida, su niñera madrina. Dejé de cuidarla cuando me separé, cuando apareció mi problemática. Tenía que mudarme. 

En ese momento, para mi amigo era muy difícil plantear el tema del dinero. Me decía que él y su mujer querían reconocerme el esfuerzo, y me preguntaba si había pensado un número. Él me ofreció 15 mil dólares. Yo le rechacé la oferta, les dije que se despreocupara, que estaba todo bien. Nunca había tocado esa plata, no tenía idea si era poco o mucho, porque no vivo así. Yo vivo para que mis hijos coman, tengan lo que necesitan y seguir. En mi esquema no existe toda esa plata, ni la conversión a pesos, ni lo que podría hacer con eso. Mi amigo y su mujer siempre fueron muy generosos, las cosas fueron totalmente distintas a cómo fue todo después.

¿Ahí aparece la posibilidad de gestar como salida económica?

Sí. Me tenía que ir de la casa en la que estaba y, como decía, nunca tuve capacidad de ahorro más que para comprar unas zapatillas que necesiten mis hijos. En ese momento, no sabía para dónde ir, no tenía plata y empecé a pensar que me iba a quedar en la calle. 

Entonces recurrí al grupo de Gestación Subrogada en Argentina, en Facebook, que me habían dado a conocer mis amigos. En ese entonces eran solo padres que contaban sus experiencias o intentaban acercarse a gestantes. El grupo tenía un público muy acotado, no era tan conocido como hoy, que directamente hay compraventa. Ahí vi la publicación de uno de los padres de Piero, buscando gestantes. 

Para ese entonces, yo ya había conocido a otras dos parejas. Con la primera, no matcheamos. Terminaron teniendo a su bebé con otra chica. Me arrepiento de que mi gestación no haya sido con la segunda pareja; estando incluso embarazada, cuando lloraba y no sabía para donde ir, ellos me recibieron en su casa y trataban de enfocarme en que yo había hecho eso por mis hijos, me calmaban y me decían que siguiera adelante. Es polémico pero me decían, de alguna forma, “Hacé lo que tenés que hacer”. Hay gente que lo dice por sus propios intereses, pero hay otros que te empujan a que lo sueltes, a que digas “ya está”.

Las tres parejas que conocí eran hombres homosexuales. De la experiencia con mis amigos, me había resultado muy fuerte el peso de gestar con una mujer involucrada. Sentía que era mucha carga emocional depositada en mí, en cuanto al control de que otra mujer tome la medicación, por ejemplo. La pareja de mi amigo no lo hacía desde un lado malo, pero sentía que para era muy complicado dejar esas cosas en manos de otra mujer. 

¿Qué decía la publicación de la pareja para la que terminaste gestando? ¿Te acordás?

Era una foto de ellos, con sus perritos. “Estamos buscando, somos de CABA”, decía. Yo quería que fuera algo cercano y les escribí. Antes de mí, ellos tuvieron una gestante que los estafó, que se embarazó inclusive en el proceso, y para ellos fue un golpe emocional muy duro. Querían dejar pasar algo de tiempo de esa experiencia pero yo necesitaba resolver mi situación habitacional. 

Nos juntamos en una cafetería y al principio estuvo todo bien. Uno de ellos era muy heteronormado, no te imaginabas que tenía una pareja hombre, y el otro era muy amigable. Eso fue en 2022 y quedé embarazada recién en 2024. Esperé dos años a que estuvieran dadas las condiciones. Empezamos el proceso en una clínica sobre la calle Larrea, que es un desastre en organización, en material genético, en administración. Ahí pasamos la etapa psicológica, la médica. Iba a ser mi cuarta cesárea, algo que, hoy a la distancia, veo como una inconciencia de parte de los médicos de autorizarla para este procedimiento y no para un hijo propio. Terminamos haciendo el proceso en otro lado.

Fotos: Ana Cardani / Vayaina Mag

¿Firmaron un contrato? ¿Cómo se dio la cuestión administrativa?

Me sentía muy mal con el tema del dinero de por medio, era una cuestión muy difícil de abordar para mí. Pedir plata, preguntar cuánto me iban a dar. Siempre digo que me pasé en humilde. 

Firmamos un consentimiento informado, lo que firmamos todas las gestantes, que no puede incluir cuestiones de dinero. Ese documento dice que yo no quiero ser madre del niño, que no aporto material genético y que los padres del bebé son ellos. Los padres de Piero hicieron una adenda de contrato a ese consentimiento informado, que decía que una vez iniciado el embarazo, los tres primeros meses yo iba a recibir 120 pesos cada mes; los siguientes tres meses, 150; y los últimos tres, 180 mil. Dijeron que también me iban a ayudar con la mudanza, y cuando les pregunté si no convenía dejarlo por escrito en la adenda, me dijeron que me quedara tranquila, que todo lo que yo necesitara para mudarme me lo iban a facilitar. Yo confiaba que a las dos personas a las que le iba a dar un hijo no me iban a hacer lo que me hicieron después. Me convencí de que estaba tratando con personas que entendían mi necesidad, mi gesto.

Mientras tanto, ¿qué hacías? ¿Tenías un trabajo?

Sí, cuando empecé el proceso, yo trabajaba como camarera de piso en Swiss Medical, en la Clínica Zabala. Me gustaba mucho mi trabajo, pero tuve pérdidas y me mandaron a hacer reposo. Claro, como estaba en periodo de prueba, me echaron. Ya sé que no es legal y no hice nada en ese momento, en parte porque los padres de Piero me dijeron que no me preocupara, que me iban a bancar. Nunca me imagine que ese “te bancamos” significaba estirar al máximo el tiempo hasta que yo no tuviera ni un peso de mi plata y tuviera necesidades imperiosas de comprar para comer. 

¿Cómo siguieron las cosas?

Cuando yo tenía 7 meses de embarazo, ellos se fueron un mes a Europa. Se la pasaban de viaje. Entré en crisis, sentía que no podía sostener más la situación, no quería ser más usada, no quería que me llevaran más de acá para allá como un perro. Les dije que no los iba a ver más. Acudí al psicólogo de la clínica, con sesiones muy largas. Me acuerdo la sensación arrolladora, la angustia que tenía. No podía salirme y a la vez, internamente, quería proteger al bebé de lo que estaba pasando. “Piero, por favor, no sientas esto”, me decía. No era que yo no lo quería, pero sentía que no lo podía sostener más la situación.

En ese momento, yo no les quería hablar y ellos me insistieron en que teníamos que hacer la protocolarización en la escribanía. Les pedí por favor actualizar el primer convenio, porque lo habíamos firmado en 2022 y, estando en 2024, los 120 mil pesos no me iban a alcanzar ni para comer. Y aclaro: no me pasaron plata hasta casi el sexto mes de embarazo, y lo hicieron porque les dije que necesitaba comer, que mis hijos necesitaban zapatillas. Cuando les pedí la nueva adenda, se negaron y me respondieron que no era necesario. Sabía en lo que me había metido y todo el tiempo tenía la sensación de tener que cumplir con lo que me correspondía. El psicólogo, quien yo pensaba que me quería ayudar, y todos en la clínica, te hacen un discurso en el cual vos pensás que, si hacés algo, vas a salir implicada con problemas legales. Me di cuenta de todo esto después. En el momento, no lo podía ver, era un viaje muy pesado. 

Al final, firmé lo que la pareja quería. Yo sabía que era mi último embarazo y tenía una cuestión muy emocional con él, y sabía que ese tiempo no me lo iba a devolver nadie. Si fue correcto o no, no lo sé. Soy humana y lo viví así, también por el bebé que estaba gestando. Todo eso fue lo que me hizo sentir madre de Piero. Sentía que era la única persona que estaba cuidando de él en su concepción. A ellos, cuando en junio les pregunté si iban a festejar el día del padre, me dijeron que no porque no serían padres hasta que el bebé naciera.

Para mí fue muy difícil sostener todo siendo correcta. Ellos me preguntaban qué me pasaba y yo no quería decirles, porque sabía que me iban a desestimar. Yo me la pasaba llorando.

¿Pensás que la crisis se desató porque te cayó la ficha de que estabas siendo usada, como decías antes, o porque te cayó la ficha de lo mucho que querías al bebé? Porque son dos cosas muy distintas…

Hubo algunas red flags, como dicen ahora, que me pregunto cómo no las vi. En agosto de 2023, nosotros habíamos hecho una transferencia. Yo trabajaba entonces en un local en Palermo. Pedí el día para ir a hacerme la transferencia y, como ellos querían que yo hiciera reposo, el médico me hizo una orden. Los padres de Piero prometieron pagarme el presentismo, que iba a perder, y por supuesto no cumplieron.

Cuando el test de embarazo dio negativo, me sacaron el chofer que antes me habían puesto para trasladarme. Esa mañana, me llevó a la clínica a hacerme la beta y, al mediodía, cuando estaba en el trabajo y me avisaron que la beta era negativa, el chofer ya no vino a buscarme.

¿Creés que fue un castigo?

Sí, para colmo a los dos días me echan por haber faltado. Pensé que me iban a acompañar en lo económico pero todo lo que me dijeron fue que iban a seguir intentando ser padres. 

Fotos: Ana Cardani / Vayaina Mag

¿Cómo atravesaste el embarazo de Piero?

Siempre lo defino en tres etapas. La primera, como estás tomando muchas hormonas, vivís con miedo a perder el embarazo. Todo el foco se pone en continuarlo. En ese periodo me vi muy seguido con ellos porque las betas, las ecografías, eran con mayor frecuencia. En el segundo trimestre me sentí muy bien físicamente. Entrenaba, me movía, disfrutaba mucho pasar tiempo con mis hijos. La mayor gratificación es esa, lo decimos la mayoría de las gestantes. Ya durante el tercer trimestre, ellos se peleaban mucho adelante mio. Por quién pagaba el estacionamiento, la merienda, o se empezaban a insultar en el auto. Para mí era insostenible estar ahí, porque estaba su hijo ahí también. De a poco se me fue armando esta pregunta: ¿A quién le voy a dar el bebé que estoy gestando con tanto amor? Para mí, todo fue una cuestión de protección al bebé. Ellos no lo percibieron porque si no, no me hubieran generado todo el daño que me generaron. No me cuidaban, no se involucraron. Me tuvieron al extremo de tener que pedirles plata para comer.

Tuve pérdidas y tuve que volver a hacer reposo. Mientras ellos estaban en Europa, me mandaban a la chica que les limpiaba la casa a ellos. Seguro consideraban que eso era “cumplir” conmigo. La chica era divina pero lo que yo sentía era que invadía mi privacidad, que venía para pasarles información, para controlarme. Dejaron en manos de una empleada lo que en realidad ellos tenían que hacer, que era acompañarme, estar conmigo. Sé que esto no es moneda corriente en el proceso de gestación subrogada, pero así lo planteé yo en un comienzo y a ellos les encantó el marco de altruismo y amor que yo les proponía. 

Ya lo escribí: les resulté barata y conveniente. 

¿Y a su regreso cómo siguió el vínculo entre ustedes?

Cuando vuelven, vi que no tenían intenciones de acercarse. Ahí fue cuando me dije que ya no podía sostener el embarazo. El obstetra de la clínica, por ejemplo, cuando me hacía estudios, no me pasaba los resultados a mí sino a ellos. Llegó un momento en que me empecé a plantar con él, con los padres de Piero, con el psicólogo, y me puse a investigar sobre mis derechos y lo que implicaba haber firmado ese consentimiento. En ningún momento ese consentimiento informado pasa por encima de mis derechos como persona, como cuerpo gestante. Se los dije una y otra vez, tanto que en la clínica estaban aterrados. Me había convertido en una bomba a punto de estallar. Ojalá hubiera tenido la valentía de irme con ese bebé, pero no pude. 

¿Cómo fue el parto?

Ellos querían estar y, al comienzo, yo quería que estuvieran. Pero después me planteé que iba a ser mi cuarta cesárea, que era un momento de mucha vulnerabilidad y quería estar acompañada yo. En el fondo, sabía que si no les había importado durante todo el proceso, en el momento en el que sacaran el bebé de mi cuerpo me iban a descartar. Lo que fue, de hecho. 

Cuando se acercaba la fecha de parir, el obstetra se cansó de decirme que él no podía pasar por encima de lo que los padres querían, a pesar de que eso significara pasar por encima de mis derechos. En realidad, la ley le dice al profesional que la paciente soy yo y que es mi derecho tomar decisiones y recibir la información de los estudios. 

Me cansé y empecé a hacerme estudios por fuera y se los mandaba para que el obstetra pudiera cumplir con lo que él consideraba que tenía que cumplir, que era informarle a los padres comitentes.

¿Cómo reaccionaron los padres de Piero ante esa situación?

Intercedieron las madres de ellos, a quienes recibí en mi casa y les conté como me sentía como mujer, como embarazada. 

Yo empecé a buscar obstetra por todos lados, cosa que a las 36 o 37 semanas de embarazo es muy complicado. Me la pasaba en la calle, caminaba y lloraba buscando quien pudiera ayudarme. Ningún obstetra me quería tomar, porque se trataba de una subrogación. Si me agarraban, ese obstetra tenía que firmar papeles en ese marco. Y aparte, era una cuarta cesárea. Al final, me resignaba, decía “bueno, entraré en trabajo de parto” poniendo en riesgo mi vida con tal de no ir con ellos dos y ese obstetra. 

Mientras tanto, el psicólogo de la clínica, Darío, me decía que estaba haciendo las cosas mal, me insistía en que iba a tener problemas legales. Me decía que tenía que confiar. Yo no podía aceptar eso. No tuve mi bolso armado hasta una semana antes de parir porque no me pasaban plata para comprarme calzones, apósitos, las cosas que una lleva cuando se acerca la fecha. Recién el sexto mes me pasaron unos quinientos mil pesos, a partir del séptimo me pasaron 1 millón, que usé para cubrir las deudas de todo ese tiempo sin cobrar. Ellos al psicólogo le decían que me habían dado 3 millones, algo de lo que me enteré en sesión, cuando le conté las necesidades que estaba pasando. El psicólogo operaba de intermediario, ya no era una terapia para mí. Las últimas semanas antes de parir, fue cuando me pasaron más plata, pero los primeros seis meses no me pasaron un peso. Si reclamaba, ellos alegaban que me habían dado más de lo que decía el contrato de 2022. 

Una semana antes de parir, el ecógrafo —la única persona buena en todo este proceso— sugiere otra obstetra. Yo quería el parto de Piero fuera de una forma particular, quería que sonaran temas de Floricienta, que en el alumbramiento sonara Hay un cuento, quería recibirlo y besarlo cuando naciera. Y quería poder despedirme. Yo sabía que esas cosas eran mi derecho y sentía que era lo único que me podía reservar para mí después de haber sufrido tanto durante el embarazo. Ellos sabían que no podían hacer nada. Calculo que les daba asco que a su hijo recién nacido lo pusieran sobre mi cuerpo desnudo.

Podría haber ido sola al nuevo obstetra, pero fui empática y decidí no privarlos a ellos, pero sobre todo a Piero, de que estuvieran en el parto. Traté todo el tiempo de ser correcta para no empeorar la situación mía y del bebé. En esa consulta, fijamos fecha. 

Fotos: Ana Cardani / Vayaina Mag

¿Cuándo nació Piero?

Piero nació el 30 de septiembre de 2024 en la famosa maternidad que está sobre Avenida Pueyrredón, en Recoleta. Me entregué a la situación y dejé que los padres estuvieran en la sala de parto. Mi pareja se quedó con mis hijos y fue más tarde a verme.

Yo le había pasado a la partera mi plan de parto con todas las especificaciones, permití que ellos se pusieron atrás. El papa biológico de Piero me sostenía la mano. Yo había pedido expresamente que nadie pudiera grabar, solo la partera, para que después me pasara el video a mí. Uno dirá que es una guachada, bueno, puede ser. Pero yo sentía que ese momento era mío y del bebé, el único que iba a tener con él fuera de mi cuerpo. 

¿Lo pudiste tener aupa?

Sí, nadie me iba a arrancar el privilegio de poder recibirlo y que esté conmigo. Ese, y un momento más, son los únicos dos recuerdos que tengo de Piero. El bebé nació muy blanco, como si algo estuviera mal, y entonces lo llevaron rápido a neonatología. Les había pedido que no me dejaran sola en el quirófano, pero ambos se fueron detrás del bebé. Lo que haría yo si me pasara, así que los entendí. Entré en crisis y me empezaron a inyectar un montón de cosas. Sentía la cesárea a pesar de la anestesia. 

¿Y después?

Me subieron a la habitación, que es muy grande. Los padres habían pagado la habitación presidencial que tiene una parte para el paciente, el baño aparte y un hall adelante. Al rato vino el padre de Piero a decirme que tenía que firmar papeles y en ese momento tomé dimensión de que podría haber peleado más por mis derechos. Pero tenía todo el tiempo la presión de hacer las cosas bien. Firmé los papeles de neo, con la duda de si realmente Piero había necesitado que lo llevaran o fue un acuerdo entre ellos, por la situación en la que yo estaba. Siempre digo que soy la gestante incorrecta: hice todo lo que no había que hacer. Cuando no tuve ganas de hablar, no hablé. Cuando no tuve ganas de pasar mis estudios médicos con ellos, no los pasé. Ningún contrato especificaba eso y no tenía por que hacerlo. No era una cuestión de rebeldía, sino de autocuidado y de cuidado del bebé, de su emocionalidad. Durante el proceso, hice lo que me correspondía.

Mi pareja llegó al mediodía. Mientras tanto, ellos no estuvieron conmigo después del parto, ni durante la internación. Se iban a cafeterías, con sus familiares. Sus madres, con las que había cenado, con las que me había ido a hacer las uñas, no me mandaron ni un mensaje de agradecimiento, nada, silencio total. Cuando venían, cerraban la puerta y se quedaban en el hall de entrada de la habitación. 

Yo había comido con su familia unos días antes, fue el intento desesperado de ellos por ocuparse de todo lo que no se habían ocupado durante meses. Me quisieron vincular con su familia, lo que yo esperé desde el comienzo. Ellos nunca me mostraron una ropita, un cuarto. Quizás me equivoqué, pero pienso que fui la única que quiso humanizar el proceso. 

En algún momento, entre 2022 y el parto, ¿pactaron si después del nacimiento vos ibas a poder vincularte con el bebé?

Al principio yo no sabía. Siempre digo: una no puede estar preparada para algo de lo que no tiene idea y sobre lo que tampoco hay voces que cuentan su experiencia. Yo no sabía si iba a ser de las gestantes que no quieren ni ver al bebé o si iba a querer saber, ver fotos. El vínculo emocional para con Piero fue tan grande que, embarazada, les pedí que no me dejaran al margen y ellos me dijeron que no me lo iban a hacer nunca. Tengo las pruebas, tengo pruebas de todo, con todos.

¿Qué pasaba con Piero mientras tanto?

Como mi tercer hijo estuvo en neo, sé que como madre tengo el derecho de ir a neonatología a ver al bebé. Pero sabía que, si atinaba a hacerlo, se podía generar una situación violenta que físicamente no podía afrontar. Venía de meses y meses de estrés, de llorar y llorar. 

Nadie me decía cómo estaba Piero y nunca me explicaron tampoco qué tenía. Solo cuando pregunté me mandaron alguna que otra foto, pero me sentía invasiva si consultaba, no quería generar una situación peor. El psicólogo me decía que había que esperar, que Piero estaba recién nacido y sus padres preocupados por que estuviera en neo. Yo le decía que no sabía qué hacer: no sabía nada del bebé y nadie entraba a verme.

Al tercer día escucho a Piero llorar, en el hall de la habitación. Para mí fue ver materializado todos mis miedos y todo lo que yo venía diciendo que iba a pasar. Llamé al psicólogo para contarle, para decirle que no me lo habían traído a la cama y él decía que recién lo estaban conociendo las abuelas. Cuando vinieron las abuelas, me trataron re mal, me dijeron que era una chiquilina por estar llorando. Que por qué me ponía así justo ahora que iban a verme. Me tapé la cara y llorando les pedí que se fueran, por favor, váyanse, porque tampoco podía discutir. No podía ni hablar, estaba recién operada. Ahí se fueron y pasé a estar encerrada y ellos adelante, recibiendo sus visitas. Dario me preguntaba por qué no me levantaba e iba yo al hall, pero ¿qué iba a hacer? ¿Ir y pedirles que me dieran el bebé? ¿Qué situación más violenta me iba a generar? Toda esa noche la pasé escuchando a Piero llorar.

Fotos: Ana Cardani / Vayaina Mag

¿Cuándo te dan el alta? 

Al otro dia, a las 10 de la mañana. Yo quería irme cuanto antes, pero también sabía que para irme tenía que pasar por ese hall. Cuando firmo mi alta, viene la enfermera de pediatría a decirme que tenía que firmar también el alta de Piero. Fue en ese momento cuando dije que no iba a firmar más nada para los padres. Que se arreglen con las cuestiones legales. Considero que fue un lapsus donde honestamente me pasaron muchas cosas: se llevaban a Piero; si así habían sido conmigo hasta ahora, ¿qué iban a hacer después?; mis hijos tienen que comer, ¿qué hago? Estuve hasta las 7 de la tarde encerrada en el cuarto. 

¿Qué ocurrió durante todas  esas horas?

Vino la jefa de neonatología y la jefa del equipo de psicólogos de la maternidad, que me cuestionó que me hubiera extraído calostro y leche para que le dieran a Piero. Vinieron los padres. El papá biológico estaba callado pero el otro me gritaba “robabebés”, “te vamos a sacar a tus hijos”, “vas a ir presa”. Me trajeron a la abogada de ellos, de un estudio importante, que me decía que si no firmaba el alta, iba a tener una causa penal o que me iban a denunciar por abandono de persona. En dos segundos, todas las opciones eran demandas o denuncias en mi contra. Yo estaba callada, miraba a mi pareja que, si hubiera seguido su instinto de varón, se los hubiera comido crudos. Yo lo miraba como pidiendo que no lo haga, pero toda esta gente estaba agrediéndome en la habitación y yo realmente no podía firmar nada. Me bloqueé. Me quería ir a mi casa, estar con mis hijos, pero no podía firmar un papel más. Me llamó el médico que me hizo la transferencia, que calculo tenía un interés por detrás. Sin ser yo una chica de agencia, me empujaban a que yo cumpliera. Y, por supuesto, me llamó el psicólogo pidiéndome por favor que firmara porque sino él iba a perder su licencia. 

¿O sea que estuviste ocho horas resistiendo las coerciones de todo el equipo?

Sí. En un momento, me vinieron a decir que yo me podía ir sin firmar y después vinieron y me dijeron que no. A todo esto, a Piero se lo vuelven a llevar a neo, imagino que para que no esté en esta situación. Al final, hablamos con el papa biológico de Piero, que se hacía el pobrecito. Le expliqué que no quería firmar nada, le dije que me habían arruinado el embarazo, el proceso, la psiquis. Evité todo el tiempo hablar de una cuestión monetaria. Estaba recién parida pero preocupada porque no sabía si iba a tener para comer. Él me prometió que me iba a pasar lo que supuestamente me estaban pasando, esos 3 millones. El abogado de ellos me llamó para decir que si eso estaba escrito por mensaje, era suficiente. Pero me daban a entender que me estaban pagando para que yo firmara el alta. Y no era así: yo no estaba extorsionándolos. Yo solo quería que actualizaran lo que me correspondía desde el 2022 y que velen, mínimo, por que yo coma durante el posparto. Me dijeron que no me preocupara. 

¿Cómo fue la externación?

Para poder salir de la clínica teníamos que salir juntos, el bebé y yo. Fui a buscar a Piero a neo, fue el único momento en el que lo tuve en brazos. El padre me sacó una foto, porque se lo pedí, aunque nunca me la pasó. Piero había nacido con unos rizos dorados, pero lo habían pelado.

Fueron 10 minutos que estuvimos juntos, para mí fue reconocernos. No sé si es una cuestión emocional pero él estaba llorando y cuando lo agarré lo sentí cómodo, protegido, donde él tenía que estar. El papa biológico de Piero enseguida lo agarró para ponerlo en el huevito, cosa de que saliéramos de la maternidad juntos pero que el bebé no estuviera en mis brazos. Cuando cruzamos las puertas giratorias de la maternidad, él me dejó ahí. No tenía batería en el teléfono ni para poder pedirme un Uber. Tuve que ir a un negocio a la vuelta, sola, para cargarlo y poder volver a mi casa. 

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Florencia Lucione es abogada en ejercicio y se especializa en casos de subrogación de vientres. Colabora con columnas sobre actualidad en distintos medios de comunicación. Escribe para saber qué piensa sobre las cosas que no entiende.

Paula Puebla es autora de Una vida en presenteMaldita tu eres y coautora, junto a Julia Kornberg, de Diario de un tiempo mesiánico (17 grises). También escribió El cuerpo es quien recuerda (Tusquets). Da clases de escritura en NN, ofrece clínica de obra y colabora en medios. En compañía de Vicky Sosa Corrales, es CEO de Vayaina Mag.

Ana Cardani es estudiante de Diseño de Imagen y Sonido en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA. Es fotógrafa freelance.


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4 respuestas a “Belén: “Sabía que, en el momento en que sacaran el bebé de mi cuerpo, me iban a descartar””

  1. Que terrible historia! Mucha fuerza para Belén. y que se haga justicia

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  2. Es desgarrador.. hay que parar esta locura

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  3. Impactada con esta historia. Justicia ya para Belén y Piero.

    Basta ya de esclavizarnos y explotarnos.

    Que se tomen acciones legales contra todo aquel que participó en esta tortura.

    Gracias por esta nota tan necesaria.

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  4. Me apena mucho lo mal asesorada que estaba para poder defender sus derechos, la inhumanidad de estos «padres» que uno imagina como trataran a ese bebe como una mercancía ya que no fue más que eso. Le sugiero avance con una causa legal para recuperarlo si esa es su intención o al menos reclamar la actualización del contrato.
    Esto aparte, la agencia se comportó muy mal con ella y la utilizó como un envase. Lo lamento mucho.

    ¡Justicia por Belén y Piero!

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